Todas las páginas son inquietas en los libros de Bruno Munari. Tienen vida y una extrañada picardía. Hay lunas que están insomnes. Elefantes que sueñan con cantar. Ilusionistas que buscan un tres de corazones en los lugares más inusuales. Y un universo complejo construido con pedacitos de papel móvil, que se arma y se despliega según la historia. Cuántas historias puedan contarse en una sola página, en un mismo escenario, o ante una misma duda existencial. Por momentos, divertidas y desopilantes. Por momentos, tan melancólicas e introspectivas que es difícil pensar en ellas solo como ensambles de libros para niños. La historia dice que Munari, un personaje trascendental de la inventiva de su época –cuyos textos, diseños y peculiares proyectos aun se estudian en carreras de arquitectura y diseño industrial en las facultades del mundo– estaba fastidiado por los libros infantiles de principio de los años cuarenta. “Aburridos y sin sorpresa” declaraba entonces, para explicar su propio emprendimiento. Demasiado apagados o indulgentes –literalmente, demasiado planos– para funcionar como un regalo digno que obsequiarle a sus propios hijos. Entonces, para el autor, la solución más lógica ante la carencia fue crear por si mismo una colección personalizada para chicos. Pero una extraña, provocadora, de dimensiones y perspectivas indecisas. Y en el lugar del niño, o más bien del lector –sin importar tamaño o edad, como luego lo han comprobado los lectores adultos– imaginó a un pequeño arquitecto. Que a punta de un despliegue de recortes, troqueles y pestañas, de distintos materiales que se hilan dentro de sus páginas, y de relatos directos y sensibles, pudiese encontrar una historia interactiva. Para investigar. Y, claro, para manosear.
Los libros salieron de la intimidad familiar más temprano que tarde, y se convirtieron en colecciones completas publicadas en Italia. Al mismo tiempo que el autor se desarrollaba como artista a través del Movimiento de Arte Concreto, grupo vanguardista que creó con algunos artistas contemporáneos, aproximándose al arte desde lo sensorial y lo abstracto. Y, en el caso de sus libros, asegurando que al leer no solo utilizamos las palabras. Hace apenas unos meses, la colección inaugural de estos libros –que data de 1945– se editó por primera vez en español, parte de una serie que tendrá 9 tomos, y que corresponde a la primera de este autor que alguna vez Picasso llamó: “El Leonardo de nuestra época”.
Bruno Munari, fallecido a fines de los años noventa, dejó además de una serie de peculiares investigaciones e inventos, decenas de libros infantiles que le valieron en los setenta el premio Hans Christian Andersen,“el pequeño Nobel” de la literatura infantil. Entre sus materiales predilectos: cartón, deshechos, papel vegetal, páginas agujereadas, pegadas y re-pegadas. Algunas características que representaron un desafío aun para las editoriales establecidas cuando quisieron reproducir más tarde estos inventos. Libros curiosos y adelantados para la época, que exploraban las posibilidades narrativas y comunicativas de lo visual y lo material, y que entendían al libro como un objeto integral. Con una ironía y sentido del humor característicos, Munari bautizó a algunas de estas publicaciones como “Libros ilegibles” o “Pre Libros”, pensando que las formas de narrar podían exceder el texto y también podían servirse de la encuadernación, el color, el diseño y los materiales, para contar estas historias pequeñas pero poderosas. Los tres primeros números de la serie en español, ya circulan en librerías locales a cargo del joven sello Niño, una pequeña editorial argentina que funciona a punta del entusiasmo de Pablo Curti, retomando libros inusuales y vanguardistas publicados hace 40, 50 o –como en el caso de Munari– hasta 60 años atrás. “Los de Munari son libros que tienen valor más allá del texto, exploran también lo sensorial. Ese es uno de sus grandes aportes, pero también es valioso el hecho de que trabaja con un lenguaje muy sincronizado con el lenguaje infantil. Ver el mundo con cierta ingenuidad, cierta lógica y sensibilidad del niño, no hablarle como un pequeño adulto sino con un lenguaje propio y afín. Tampoco contar historias moralizantes ni con un valor pedagógico explícito. Esto parece una obviedad pero no es tan fácil de conseguir. Muchas veces en literatura infantil te encontrás con lo opuesto. Muchas historias que quieren decir mucho, muy literalmente y no narrativamente”, destaca Curti. Sensibilidad y afán experimental que se ve ya en el recorrido del autor a través de las vanguardias históricas de su época, en sintonía con el futurismo y el surrealismo. Con las famosas “máquinas inútiles”, construcciones más poéticas que funcionales que problematizaban sobre el arte y la técnica (El tenedor parlanchín o la Máquina Sensible entre algunas ocurrencias). O sus estudios más que concretos y pragmáticos sobre el diseño y la didáctica infantil, que también le valieron premios y menciones en la academia. Tan formales como la Universidad de Harvard. Tan ocurrentes como el premio que otorga Lego.
Entre los tres libros ya editados y traducidos a toda textura y color, figura “El ilusionista amarillo”, sobre un mago que ha perdido algunos de sus hechizos. “Buenas noches a todos”, sobre el misterioso acto de dormir y “Nunca contentos”. En la portada de este último se asoma un improbable pececito con cuernos de buey y ojos de canario. Y entre sus páginas, una serie de animales que elucubra sobre la batalla espiritual –ciertamente más humana que animal– entre lo que uno es y lo que uno desearía ser. “Queríamos partir con este libro porque resume un poco el espíritu de la serie. Historias que parecen ingenuas pero son temáticas realmente poderosas” señala Curti. “Porque está el peligro también de perderse en toda esta parafernalia del objeto y de la forma, pero esto no sucede con Munari. Y es por las grandes historias universales que cuenta y que también tratamos de retomar con otros libros de la editorial. Sobre el amor, la soledad o el encuentro con el mundo adulto. Temáticas grandes que atraviesan el tiempo y las edades”.