Sergio Blanco figura en las biografías de internet como dramaturgo y director franco-uruguayo, aunque podríamos decir que es montevideano de nacimiento y parisino por adopción. Es, eso sí, una de las voces más poderosas del teatro uruguayo de los últimos tiempos, no solo por su proyección internacional –sus obras se estrenan por todo el mundo– sino por la contundencia de un trabajo que sintetiza latitudes con una poética personal y renovadora. Para muestra basta un botón: su primera obra la dirigió nada menos que a los dieciocho años. Era un Ricardo III de William Shakespeare que montó en un pequeño castillo en el Parque Rodó de Montevideo, en una puesta tan hermosa y veraniega que ganó el Premio Florencio Sánchez de la Asociación de Críticos Teatrales del Uruguay que en aquel entonces venía acompañado de una beca de estudios en Francia. Desde entonces hasta hoy Blanco vive en la ciudad de las Luces, desde donde periódicamente retorna para estrenar sus obras, visitar a su familia, ir a caminar por el Cementerio Central y tomar helados en la heladería del barrio de su infancia.
Hace pocas semanas Blanco estuvo en Buenos Aires para el estreno de Tebas Land, la pieza que él escribió y montó en Montevideo en 2016 y que hoy está en Timbre 4 con dirección de Corina Fiorillo, actuación de Gerardo Otero, Lautaro Perotti y un éxito apabullante. Sala llena, unanimidad de críticas. Tebas Land está estructurada como una investigación realizada por el propio autor acerca del parricidio. La ciudad de Tebas –donde vivió y padeció Edipo– es es el escenario simbólico, pero el real está dividido en dos: una cancha de básquet dentro de una cárcel donde el joven parricida Martín Santos pasa sus días y una mesa de trabajo donde un autor llamado S. escribe la obra en torno al muchacho. La obra que vemos es, entonces, una investigación para escribir una obra. Una obra adentro de una obra, una autoficción sobre un proceso creativo. Una obra “con consciencia de sí”, como escribe Federico Irazábal en el prólogo de la hermosa edición de Tebas Land que acaba de realizar Ediciones DocumentA de Córdoba. Pero en esa puesta al descubierto de la construcción de una trama, en esa aparente desnudez de artificios también hay ficción. No es seguro que el conmovedor y escalofriante Martín Santos haya existido, que haya hablado con Sergio Blanco, que esa investigación haya tenido lugar alguna vez. Lo que es seguro es que el mecanismo por el cual nos lo cuentan funciona como una ilusión perfecta.
Y algunas de esas tensiones, la ternura dentro del horror, la mentira como punto de partida y desafío para el teatro, la verdad como algo que también se construye, están en su vida desde siempre. Por eso cuando se le pregunta por su primer recuerdo vinculado al teatro cuenta una historia que parece sacada de una obra suya: “Cuando tenía ocho años liberaron al padre de mi mejor amigo que era un prisionero político. Estábamos en plena dictadura. Mis padres compraron una bandeja de masitas para que se las llevara. Cuando la puerta de la casa se abrió, recuerdo que quedé aterrado con el estado físico de aquel hombre: parecía más un cadáver que un ser vivo. Nos sentamos todos en el salón de la casa y tomamos el té con las masitas. Yo estaba espantado ante aquella imagen: era mi primer encuentro con la miseria humana. Pero pese al horror que sentía, tuve que disimular todo el tiempo. Creo que esa fue mi primera escena de teatro.”
Naciste en Montevideo, pero hablás francés desde siempre, ¿Cuál fue tu vínculo con el idioma? ¿Se hablaba en tu casa?
–El español es mi lengua materna. Me gusta decir que el francés es mi lengua paterna. En mi familia se hablaba el francés y en el colegio al cual yo fui nos enseñaban francés, pero en realidad empecé a hablarlo en la adolescencia cuando me dije que era la lengua en la quería hablar y pensar. Y entonces allí intensifiqué mi estudio del idioma y poco a poco, empecé a descubrir a Stendhal, a Balzac, a Flaubert, a Montaigne y entonces desde ese momento supe que era la lengua en la cual quería vivir.
¿Cómo fue el momento en que te fuiste a vivir a París y decidiste quedarte?
