“Este libro es una gamberrada, no vamos a negarlo. Pero de las buenas, es decir, de las que merecen la pena”, anota en españolísimo el acta de presentación de El compañero de piso de mierda: Guía de supervivencia para compartir casa,  ejemplar que se propone como un ensayo pseudocientífico, “etnológico”, que identifica, cualifica, ejemplifica al, sí, sí, compañero de piso de mierda (CDM). Con delirantes intenciones, dicho sea de paso: dar a conocer cuán aventurada es la empresa de convivir con extraños (“un drama insondable”) y, a la vez, servir de práctico manual para desplegar estrategias de autopreservación, amén de que los lectores (jóvenes, extranjeros, millennials, mileuristas) salgan vivos de tamaña odisea. 

La odisea, vale decir, puede darse con distintos tipos de CDM: borrachín, mimado, porrero, viejoven, roñoso, orgasmus, desequilibrado… Capaces, según el tipo, de tomarse licencias tan imperdonables como limpiar sus zapatos con el trapo de la cocina, de señalizar obsesivamente su comida con un batallón de post-its, de pasar la aspiradora a primera hora de la mañana… los sábados, de explotar la cafetera e irse a laburar sin limpiar. Aquello, por mencionar algunas anécdotas que pondrían a prueba la paciencia del más zen de los monjes budistas. 

Por cierto: el italiano Giuseppe Angelo Fiori, autor del libro, armó el enjundioso compendio a partir de casos reales, compartidos originalmente en su fanpage de Facebook, Il Coinquilino di Merda, que nació en 2012  y desde entonces ha amasado tantos seguidores como relatos rocambolescos. Tantos, de hecho, que el paso siguiente fue compaginarlos y componer una cuidadosa edición, editada al castellano por Errata Naturae, distribuida en Argentina por Océano desde el pasado mes. Porque este drama habitacional no conoce latitudes, y como bien postula Fiori, en todos los puntos cardinales rigen los mismos preceptos: hay un CDM en cada casa compartida; y si pensás que no es así, es porque el CDM sos vos.