“Construyo mucho desde la forma, partiendo no tanto del qué contar sino del cómo hacerlo. Quizás tenga que ver con el hecho de venir del mundo de la arquitectura”. Quien sentencia y detalla, dejando de lado de manera tajante ese viejo hincapié en el guión como sumatoria de situaciones y diálogos, es el cordobés Moroco Colman, director debutante que viene de estrenar su película Fin de semana en el Festival de San Sebastián, en la sección Nuev@s Director@s. Y que por estos días anda presentándola al público del Bafici, de cuya Competencia Argentina forma parte, a pocos días de su lanzamiento comercial, el jueves 4 de mayo. “La casa que se ve en la película es la mía y es ese espacio, cerca del lago y la montaña, el que dio origen a los personajes y a la historia. Tanto de un cortometraje del año 2010, también llamado Fin de semana, como del largo, del cual no quedó prácticamente nada del relato original. Además, teniendo en cuenta que los procesos de escritura y realización suelen ser extensos, uno suele cambiar y eso trae aparejado que también cambie el proyecto. En mi caso, en el tiempo que medió entre el corto y el largo murió mi padre, y eso generó cosas del ámbito privado que terminaron influyendo en la película”. Además de arquitecto, Colman supo ser dj profesional allá por los años 90, elemento que, siempre según su punto de vista, le aportó al film una cierta cadencia o ritmo. “Además, es importante saber algo de música, porque la relación con el compositor de la banda de sonido es siempre muy complicada”.
Poco se sabe de la relación que une a Carla y a Martina, las protagonistas excluyentes del relato. Y apenas poco más se conocerá cuando los títulos de cierre comiencen a trepar por la pantalla, aunque el espectador, a esa altura, ha unido las líneas de puntos y sacado sus propias conclusiones. Sí se sabe, desde un primer momento, que esa mujer de unos cuarenta y pico de años, que sale del lobby del aeropuerto de Córdoba y toma un taxi para llegar a su destino final, hace tiempo que no visita esos pagos. Carla no encuentra a nadie y dormita en un sillón del patio; será despertada por los ruidos de unos pasos, entre ellos los de Martina, la dueña de casa, una chica joven, de unos 22 o 23 años. Un beso y un abrazo que parecen trámites, una sonrisa algo forzada, un comentario que se oye a lo lejos, hacen pensar que la de esas dos mujeres es una relación que supo ser muy cercana, quizás incluso fuerte, pero que la distancia y algunos hechos del pasado han enfriado en gran medida. La razón del reencuentro también es evidente: una muerte reciente. Y, se sabe, los casamientos, los nacimientos y las muertes quizás sean las instancias más irremediables para esas reuniones que usualmente suelen evitarse.
“¿Quién le avisó, la puta madre?”, grita Martina desde adentro de la casa. La encargada de darle vida es la joven actriz cordobesa Sofía Lanaro, quien luego de un extenso viaje con algo de iniciático por Asia y Europa ha decidido ahora instalarse en Buenos Aires. Carla, por otro lado, está interpretada por María Ucedo, actriz con una importante trayectoria tanto en el cine (Juan y Eva, Lluvia, La utilidad de un revistero, Deshora) como en el teatro, medio en el cual continúa desarrollando una parte importante de su carrera, a más de 25 años de su participación como miembro fundacional del grupo de teatro y danza El Descueve. Tanto Ucedo como Lanaro elaboraron sus personajes a partir de esa información concreta que la película no revela al espectador. “Nosotras teníamos el dato sobre el vínculo entre los personajes, que no podemos compartir porque Moroco no quiere”, dice entre sonrisas Ucedo. “Es decir, sabíamos que esa información no iba a ser explícita en la película, pero era importante para nuestro trabajo como actrices. El rodaje fue cronológico en su mayor parte y Moroco no quería darnos demasiados datos sobre el pasado de los personajes. A veces uno como actor pide esas cosas, pero no todos los directores trabajan de esa manera. En este caso fue cuestión de tirarse a la pileta”. Para Sofía Lanaro, que por primera vez participa de un largometraje en un papel protagónico, “ese misterio del vínculo era algo que también explotábamos durante el rodaje. Algo que, de alguna manera, refleja esa relación no desarrollada del todo entre los personajes”. Según Colman, “lo importante es que cada espectador imagine esa relación según su experiencia. Tuve mucho cuidado con la manera en la cual el film brinda o esconde información a nivel narrativo y no quería que todo fuera servido en bandeja”.
