1. La denuncia
A comienzos de 2021, Camille Kouchner publica La Familia grande. Denuncia que, cuando tenía quince años, su hermano gemelo fue abusado sexualmente y violado por el segundo esposo de su madre, el politólogo Olivier Duhamel. Esta acusación puntual y precisa, respecto de alguien que ocupaba hasta entonces un lugar académico y político de notable reconocimiento, está acompañada de otra más amplia, que concierne a los modos y costumbres de la casta intelectual. Olivier Duhamel no ha desmentido los cargos y, de algún modo, renunciando a los puestos que desempeñaba, se ha autocancelado.
Ya en enero de 2020 también la escritora Vanessa Springora, en Le Consentement había denunciado que el prolífico escritor Gabriel Matzneff la había violado siendo menor de edad. Matzneff –que siempre hizo visibles sus perversiones pedófilas hasta la apología– reconocerá poco después los hechos, pero diluyendo sus responsabilidades en las costumbres de los años 70 y 80. De todos modos, tuvo que abandonar el espacio que ocupaba habitualmente en los medios, y la ministra de cultura, Roselyne Bachelot, le canceló sus beneficios económicos.
Distante en muchos sentidos de Camille Kouchner y Vanessa Springora, sobre todo políticamente (su defensa de posiciones y personajes conservadores están bien documentadas), Guy Sorman ha promocionado su Mon dictionnaire du bullshit refiriéndose a los abusos sexuales de la casta intelectual. A diferencia de Kouchner y Springora, sin embargo, este trabajo no está centrado en esas costumbres, y el personaje mayormente involucrado, Foucault, está muerto desde hace casi 4 décadas. No puede ni autocancelarse ni ser sometido a proceso.
Volveremos enseguida sobre las denuncias de Sorman, pero vale la pena comenzar por el comienzo, por las primeras páginas de su diccionario, que explican las intenciones del libro.
Como sabemos, “bullshit” es un término del argot americano que puede traducirse por sandez, patraña, basura o, de manera más prosaica, retomando sus orígenes, por mierda; pero del que, en estas páginas, Sorman esboza una genealogía más cool. Lo emparienta con el Dictionnaire des idées reçues de Flaubert y con el pensamiento único de Jean-François Kahn. Las idées reçues o las opiniones chics de Flaubert serían una colección de zonceras de las que se servía la burguesía del siglo XIX. El pensamiento único sería el que, oponiéndose al procedimiento filosófico y científico, evita someterse a cualquier contradicción o disputa, pero proclamando en voz alta sus supuestas verdades (Sorman lo ejemplifica con el cambio climático). Finalmente, para darle un mayor estatus al término, Sorman remite a On Bullshit, del filósofo americano Harry Frankfurt. Propone retomar este término sin traducirlo, recuperando el sentido que le atribuye Frankfurt, esto es, verdades alternativas a los hechos e indiferentes a la verdad. Para el filósofo americano, la existencia de estas verdades es la consecuencia del relativismo y de la exaltación de la sinceridad. Y Sorman agrega: de la “cuasi-desaparición de la creencia en cualquier religión”.
Respecto de las ideas recibidas, el pensamiento único y las verdades alternativas, Sorman se propone abrir “una pequeña ventana, subjetiva, para percibir el mundo de otra manera”. De esta “pequeña ventana”, el Mon dictionnaire du bullshit, la parte que aquí nos concierne es el artículo “Pedofilia”. Luego de mencionar el intento de autodefensa del cineasta Roman Polanski y del escritor Gabriel Maztneff (quienes consideraban estar por encima de las leyes por su condición de artistas e intelectuales), Sorman ataca la doble moral de la casta intelectual francesa, teorizada por Voltaire y protegida por el poder político, tanto de izquierda como de derecha (el ejemplo es De Gaulle), para poner fin, precisamente, al bullshitisme des aristo (¿mierdismo de los intelectuales?). Y, a partir de aquí, comienza a tirar algunos nombres: Jean-Paul Sartre y, sobre todo, Michel Foucault.