–El mismo día que llegué a París supe que nunca más me iría. Desde la adolescencia soñaba con París. En mi cuarto tenía los mapas de la ciudad y del metro. Era una especie de Madame Bovary que no pensaba en otra cosa más que en París, en sus calles, sus puentes, sus museos, sus plazas, sus parques, sus cafés... Y por esto mismo llegar a París fue enfrentarme a esa experiencia maravillosa que supone siempre pasar del mapa al territorio.
¿Y siempre pudiste vivir de lo que hacés, estudiar y escribir?
–No, no siempre. Durante muchos años trabajé en París en una multinacional como Director de Recursos Humanos. Durante el día trabaja en un escritorio y de noche me dedicaba a escribir. Eran dos mundos opuestos. Antagonistas. En esa época el mundo diurno era el mundo de la desensibilización y del embrutecimiento, y el mundo nocturno era el lugar en donde por medio de la escritura intentaba des-escribir ese mundo diurno. Escribía para des-escribir. Hasta que decidí irme de la empresa, huir del mundo de los rendimientos y los despidos, de ese mundo que es una máquina para deshacer lo humano. Y empecé a dedicarme por entero a la escritura, a la dirección teatral y a mis clases. Del mundo de cifrar pasé al mundo de descifrar.”
Y así sigue hasta ahora.
La lengua en que vivimos
¿Es posible descifrar el mundo a partir del lenguaje? Pareciera que para un dramaturgo ese es el camino, ir de las palabras a las cosas. Quizás sea por eso que Blanco estudió paralelamente filología clásica y dirección teatral en la Comédie Française. Y desde entonces, no se ha quedado quieto. Desde 1998 lleva estrenadas más de quince piezas teatrales, muchas de ellas fueron traducidas, premiadas y estrenadas. Sus títulos más conocidos son Die Brücke (1999, Primer Premio del Concurso Nacional de Dramaturgia), Slaughter (2000), 45’ (2002, Premio Florencio al Mejor texto de autor nacional), Kiev (2003, Primer Premio del Concurso Nacional de Dramaturgia del Fondo Nacional de Teatro del Uruguay) Kassandra (2008), Barbarie (2009, Mención del Premio Internacional Casa de las Américas), Ostia (2013), La ira de Narciso (2014) y por supuesto, Tebas Land (2012, Nominación al Premio Award Off West End de Londres). Con un pie siempre en Uruguay desde 2008 integra la Dirección de la Compañía de Artes Escénicas Contemporáneas COMPLOT, junto con varios de los pesos pesados de la escena uruguaya: Gabriel Calderón, Martin Inthamoussú, Mariana Percovich y Ramiro Perdomo.
Da la sensación que tu dramaturgia está atravesada por la relación entre los clásicos y lo contemporáneo, de hecho tu formación en filología te debe dar todo un expertise en el asunto. ¿Qué estrategias has ido encontrando para pensar esa tensión?
–Para mí lo clásico y lo contemporáneo de alguna manera son una misma cosa que se articula en tiempos distintos, porque todo lo clásico fue contemporáneo en su momento y todo lo verdaderamente contemporáneo será algún día clásico. Lo que hago cuando escribo es desarticular el tiempo y entonces hacer que convivan ese supuesto pasado clásico y este supuesto presente contemporáneo. Y el resultado de esa desarticulación temporal será que Edipo Rey y Superman terminen compartiendo una misma experiencia.
¿Cuándo empezaste a trabajar con la autoficción en teatro? ¿Hay un quiebre en tu teatro a partir de este abordaje?
–Empecé a trabajar la autoficción hace unos cinco años, justamente con Tebas Land. Lo que me interesa es que se trata justamente de la asociación de relatos verdaderos con relatos ficticios en donde por oposición a la autobiografía en donde hay un pacto de verdad, en toda autoficción habrá siempre un pacto de mentira. Y esto es fascinante ya que, de alguna manera, lo que busca es mentir la verdad. Esto último es la esencia misma de cualquier emprendimiento artístico que siempre problematiza el vínculo entre lo verdadero y lo falso: ¿qué es verdad y qué no lo es? Con respecto a todo esto, Harold Pinter dice algo notable: “No hay distinción firme entre lo real y lo irreal; ni entre lo verdadero y lo falso. Una cosa no es necesariamente o verdadera o falsa, sino que puede ser ambas: verdadera y falsa”. Y luego, el otro aspecto que me interesa de la autoficción es que si bien toda escritura autoficcional siempre parte de un yo –de una experiencia personal– pero para ir más allá de ese sí mismo, es decir, para poder ir hacia un otro.