Tres miradas en una
La historia transcurre a lo largo de tres días, durante ese fin de semana que ya el mismo título anticipa. Sin embargo, la película cambia, muta, se transforma de diversas maneras. De un formato 4:3 (casi cuadrado, el estándar hasta los años 50) pasa a una pantalla ancha de 1:2.35 (lo que algunos siguen llamando Cinemascope) y de allí al 16:9 convencional en estos tiempos; esos segmentos, a su vez, varían sutilmente los tonos y contrastes de su imagen, que fueron responsabilidad de tres directores de fotografía diferentes: en estricto orden narrativo, Gustavo Biazzi, Fernando Lockett y Pablo González Galetto. Cada uno de esos “capítulos” ofrece asimismo una cualidad sonora diferente, partiendo de un audio casi monoaural para abrirse a un espectro de cinco canales y retrocediendo finalmente al tradicional estéreo. Todos esos cambios se producen de manera poco abrupta y el espectador menos atento quizás no los note. Más allá de la impresión de tratarse de datos duros del departamento técnico, para Moroco Colman tienen una relevancia radical en los aspectos dramáticos y estéticos de su film. En el cine, la técnica es esencial e indivisible de los aspectos creativos. “Tiene que ver con esa idea de ver fondo y contenido como una sola cosa. Me parecía interesante e incluso un desafío contar una historia que, de alguna manera, es convencional y lineal, pero de una manera cambiante. En Lejos de ella, de Jia Zhangke, por ejemplo, se usan tres formatos distintos pero cada uno de ellos se relaciona con tres épocas diversas. En el caso de Fin de semana, lo que va variando es el vínculo entre ellas dos, su estado emocional. En la primera parte, durante el reencuentro, hay una frialdad evidente entre Carla y Martina, y me parecía que el 4:3 generaba la impresión de un faltante en la imagen, reflejo a su vez de cierta carencia vincular. La fotografía allí es descolorida y muy contrastada y los planos tienden a encuadrar a los personajes por separado. Durante el segundo segmento, cuando Carla se va de joda a la noche, la película incluso se corre de la trama principal; allí la imagen crece de manera horizontal, priman los planos generales, el montaje es menos abrupto y todo eso es acompañado por una fotografía donde abundan los colores primarios, sobre todo el rojo y el azul. En el tercero, finalmente, la historia retoma su centro y los personajes comienzan a encontrar un cauce para su vínculo, es por ello que los encuadres son más equilibrados, hay preponderancia de los planos-secuencia y la luz es natural y suave. La idea, de todas formas, era que no fueran tramos separados, divididos como si fueron capítulos, sino que se tratara de un continuo narrativo”.