Este último aparece en relación con la discusión, en la segunda mitad de la década de 1970, de la legislación que, entre otros aspectos, fijaba la edad legal para mantener relaciones sexuales consentidas. Como veremos, en 1977 Foucault y un amplio grupo de intelectuales habían firmado una solicitada para pedir al parlamento la supresión de la mencionada edad legal. Seguidamente, Sorman acota que Foucault “se aplicaba a él mismo” esta supresión, pues, dice: “confieso haber visto cómo compraba niños en Túnez, con el pretexto de que tenían derecho a gozar”. Y, continúa diciendo, los citaba por la noche en el cementerio local, para violarlos sobre las lápidas que cubrían las tumbas. El artículo “Pedofilia” concluye preguntándose qué hacer con sus obras: “Foucault sigue siendo importante, pero retrocederá cuando se sepa mejor que su exaltación de la libertad fue, por una extraña coincidencia, la justificación de sus torpezas. Idem para Jean-Paul Sartre, personaje de dudosa moralidad.”
En el tour mediático para promocionar su libro, la referencia a Foucault despertó el interés de los entrevistadores y alcanzó una amplia repercusión en las redes sociales, hasta convertir al autor de Las palabras y las cosas en candidato para la cancel culture.
Sorman sumó algunos detalles y comentarios en sus entrevistas: que había tenido conocimiento de esta situación durante una visita que le hizo al filósofo en las Pascuas de 1969 en su residencia de Sidi Bou Saïd, que estaba acompañado de otros intelectuales y periodistas, que todos mantuvieron el más absoluto silencio hasta ahora y que el colonialismo blanco había sido parte del mecanismo tanto de los acontecimientos –Foucault no hubiese podido hacerlo en Francia– como de la subsiguiente omertà.
La acusación de Sorman y sus declaraciones plantean tres importantes cuestiones: la que concierne a los hechos, las referidas al debate sobre la sexualidad y la pedofilia a mediados de 1970 y, finalmente, la que atañe al destino de la obra de Michel Foucault. Cuestiones diferentes, aunque entrelazables.
2. Sidi Bou Saïd, 1969
Los hechos son, como el propio Sorman los califica, innobles. Sin acceso directo, al menos por mi parte, a fuentes que puedan comprobarlos, por el momento solo podemos señalar que el relato plantea algunas dudas y que es necesario despejarlas.
Las situaciones aludidas habrían sucedido hace más de medio siglo, en 1969. Pero, ¿qué presenció exactamente Sorman y sus compañeros? ¿Cuando Foucault les daba dinero a esos niños o también cuando abusaba de ellos sobre las lápidas? ¿Testimonio directo, oído decir, relato del propio Foucault? ¿Quiénes eran los otros compañeros de viaje? ¿Alguno de ellos puede corroborar este relato? ¿Y, si presenciaron esos hechos, sin duda innobles, por qué no intervinieron?
No me parece que el espíritu de casta, como se sugiere, sea una respuesta suficientemente apropiada sobre este último aspecto. Pues, como acota Sorman, Foucault no habría podido hacerlo en Francia. Tampoco parece completamente verosímil que, en una ciudad de 3.345 habitantes, según el censo de 1966, se profanara sin escándalo y de manera habitual el cementerio local (como señala Frida Dahmani, en un artículo de Jeune Afrique). Los testimonios de algunos sobrevivientes de esa época, que han sido recabados en relación con esta polémica, van en otra dirección. Afirman que Foucault, en efecto, se sentía atraído por los jóvenes de 17 o 18 años y coqueteaba discretamente con ellos en el camino al cementerio; pero niegan que haya cometido actos de pedofilia y mucho menos en el espacio sagrado de los muertos.
Además, Foucault abandonó Túnez en 1968. En 1969 ya no residía en Sidi Bou Saïd. Sabemos que se fue en no muy buenos términos con las autoridades locales, fundamentalmente por su apoyo a los estudiantes tunecinos. Y también sabemos que regresó a Túnez en julio de 1969, precisamente, para apoyar a los movimientos estudiantiles ante las autoridades. No puedo decir si Foucault, en las Pascuas de 1969, también viajó de vacaciones a Túnez, coincidentemente con Sorman. Pero, en todo caso, esta eventual coincidencia no forma parte del relato. Queda abierta la posibilidad tanto de que ese encuentro haya tenido lugar en otra fecha como de que esos hechos no hayan sucedido.
Si se comprueban, de todos modos, va de suyo la condena de los actos cometidos por Foucault. Pero, por el momento, varios aspectos del relato de Sorman deben ser aclarados y todos, corroborados. El personaje involucrado nada puede decir al respecto. Como ya señalamos, no puede ni autocancelarse ni ser sometido a proceso. Y, en todo caso, el hecho de que fuese homosexual no lo convierte obviamente en pedófilo. Sorman nunca ha pretendido esto, pero sí muchas de las reacciones y comentarios que se han suscitado como explicación de los supuestos hechos y de sus ideas.
