En las últimas semanas, la curva de casos se acelera de manera exponencial y Argentina ya superó los 20 mil infectados en un solo día. En este sentido, el gobierno propuso medidas para intentar frenar el crecimiento: limitar la circulación nocturna y restringir el uso de transportes públicos constituyen los ejes principales a destacar. Frente a ello, de una manera esquemática, la sociedad se percibe dividida. Por un lado, los grupos que solicitan por medidas más restrictivas y, de ser necesario, la aplicación de nuevas cuarentenas; mientras que, por otra parte, representados por el principal partido opositor, están los que colocan el foco en no limitar las libertades individuales. Como en la realidad las posturas no son tan lineales, dos científicos sociales conversaron con Página/12 para desmenuzar y reflexionar dónde están las claves de los comportamientos frente a la pandemia.
“Una diferencia importante entre el año pasado y este, es el nivel de profundidad de la grieta y cómo ha atravesado toda la política frente a la pandemia. En vez de poder matizarse, las miradas se han vuelto polares. Se ve clarísimo en las tendencias de las redes sociales: están los que piden cierre y los que piden apertura, pero hay pocos que piensan la complejidad de las situaciones en cada momento”, señala Daniel Feierstein, investigador del Conicet y docente de la UBA y de la UNTREF. Luego continúa con su razonamiento: “Hacer lo posible para que todo esté mal es muy distinto a tener otra mirada de la realidad. Ese signo es el que hoy ha conquistado la conducción de los partidos de la oposición. En la primera mitad de 2020 no ocurrió y sí lo estamos viendo ahora con el comunicado que difundió Juntos por el Cambio. La línea Bullrich, de oponerse por el solo hecho de generar caos, parece ir ganando consenso”, sostiene el sociólogo.
El pensamiento sociológico, precisamente, lo que procura es iluminar los matices que conviven en la sociedad. Sobre esas heterogeneidades cabalga Ariel Wilkis, investigador del Conicet y decano de la Escuela IDAES (UNSAM). “Hay segmentos de la sociedad que están dispuestos a aceptar medidas más rotundas, por ejemplo, un nuevo confinamiento. Hay otros que se oponen de manera visceral a nuevas cuarentenas, mientras que hay otros que pueden tolerar cuarentenas parciales y entender la necesidad de restringir. Medidas, en este último caso, que puedan equilibrarse con algún grado de cotidianidad que se ganó durante el último tiempo”, plantea Wilkis. Desde la perspectiva del investigador ello implica el tema clases y, por otro lado, no volver a resignar lo laboral vinculado a la cuestión económica. La recuperación de actividades, desde su punto de vista, fue vivida como una reconexión, como retorno a la vieja normalidad que se había perdido durante 2020. Desde aquí, el rol de la política se vuelve crucial.
El rol de la política
“El problema es que pensamos que el 2021 va a ser como el 2020 pero el escenario es otro. El año pasado arrancó con restricciones totales y no había circulación de variantes, y al mismo tiempo, no había vacunas. La vacunación está avanzando muy rápido y muy bien, necesitamos que siga así, pero mientras tanto hay que cuidarse”, comenta Feierstein. En esta línea, apunta Wilkis: “Estará en la muñeca de quienes gestionan políticamente la pandemia poder controlar la expansión del virus, sin que esa parte de la sociedad que está en el medio se pliegue con aquellos sectores que se oponen de manera enérgica a cualquier tipo de medida”.
Bajo esta premisa, la política tiene mucho para ganar y, al mismo tiempo, mucho para perder. “La política tiene un rol enorme para jugar, un desafío muy grande que a la vez comprende un riesgo gigante”, suelta y sigue con su análisis. “El error más grande que se puede cometer es confundir a los anticuarentena con oposición al gobierno y procuarentena con progobierno. Los apoyos al gobierno y el vínculo con las medidas de protección frente al virus son más heterogéneas”. Sencillamente, hay personas afines al oficialismo que critican la cuarentena y la puesta en marcha de restricciones, mientras que hay opositores que estarían a favor de incrementar las pautas de cuidado y de potenciales confinamientos.