Los vínculos tóxicos
La primera y más extensa de esas “partes” permite conocer aspectos de la vida de Martina: detalles de la relación con su padre muerto, su afición por la música y la batería, el contacto con algunos amigos de la familia, entre ellos el personaje interpretado por la también cordobesa Eva Bianco y con su hijo en la ficción, Diego (Lisandro Rodríguez), con quien mantiene en secreto un vínculo sexual marcado por el deseo físico y, también, cierto grado de violencia. Es esa relación, definitivamente tóxica a los ojos de Carla, la que detona un nuevo frente de conflicto entre las dos mujeres. Las escenas de sexo de Fin de semana resultan francas y directas y, para Colman, es una manera de confrontar con la manera en la que suele representarse el sexo en el cine argentino: “No ocurre siempre, pero muchas veces hay como un gran desvío a la hora de mostrar el sexo, como si se lo esquivara. No sé si tiene que ver con cierto puritanismo, pero eso genera un problema de credibilidad en las películas. No fue fácil el casting, porque había que encontrar actrices y actores que no tuvieran problemas con la desnudez y con hacer escenas más explícitas. Me interesaba lo sexual como una parte importante de la caracterización de Carla y Martina, algo que, a la vez, da algunas pistas sobre el vínculo entre ellas”. “Se usó una prótesis”, revela Lanaro sobre un momento puntual del film, en el cual el sexo anticipa un quiebre no sólo en su relación con Diego sino también con Carla. “Me preparé física y mentalmente para asumir ese riesgo, porque algunas escenas involucraban a mi cuerpo de muchas maneras. Fue fuerte y desafiante, porque la violencia, aunque se esté actuando, está presente y la recibís. Y es una relación particular la de esos personajes, porque si bien hay un goce mutuo también hay una cierta manipulación de alguien que es mayor y tiene más experiencia. Hay una rebeldía en Martina que se expresa, en parte, a través de la sexualidad”. Acota Ucedo que “por otro lado, el de Martina no parece ser un personaje que se deje someter fácilmente: es fuerte y dice lo que quiere. No es sumisa en lo más mínimo. Creo que hay una manipulación y un uso de la violencia que es mutuo”. Carla también atraviesa una situación inesperada en la cual el deseo abandona la contención del ritmo cotidiano. El encuentro en un casino con un viejo amigo de la juventud, interpretado por Jean Pierre Noher, habilita la posibilidad de un escape fugaz hacia el desborde gozoso. “Mi personaje siente que no puede reestablecer el vínculo con Martina, ni siquiera acercarse, y creo que ahí salta algo ligado a su pasado, a escaparse. De allí a una fiesta y a algún que otro exceso, que también es un punto de inflexión en la historia, porque la vulnerabilidad resultante y una suerte de cambio de roles van a permitir un primer acercamiento verdadero con ella”.
Al fin y al cabo, Fin de semana es una película sobre las relaciones que se establecen entre los seres humanos más allá de las etiquetas sociales y familiares, algo que Moroco Colman aborda con armas bien alejadas de la dramaturgia psicológica convencional –en la cual todo resulta transparente luego de las vueltas de tuerca del “tercer acto”–, haciendo hincapié en la posibilidad de un atisbo de empatía como primer paso para la comprensión y el encuentro. “El pibe nunca le va a dar a Martina lo que ella quiere, pero, por otro lado, hay una confluencia en esa cosa medio sadomaso que se da entre ambos”, continúa el realizador. “Existe una ambigüedad que quería trabajar, la idea de que no hay personajes que tienen la razón y otros que no la tienen. Vivimos en una cultura tan machista, está tan instalado eso, que muchas mujeres son más machistas que los hombres. Por eso me interesaba tocar también ese tema”. El naturalismo de las escenas está marcado por un estilo de dirección actoral que el director describe claramente: “No me interesaba marcar a las actrices todo el tiempo, sino dejar que las situaciones se desarrollaran a partir de algunas directivas. A veces ellas se me ponían un poco en contra, pero eso justamente es lo que hizo que las cosas funcionaran. Las dos son de Tauro, con un carácter muy fuerte (risas). Por otro lado, Sofía no respondía tan bien ante mucha marcación de mi parte y con María ocurría exactamente lo contrario. Lograr un equilibrio entre los tres fue el gran desafío y creo que lo logramos”. Ucedo confirma que los diálogos del guion eran cortos y que “había libertad para desarrollar las escenas. Eran casi una excusa, algo situacional. Creo que Moroco confió en el devenir de la película, en esa falta de información sobre los personajes, en no delinearlos tanto sino tirarlos sobre el tablero de la historia”.