3. El debate sobre la legislación sexual
La segunda de las cuestiones abiertas por la acusación de Sorman remite al debate sobre la sexualidad en Francia, en la década de 1970. Algunos elementos de contextualización histórica, acerca de los movimientos de liberación sexual surgidos de Mayo del 68 y de la voluntad político-institucional de adaptar la legislación a las nuevas épocas, resultan necesarios aun cuando sea imposible resumirlos.
En líneas generales, en un primer momento, la acción de estos movimientos buscaba introducir la cuestión de la sexualidad entre las reivindicaciones revolucionarias, como parte de la crítica a las formas de dominación de las instituciones tradicionales (la familia y los padres, la escuela y los maestros, la fábrica y los patrones). Para ello, se forman colectivos gays y feministas, que persiguen la visibilidad pública y el abandono de lo que hasta ese entonces, también en los ambientes de izquierda, requería de discreción y respetabilidad. Así, para citar un ejemplo, se constituye el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (animado por Guy Hocquenghem), uno de cuyos ejes fue la lucha contra la penalidad discriminante de los homosexuales (los actos denominados contra-natura y calificados como delitos). Dentro de este Frente tomó forma –pero, de nuevo, es solo un ejemplo entre otros posibles– un Frente para la liberación de la juventud, que reivindicaba la libertad sexual de los jóvenes, considerados legalmente menores a tales efectos, y reclamaba por la autonomía y los derechos de niños y adolescentes, incluida su sexualidad. Los movimientos feministas, por su parte, hacían de la noción de relaciones legítimas, es decir, entre esposos, uno de los blancos de sus críticas.
La noción de consentimiento y de edad legal se encuentra en el cruce de todas estas luchas, aunque no siempre con los mismos sentidos y matices. Los homosexuales reclaman por la validez legal y social del ejercicio de su sexualidad consentida, incluso antes de los 21 años (considerada la edad legal para los homosexuales, en Francia, por esa época). Los movimientos feministas ponían en tela de juicio el no requerimiento legal del consentimiento en el ámbito de las relaciones maritales, es decir, la presunción legal de la inexistencia de violación entre esposos. Los colectivos de jóvenes reclamaban el reconocimiento de la validez del propio consentimiento, aun cuando no hubiesen alcanzado la edad legal establecida por ley, y su derecho a gozar.
Respecto de la iniciativa político-institucional de reforma de la legislación sobre la sexualidad, había sido convocada una comisión del parlamento durante la presidencia de Valéry Giscard d’Estainge. En concreto, la revisión tenía por objeto los artículos 330-333 del Código Penal de la época, que trataban de diferentes cuestiones englobadas bajo la etiqueta común de delitos contra las costumbres y el pudor: el ultraje público al pudor entre personas del mismo sexo (contra-natura), la protección de los menores de quince años (edad legal para el consentimiento) contra los delitos de ultraje sin violencia, el delito de homosexualidad, los actos impúdicos y contra-natura con menores de veintiún años y la violación. La edad legal para el consentimiento en las relaciones sexuales era, de hecho, solo una de las cuestiones, aunque terminó siendo de las más debatidas. Finalmente, la edad legal de la denominada mayoría sexual será mantenida en la legislación aprobada por el subsiguiente gobierno socialista de François Mitterrand (15 años, independientemente de la orientación sexual).
En relación con la evolución de los movimientos de liberación sexual, es necesario señalar que, con el correr de los años, asistimos a un desplazamiento de la lucha o de la intensidad de las luchas desde los derechos de los homosexuales hacia la despenalización de las relaciones sexuales con menores consintientes, donde la reivindicación de la libertad sexual de los menores y de su derecho a gozar termina convirtiéndose, finalmente, en un discurso sostenido por los adultos.
En este desplazamiento, tienen lugar manifestaciones públicas por la despenalización de las relaciones sexuales con menores cuando medie el consentimiento, en otros términos, en defensa de determinados actos de pedofilia. Libération y Le Monde, entre los periódicos de mayor circulación, sobre todo el primero, sirvieron frecuentemente como tribunas. Pierre Verdrager, quien en su L’Enfant interdit ha sido uno de quienes han estudiado extensamente el debate sobre el tema, no duda en hablar de una “epidemia” de pedofilia, refiriéndose a la “multiplicación de la cuestión de la pedófila en el espacio público”. El término, evidentemente, no era socialmente percibido con las connotaciones, sobre todo éticas y jurídicas, que adquirió después.
