Cuando recibió a Radar, Minujin estaba a pocas horas de viajar a Grecia, un país donde “las personas son felices y cantan en las cantinas”. Allí iba a empezar, con público y todo, es decir, de verdad, su aventura de documenta14: con la performance que efectivamente realizó el 8 de abril. Antes de subir al avión, la ansiedad de Minujin tenía un nombre, Ursula, y un lugar, el Museo de Arte Contemporáneo de Atenas. “Viste que los griegos tienen una deuda externa anterior, de 1930. No sé qué pasó con los alemanes, pero se llevaron una cantidad de cosas y la tienen pendiente desde el año 1930. Después entraron en la Unión Europea, pero Grecia está cada vez peor. Entonces la performance está pensada para el hall del museo. En un cuadrado de cuatro metros por cuatro, va a haber 400 kilos de aceitunas verdes y negras. Y yo me voy a sentar en una silla, y la doble de Angela Merkel, que es idéntica, ¿la viste? ¡Trinidad! ¡Traeme las fotos de Ursula! -ruega Minujin, y en minutos se materializan cuatro imágenes de una señora vestida, peinada, retratada como Merkel, con el gesto típico de las manos y todo.
Es idéntica.
–¡Sí! Bueno, ella va a estar girando todo el tiempo 180 grados sobre su silla y yo sobre la mía, hasta que al final nos vamos a encontrar y le voy a pagar. Mientras gira, va a hablar en alemán diciendo cualquier cosa, lo que se le ocurra, todo el tiempo.
¿Usted sabe alemán?
–No, nada. Que diga lo que quiera, pero que haga ruido.
¿Y después?
-Va a ser como pasó con Andy Warhol y con la doble de Margaret Thatcher: quedan las fotos. ¿Ves esa foto chiquita ahí? -dice mientras señala una de las imágenes de aquella performance de los choclos-. Está en el Museo Warhol ahora, y en otro museo más. En ese momento no había photoshop, ahora lo podría hacer sin ir.
La imaginación de Minujin postula realidades alternativas en las cuales modifica obras de hace décadas con la tecnología de su presente, cualquiera sea uno y otro momento. Hay un pasado, y en ese pasado fue probando límites de acuerdo a la medida de su deseo, que en lo artístico nunca fue muy modesto, jamás mesurado. De las paredes de su taller cuelgan piezas de archivo de todo tipo: obra, pero también lo que esa obra supo provocar; afiches de vía pública que dan cuenta de cuánto Minujin supo -y sabe- que la amistad entre arte y mercado publicitario es mucho más que posible; telas que servirán de muestra para otras obras; fotos de ella en sus infinitas etapas, en las que, con o sin gafas espejadas, siempre es reconocible. Ampliada en uno de esos rincones una hoja impresa replica un cable informativo. “Una artista argentina entalcó al público y desorientó a críticos”, dice el título de una pieza que la agencia italiana Ansa distribuyó en 1965, el día en que Minujin realizó el happening Suceso plástico en el estadio Luis Troccoli, en Montevideo. “Una insólita demostración ofreció la artista argentina Marta Minujin en el estadio de Cerro. La propia anfitriona manifestó poco antes del llamado happening (acontecer) que los espectadores tendrían en un breve lapso -donde el tiempo quedaba anulado- ‘la experiencia de acontecimientos conmovedores y perdurables’ que ella consideraba también arte. Al abrirse el estadio, 15 motos policiales rodearon a 200 personas y las llevaron al centro del mismo, haciendo sonar las sirenas. Un grupo de atletas elevaba a los concurrentes y los depositaba en tierra. Al mismo tiempo, un grupo de damas embetunaban a los atletas y hermosas chicas besaban a los espectadores. Luego, un helicóptero arrojó gallinas, lechugas, globos y talco y sobre la nutrida concurrencia perpleja. Los críticos se confesaron desorientados”.
Pero a pesar de las décadas, de las puertas que abre el nombre, de las metas que no se propuso y sin embargo cree que cumplió, de las performances y los happenings y las obras materiales que volvió reales en tantos años, Minujin dice que hay dos ideas que no pudo hacer tal como las imaginó. Una es La mujer del tercer milenio, de la cual comenzó a hablar públicamente hace alrededor de quince años, cuando el Museo de Arte Moderno porteño le habilitó un sector para armar lo que iba a ser una pieza monumental en hierro soldado. Llegó a terminar la estructura, recuerda, pero “al agarrarla, las grúas cortaron en dos la pollera. Tenía las piernas, los brazos, las manos, parte de la cabeza. La rompieron en mil pedazos. En mil”, y allí quedó, desmembrada, desperdigada. “La mujer del tercer milenio iba a estar bordada por hombres. Porque en el segundo milenio la mujer bordaba y los hombres usaban la ropa. Acá iba a ser totalmente bordada por hombres. Era de hierro, toda trama perforada y después soldar y soldar, un trabajo manual que ya casi no se hace. Era una maravilla de trabajo artesanal, pero la fueron rompiendo, rompiendo, rompiedo hasta que no quedó nada. Quedaron las piernas y ahora la van a colgar en Barracas, en un lugar de Gobierno de la Ciudad”. La otra obra en la que no deja de pensar es una que alguna vez dibujó en una especie de mapa de ideas, un recorrido que cuelga en una pared algo escondida del taller.
“Ese dibujo son todos los mitos juntos: el Carlos Gardel de fuego, la Torre de pan lactal, el Obelisco de pan dulce, la Estatua de la libertad de hamburguesas, el Partenón de libros…
Al fondo en ese dibujo hay algo más, algo redondo.
–¡La pelota de fútbol de dulce de leche!
¿La va a hacer alguna vez?
–Sí, la voy a hacer. Algún día. Lo fui a ver a Mastellone. Pero la agencia de publicidad me hizo la guerra no sé por qué y terminaron haciendo un tarro de leche gigante.
No es lo mismo.
–¡No! Yo quiero hacer la pelota de fútbol de dulce de leche sólido. Así la gente se la come.