Como subrayaba Feierstein, lo positivo de este año es que hay vacunas y que, aunque todavía falta mucho (para alcanzar la inmunidad de rebaño se necesita el 70% y apenas se inoculó al 8%), los primeros resultados beneficiosos -al reducir la mortalidad- podrían advertirse en poco tiempo. “Es una carrera muy difícil entre contagios y vacunas, y necesitamos que ganen las vacunas. Por ello es importante que no se sigan multiplicando las infecciones de modo exponencial como lo están haciendo. Hasta mayo del año pasado existía una política de mayor cooperación y ahora hay una de enfrentamiento polar. Como resultado, se dificulta la toma de medidas más quirúrgicas”, describe.
Luego pone el foco en la presencialidad escolar para explicitar su postura y criticar una mirada sesgada que predomina en el espacio público y es promovida desde los medios de comunicación. “Es evidente que la presencialidad escolar ha sido una variable de crecimiento en los contagios. Ahora bien, si las discusiones se dan en términos de abrir o cerrar, es muy difícil poder resolverlo. Debemos ir hacia formas que, tanto educativa como sanitariamente, sean más viables”, opina. Después remata: “Si en febrero ya sabíamos que faltaban dos meses para tener a toda la población de riesgo inmunizada, ¿por qué hacer volver a todos los chicos a las aulas y no esperar un poco más? No se entiende”. Una propuesta podría ser, desde la mirada de Feierstein, seleccionar días de encuentro; que asista más seguido aquella población estudiantil que enfrenta mayores problemas de conectividad; que se pueda estructurar un sistema ordenado de utilización de la virtualidad.
Indiferencia y naturalización de la muerte
No todos los países del mundo construyen las mismas concepciones respecto de sus fallecidos como fruto de la pandemia. Sin ir tan lejos, en Brasil, estudios antropológicos y sociológicos, de una manera empírica, demuestran el desinterés que se forjó en algunos grupos de la sociedad respecto con las víctimas del virus. “En Argentina no se generaron esos grados de naturalización, en parte porque no se produjeron escenas de la naturaleza que caracterizaron a Brasil. Los cuerpos no se apilaron en las morgues de los hospitales porque el sistema de salud, tras prepararse, no colapsó”, expresa Wilkis. Luego continúa: “Precisamente uno de los éxitos de este gobierno es haber reconstituido el sistema sanitario, de manera que se eviten que se apilen fallecidos frente a los hospitales. Esa ausencia de una escena terrible, paradójicamente, habilita una postura pública de mayor indiferencia”. De este modo, la ausencia o la presencia de ese escenario marca un tipo de vínculo con la muerte y con los peligros que la pandemia acarrea.
“Ha crecido mucho la naturalización y la negación de la situación. Esto implica un contexto complejo: Argentina no logró contener la circulación del patógeno aunque sí, al haber aplanado la curva, su sistema de salud pudo aguantar. Como resultado, las restricciones se piensan como exagerados en relación a la presencia del virus. El problema es cómo romper esa naturalización haciendo tomar conciencia a la sociedad sobre algo que no ocurrió”, dice Feierstein.
Los muertos no se acumularon, pero ello no implica que no hayan existido ni mucho menos. Según el registro oficial, 56.634 son los fallecidos por la Covid-19 en Argentina. “Coincido con Wilkis, aunque acumulamos muchos muertos, no tuvimos esas imágenes de personas que fallecieran por no recibir atención. Nuestras muertes no fueron tantas menos (en términos de fallecimientos por millón) respecto de otros países que sí colapsaron el sistema, pero fueron a fuego lento”, puntualiza Feierstein. El colapso del sistema eleva la mortalidad porque aquellos individuos que podrían haber recibido la atención no lo hacen y, al mismo tiempo, elevan las defunciones por otras enfermedades y accidentes que no pueden ser debidamente tratados.
Muchas voces oficialistas critican una deficiencia en la falta de comunicación del gobierno. Opinan que el manejo de la pandemia, aunque con errores, fue correcto en líneas generales pero la difusión de los mensajes es poco clara. Wilkis reflexiona al respecto: “Por más comunicación política que hagas, son escenas que no se pueden diseñar. Porque nada de esto puede prepararse: no lo hizo el gobierno italiano, no lo hizo el español, ni tampoco el brasileño. Fue un desborde. Al no tener presente ese escenario resulta muy difícil comparar la relación de los argentinos con la muerte respecto de otros países”.