No resulta posible simplificar ni todas las corrientes ni todos los argumentos. Por un lado, como señala también Verdrager, no toda la izquierda o el progresismo de liberación ha sido pro-pedofilia ni toda la derecha anti-pedofilia. Por otro lado, junto a argumentos que pueden ser objeto de análisis, aunque los rechacemos, nos encontramos también con posiciones más que extremas. Por ejemplo, quienes niegan la existencia de todo traumatismo infantil, incluso en los casos de violación; los que asimilan la penalización de los pedófilos a la persecución de los judíos, de los negros, de la mujeres o de los homosexuales; o quienes, en el campo de la ultraderecha, justifican la pedofilia como una forma natural de dominación.
Si dejamos de lado las posiciones extremas, el punto específico de la discusión, el que nos importa acá, se focalizaba en la cuestión de si, además del consentimiento, era necesario o no establecer una edad legal para poder brindarlo.
4. La solicitada de mayo de 1977
En relación con esta pregunta, son tres los textos relacionados con Foucault que debemos tomar en consideración: la mencionada carta de mayo de 1977, que solicitaba al parlamento la supresión de la edad legal; una conversación de 1977, titulada “Encierro, psiquiatría, prisión”; la transcripción de otra conversación que tuvo lugar en abril de 1978 y se publicó por primera vez en 1979, bajo el título “La ley del pudor”. Sobre todo, este último. Un texto colectivo, entonces, y dos conversaciones.
Otra carta abierta del 26 de enero de 1977 también forma parte del debate; pero la firma de Foucault, contrariamente a cuanto se ha frecuentemente sostenido, no aparece entre las de los sesenta y nueve firmantes. Su autoría ha sido reivindicada por Gabriel Matzneff. Respecto de la ausencia de Foucault, sabemos que se trató de un rechazo explícito. Esta carta remite al affaire des Yvelines. Tres hombres habían sido detenidos en 1973 y mantenidos durante tres años en prisión preventiva por caricias y abrazos con menores. El 26 de enero de 1977, un grupo de intelectuales (entre ellos, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Louis Aragon, André Glucksmann, Gilles Deleuze, Roland Barthes, Guy Hocquenghem, Jack Lang y Bernard Kouchner, padre de Camille) firman una carta abierta donde sostienen que tres años de detención son suficientes. Y reclaman su libertad.
Foucault sí firmó, en cambio, la petición de mayo 1977, titulada “Carta abierta a la Comisión de revisión del código penal para la revisión de algunos textos que rigen las relaciones entre adultos y menores”. Entre los otros firmantes, encontramos a Françoise Dolto, psicoanalista infantil, a quien también se le atribuyó erróneamente la primera solicitada, lo que dio lugar a una fuerte polémica en 2001. Otros nombres coinciden con los ya mencionados de la carta del 26 de enero.
Esta petición del mes de mayo involucra cuestiones muy precisas, algunas técnico-legales. En primer lugar, la afirmación del carácter problemático de las nociones de pudor y naturaleza, especialmente en relación con el concepto de contra-natura. Estas nociones, según se afirma, sirven más como instrumentos de coerción que como garantía de derechos. En segundo lugar, la distinción, a la que remiten los peticionantes, entre tribunales des Asisses y tribunales correccionales. En términos muy sucintos, entre delitos y crímenes, según la legislación francesa; entre juicio por jurados populares, un procedimiento más largo, y juicio por un tribunal colegiado, más expeditivo. Algunos de los elementos en juego en esta diferencia son la gravedad de las penas y la duración de la prisión preventiva. Y uno de los cuestionamientos de la carta concierne, precisamente, a la jurisdicción, Assises o correccional, a la que corresponden determinados delitos sexuales, sobre todo los que no conllevan violencia. En tercer lugar, la denuncia de la criminalización de la homosexualidad y, en particular, la discriminación legislativa que establece diferentes mayorías sexuales según la orientación, 15 años para los heterosexuales y 21 para los homosexuales.
Dos observaciones más resultan necesarias para comprender el tenor del texto de esta carta. En ella se remite al mencionado affaire des Yvelines y se sugiere que esos actos no sean considerados crímenes, sino delitos. Respecto de la edad legal para el consentimiento se afirma: “corresponde a la Comisión de Revisión del Código penal aportar una respuesta acorde con la época”.