Y ya hablando de Tebas Land, ¿Hasta qué punto hay puntos de partida reales y hasta qué punto es una estrategia ficcional que el personaje se llame S.?
–En ningún momento se dice el nombre del personaje en la pieza, solo se dice que la inicial de su nombre es S. Es una autoficción en donde mi nombre aparece sugerido y un poco escondido. Me gusta que el personaje se llame solamente S. por varias razones. Primero porque la letra S es una letra hermosa, plantea un recorrido gráfico que es muy bello de seguir con los ojos. Segundo porque la letra S es también la primera letra de Sófocles a quien la pieza le rinde un gran homenaje. Y tercero porque S es también el logotipo de Superman que es un héroe de la contemporaneidad que me fascina ya que a mi entender es el símbolo por excelencia de la metamorfosis artística: Superman es un superhéroe que se transforma de una cosa en su contrario, es decir de un individuo torpe, miope, tímido como es Clark Kent, de golpe se transfigura en un ser extraordinario y súper poderoso. Y esa transformación, ese travestismo, para mí es un símbolo muy potente de lo que es el procedimiento de metamorfosis artística en donde una cosa se transforma en otra cosa. Clark Kent desaparece para transfigurarse en Superman al igual que los molinos se transmutan en gigantes. En cuanto a los puntos reales, el personaje de S. tiene muchos puntos en común conmigo, pero son más los puntos en los que diferimos. La autoficción no tiene que ser fiel ni a la realidad ni al documento, sino que parte de esa realidad, pero para traicionarla. S. es un personaje que me traiciona.
¿Qué te pareció la versión argentina?
–Viendo la puesta fui tan atrapado como espectador por la belleza que logró con todo su equipo, que por momentos me olvidé que era yo quien había escrito el texto. Esto es lo mejor que le puede pasar a un dramaturgo. Corina Fiorillo es una directora que logra entrar en las zonas más humanas del texto y las traduce en el espacio escénico como una verdadera poeta. Y los dos actores Lautaro Perotti y Gerardo Otero son dos bestias escénicas. Mientras los veía actuar me pasaba lo mismo que me pasa cuando veo jugar a Nadal y Federer: quería ver a los dos al mismo tiempo, no perderme nada del juego del otro a quien no estoy mirando. Y todo esto sucediendo en ese lugar que es Timbre4. Cuando uno entra tiene la impresión de sentirse una persona privilegiada. Cuando uno va tiene la explicación arquitectónica, arqueológica y antropológica de por qué los edificios teatrales en la antigua Atenas se construían al lado del templo a Esculapio, el dios de los médicos, es decir, uno entiende que los espacios como estos están hechos para hacernos sentir mejor.
Y algo de eso pasa al salir de Tebas Land. La sensación de haber entrado livianamente en una obra que nos recibe con franqueza, que se abre a contar directamente su historia a público, abrir los problemas del arte y la creación de la ficción: “Me encargaron una obra del teatro San Martín”, dice en el inicio, “Quise escribir sobre el tema del parricidio”. Pero esa aparente transparencia del relato es falsa, se irá complejizando frente a nuestros ojos, entramando referencias desde el mito de Edipo a Dostoievski, Truman Capote y otras resonancias literarias de muertes violentas y modos de contarlo. ¿Puede comprenderse un parricidio? ¿Es un parricidio el de Edipo, si él no sabía que al que mataba era su padre? ¿Se puede escribir una historia de un crimen real relatada por el victimario, sin caer en un problema ético? ¿Y si todo es mentira? ¿Y si sólo se trata de una historia más? Pero Tebas Land no es ni remotamente, una historia más. Por el contrario, es una historia extraordinaria que pone en juego tan profundamente la idea de verdad que refunda nuestras ideas sobre la ficción. Hay que ir a verla para comprobarlo.
Tebas Land se puede ver los viernes a las 20:45 y los domingos 19:15 en Timbre4, México 3554.