Ahí están las heroínas del sexo: traseros armoniosos y bustos apechugados que amenazan con desmadrarse de sus escasas ropas. Piernas interminables, sedosas, desnudas. Impecables, maquilladas, bien teñidas y peinadas. No se sabe cómo, pero durante durante su huida atravesando desiertos, pastizales o multitudes salen más bellas. Después de dar o recibir palizas siguen como si nada -a lo Bad Bunny- o disparan como la protagonista de Corre, Lola corre, en donde Franka Potente se la pasa emulando al Correcaminos perseguido por el Coyote.
Las tres estrellas de Sky Rojo -Lali Espósito (la argentina), Verónica Sánchez (la española) y Yani Prado (la cubana)- se autoidentifican alternativamente con el ave o con el zorro de los dibujitos animados. Dudan en discernir si son el Coyote o el Correcaminos, es decir, perseguidoras o perseguidas. Finalmente deciden que ellas son las zorras, pero a diferencia del animé, aquí se proponen cazar realmente al correcaminos-proxeneta. ¡Bip! ¡Bip!
Glamour, glitter y sensualidad. Estas víctimas de trata parecen más bien protagonistas de una action movie refulgentes de barroco. Esteticismo. Netflix todo lo presenta en crujiente papel glasé, rosas rococós rosadas y abundante purpurina. Wonderwomen en lugar de víctimas. No porque no reciban injurias, agravios y humillaciones, sino porque la puesta en escena no promueve conmoción ni toma de conciencia, entretiene desde su formato de historieta animada con música como efectos especiales.
“Striptease privados” figura entre los tuneados del convertible rojo en el que se desplazan las fugitivas. Encandilan con astucias, preparación física y osadía temeraria a lo Thelma y Louise, la road movie de 1991, de Ridley Scott. Allí Geena Davis y Susan Sarandon se fugan de destinos adversos. Corredoras de caminos que responden con armas a la violencia machista, como las chicas de Sky rojo.
Esta serie se promocionaba como abolicionista, resulta puro estereotipo. Esquematismo y consignas feministas que, bajo lo paródico del Pulp latino (deudor de Tarantino) se convierten en clichés: “no es no”, “si no hubiera persona que pagan por follar, no habría personas raptadas para la trata” y cosas por el estilo.
En Sky rojo reina el maniqueísmo: bien y mal sin tonalidades, todo o nada. Las chicas son tan sugerentes que dan más para el cachondeo heterosexual varonil que para denuncias socio humanitarias. En ese puterio babilónico se mezcla sin criterio alguno trata, prostitución y trabajo sexual. No es lo mismo. Alguien dijo que si se le quitara el sonido a la película sería pornográfica. Aunque el relato insistente de cómo las victimizaban también es bastante pornográfico.
Dos son meretrices por elección otra por obligación, ahora, secuestradas. Pero ellas ¡regias! durante los ocho episodios de la primera temporada. Y no es que vivan entre algodones. Maltratos de rufianes y clientes, madres entregadoras, hijos lejanos, crímenes de los que hay que huir, palizas y abusos no parece hacer mella en sus cuerpos perfectos. Las tres gracias (Laly Espósito espléndida) salen indemnes cual personajes de comic de las peores situaciones.
Matan gente sin querer queriendo, no se sabe de dónde pero siempre tienen dinero y, por su fortaleza física y sus caritas rozagantes, lucen alimentadas a pura fibra, no les sobra un gramo de grasa ni sus pieles dejan de lucir hidratadas, como si las fugitivas llevaran un invisible tráiler provisto de gimnasio, maquillaje, vestuario, variada bisutería y primeros auxilios.
Después de quedar tiradas en medio del desierto con lo puesto (que es tan mínimo que no se sabe si tiene estatus de ropa) siguen tan deliciosas como antes, como si nada hubiese ocurrido y -sin bolsillos ni carteras- sus teléfonos celulares, (¿de dónde salen?) funcionan maravillosamente aun en medio del desierto de Tenerife. Un drama convertido en comedia es válido como recurso estético -Roberto Benigni hizo algo similar con La vida es bella- Pero no lo vendas como aporte a la lucha feminista.
“El periódico es el catecismo de la época moderna”, decía Hegel. “Netflix es el catecismo de nuestra época póstuma”, podríamos decir ahora. Los colores recién estrenados no supieron ni quisieron expresar el horror de la trata. No es que haya que ser sórdido para ser militante, hay que ser mínimamente coherente. Sky rojo está orientada al imaginario macho. La dirigen Álex Pina y Esther Martínez Lobato, creadores de La casa de papel. Las chicas, que se declaran violadas por sus clientes prostibularios, ensayan por momentos un discurso abolicionista, aunque medio que consiguen el efecto contrario, a fuerza de tanta descripción morbosa alimentadora de voyerismo, más que de moralismo
* * *
“Si sos una terapeuta sexual y masturbás a un paciente porque lo estás ayudando a sentir estímulos, ¿es distinto de lo que hace una prostituta? Se trata de actividades laborales, ¿qué más da qué parte del cuerpo uses? Parecería que al sexo se lo subestimara, en cambio al cerebro se lo sobrevalorara. Cobrar por tener ideas está bien visto, pero ser hábil sexualmente no. Una prostituta es una guarra, pero una profesora es respetable. No lo veo. Ambas venden: una su sexo otra su cerebro. La prostituta tiene un don como cualquier otro”, declara la investigadora María Blanco, autora de Afrodita desenmascarada. Pensemos un guion para spot televisivo. Tres profesoras raptadas para enseñar filosofía a señores cachondos de cultura que, obviamente, les pagan a los proxenetas culturales. Suena absurdo, tan absurdo como decir que lavar los calzoncillos de un millonario que ni te registra es más digno que hacerle una felatio a un cliente que te prefiere. ¿Por qué cocinar para privilegiados que te menosprecian por mucama es más digno que aceptar el cosquilleante cunnilingus de un cliente? Hay que sacar el sexo del closet y que cada quien se declare como guste. Las mujeres que militan para que la prostitución sea un trabajo -escribe Paula Giménez- están enojadas con la relación directa que tiene Sky rojo con la trata. Sin embargo, ¿de verdad es un problema entre clientes y rufianes? ¿O el conflicto proviene de la lectura patriarcal que se hace de la sexualidad de las mujeres, en una cultura de la violación y la manipulación de quienes carecen de poder? ¿O con un sistema entero, incluido Netflix, que factura con la problemática de la sexualización del cuerpo de la mujer?