Ahora bien, como ya señalamos, una de las cuestiones planteadas es la que se ha convertido en el foco del debate: la edad legal para consentir relaciones sexuales. En el texto de la carta abierta se afirma: “Los firmantes de la presente carta consideran que la entera libertad de los partenaires de una relación sexual es condición necesaria y suficiente del carácter lícito de esta relación”. No todo acto es lícito, entonces, pero esta licitud no tendría como condición necesaria la edad.
La formulación es, sin duda, discutible y constituye también una trampa. Discutible, porque ¿la edad no debería ser una de las condiciones de la entera libertad? Y una trampa, sobre todo desde el punto de vista de la aplicación de la ley, porque no implica, necesariamente, ni la penalización ni la despenalización de toda relación sexual con menores.
Para concluir, no puedo dejar de referir el párrafo final, que también resulta problemático. Para concluir, los firmantes proponen una modificación de la legislación vigente “en el sentido de un reconocimiento de los derechos del niño y del adolescente a mantener relaciones con las personas que elijan”.
En Mon dictionnaire du bullshit, Sorman sostiene que “los firmantes de esta carta “no se planteaban la cuestión del consentimiento del niño. En nombre de esta liberación total, que Foucault se aplicaba a sí mismo […]”. Se trata, sin duda, de una lectura tergiversada del texto. Pues, si bien, como señalamos, contiene expresiones problemáticas; sim embargo, por un lado, no plantea ninguna liberación total y, por otro, tiene como eje la cuestión del consentimiento .
5. “Encierro, psiquiatría, prisión”, 1977
“Encierro, psiquiatría, prisión” es una conversación de 1977 entre Foucault, David Cooper, Marie-Odile Faye, Jean-Pierre Faye y Marine Zecca. La ocasión fue una campaña por la liberación del disidente ruso Vladimir Borissov, que había sido confinado en un hospital psiquiátrico de Leningrado.
Luego de haber abordado el tema, Foucault dirige la discusión en otra dirección, en la medida en que también concierne a la función política de la medicina y de la psiquiatría. Comenta que se ha constituido una comisión parlamentaria con el propósito de reformar la legislación sobre la sexualidad y que habían requerido su opinión. Seguidamente afirma que, a su modo de ver, la sexualidad en general no debería ser objeto de legislación, pero hay dos dominios, sin embargo, que le plantean problema respecto de esta tesis general: la violación y la infancia. Respecto de la violación, la discusión gira en torno al objeto que debería tipificarse propiamente como delito, es decir, ¿el acto sexual como tal o la violencia?, ¿la violencia física o también la psíquica?
Respecto de la cuestión de la infancia, Foucault sostiene que las relaciones consentidas no deberían ser penalizadas, pero, al mismo tiempo, expresa sus dudas al respecto, en razón de los actos de seducción y de las figuras de autoridad: “[…] uno estaría tentado de decir que no es verdad que se puede obtener de un niño lo que realmente no quiere, por efecto de la autoridad. Y, sin embargo, existe el problema importante de los padres, del padrastro, sobre todo, que es frecuente”.
6. “La ley del pudor”, 1978
“La ley del pudor” es una conversación-debate de la que participaron, además de Foucault, J. Danet (abogado), P. Hahn (periodista de una publicación vinculada a la comunidad homosexual, Gai Pied) y G. Hocquenghem. Tuvo lugar en abril de 1978 durante una emisión radial de France Culture y fue publicada por primera vez en 1979. El tema que abordan es la mencionada reforma sobre la legislación sexual. Esta conversación se organiza en dos partes, una serie de intervenciones de los tres participantes y un posterior debate entre ellos.
Las intervenciones de Foucault pueden resumirse en cuatro puntos. Primero, la afirmación de la existencia de dos corrientes en pugna en la revisión de la legislación penal concerniente a la sexualidad: una corriente “liberal” (es el término utilizado por Foucault), y otra de sentido contrario. El surgimiento de esta corriente reaccionaria es, según Foucault, lo que lo ha motivado a participar de la emisión radial. Segundo, la afirmación acerca del carácter impreciso, en términos legales al menos, de las nociones de pudor, atentado a las costumbres y ultraje, lo que ha permitido que la legislación vigente sea utilizada de manera tácticamente útil por el poder político y la policía. Tercero, las implicancias y riesgos de un nuevo poder médico en la legislación y judicialización de los delitos sexuales. Y cuarto, lo que denomina la aparición de un nuevo dispositivo en relación con la sexualidad. Me permito una larga cita al respecto, porque, de algún modo, está en relación con la actualidad de la cuestión que abordamos:
“Vamos a tener una sociedad de peligros, con aquellos que se encuentran en peligro, por un lado, y los que son peligrosos, por otro. Y la sexualidad ya no será un tipo de conducta con unas prohibiciones determinadas, sino una especie de peligro errante, una especie de fantasma omnipresente, un fantasma que actuará entre hombres y mujeres, entre niños y adultos, y quizás también entre los propios adultos, etc. La sexualidad se volverá una amenaza para todas las relaciones sociales, para todas las relaciones entre personas de diferentes grupos de edad, para todas las relaciones entre individuos”.
Ahora bien, la cuestión del consentimiento y de la edad legal para poder brindarlo aparece, sobre todo, en el debate que sigue a estas intervenciones. En este sentido, el entrevistador le dirige una pregunta precisa a Michel Foucault: “La opinión, incluso la opinión experta como la de los médicos del Instituto de sexología, se pregunta a qué edad hay consentimiento cierto. Es un gran problema”.
Foucault responde, por un lado, que “es difícil establecer barreras”y que fijarlas por ley “no tiene mucho sentido”. Por un lado, argumenta que es necesario dar credibilidad a la palabra de los menores; por otro, que el haber alcanzado los dieciocho años no es garantía de no estar bajo coerción. Seguidamente sostiene el carácter contractual de la noción de consentimiento.
En resumen, la acusación de promoción de la pedofilia, en relación con Foucault, concierne a las mencionadas expresiones de la carta abierta de mayo de 1977, acerca de la entera libertad como condición necesaria y suficiente del consentimiento; a la reivindicación del derecho, por parte de niños y adolescentes, de mantener relaciones con quienes deseen; y a la afirmación sobre la dificultad e inutilidad de establecer la barrera de la edad legal.
En este sentido, en relación con lo que Pierre Verdrager denomina la “epidemia” de pedofilia, es decir, el espacio público ocupado por esta cuestión en la década de 1970 en Francia, llama la atención las pocas referencias que encontramos en los textos foucaultianos.
7. Foucault contra Foucault
Podemos retomar, ahora, la tercera de las cuestiones planteadas, ¿qué hacer con la obra de Foucault?, ¿leerla de otro modo?, ¿cancelarla? Debemos responderlas, más que apoyándonos en las afirmaciones de Sorman en relación con las afirmaciones suscritas por el propio Foucault en el texto colectivo de mayo de 1977 y en las referidas conversaciones de 1977 y 1978. Y, sobre todo, atendiendo al significado que tienen, no tanto Mon dictionnaire du bullshit, que no es ni representa la voz de ninguna víctima, sino La Familia grande y Le Consentement.
Personalmente, no encuentro suficientes razones para cancelar la obra de Foucault. Sostener que es la obra degenerada de un degenerado releva más de posicionamientos ideológicos que de análisis conceptuales precisos. Para que quede claro, ninguno de los libros de Foucault propone una defensa de la pedofilia.
Pero las referidas expresiones del texto colectivo de mayo de 1977 y de las dos conversaciones deben ser sometidas a crítica; incluso y sobre todo a partir de los propios libros de Foucault. Entre otras razones, por el uso que se puede hacer y se ha hecho de estas formulaciones. Pues en ellas, aunque el propio Foucault también plantea dudas y reparos al respecto, como vimos, nos encontramos con lo que bien podría denominarse un utopismo del consenso y del discurso de liberación. A este utopismo hay que pasarlo por el tamiz conceptual de Vigilar y castigar y de La voluntad de saber. La idea de consenso es utilizada, en efecto, de manera abstracta, como si pudiese ser siempre límpido, solo contractual, como si su práctica no estuviese atravesada por múltiples relaciones, incluso de poder. El consenso es, sin dudas, necesario; pero, en el orden de la sexualidad, no siempre suficiente. Y los discursos de liberación sobre los niños y adolescentes, son tomados como si en ellos, contrariamente a una de las tesis centrales de La voluntad de saber, no se pudiera esconder ninguna forma de dominación. Cuando las asimetrías entre las partes son más que evidentes, ni el consenso ni la liberación son, en definitiva, condiciones suficientes. El vicio del consenso y la dominación de la liberación es lo que emergen, precisamente, cuando se hace visible la voz de las víctimas, cuando leemos Le Consentement o La Familia grande.