Para las y los argentinos la escasez de dólares es un problema que se repite una y otra vez, como una escena de la gran película “El día de la marmota”. Por su recurrencia, su magnitud y sus consecuencias, no solo afecta las decisiones de política económica y de inversión, sino también el bolsillo de las y los trabajadores del país. Es un tema conocido pero ¿por qué siempre faltan dólares?
Este fenómeno, al que se suele aludir con el término restricción externa, aparece recurrentemente como una traba para el crecimiento económico. Surgió con fuerza en el marco de la industrialización por sustitución de importaciones y opera cuando la economía crece y requiere cantidades cada vez mayores de divisas para seguir expandiéndose. Esas fases suelen terminar de forma abrupta con devaluaciones y políticas de ajuste, crisis tan habituales en la economía argentina.
Durante la industrialización sustitutiva la falta de divisas se originaba fundamentalmente en el desbalance entre la necesidad de importaciones y la capacidad exportadora, dadas las características estructurales del sector industrial y del agroexportador. Con las profundas transformaciones económicas que instauró la última dictadura cívico-militar, a esta dinámica se le sumó la pérdida de dólares derivada del pago de la deuda externa y sus intereses y de la fuga de capitales, lo cual no hizo más que empeorar el problema.
En el momento actual, cuando se empieza a verificar el repunte de la actividad económica, después del terrible golpe que representó la pandemia sobre una economía que ya arrastraba años de caída durante el gobierno de Cambiemos, la discusión sobre la necesidad de divisas para garantizar el crecimiento se hace presente una vez más.
En el libro recientemente publicado ¿Por qué siempre faltan dólares? Las causas estructurales de la restricción externa en la economía argentina del siglo XXI, editado por Andrés Wainer, proponemos junto con investigadores del área de Economía y Tecnología de la Flacso, Pablo Manzanelli, Mariano Barrera y Leandro Bona, un análisis actual sobre esta problemática estructural, cuyo estudio resulta imprescindible para la comprensión de los desafíos de la coyuntura.
Cada capítulo del libro refiere a un tema particular relacionado con la restricción externa: una primera parte incluye temas macroeconómicos, desde un análisis general del balance de pagos hasta la fuga de capitales, el endeudamiento externo y el mercado laboral; mientras una segunda parte se focaliza en análisis sectoriales centrados en la industria manufacturera, el sector energético y el agropecuario. Entre las aristas relevantes de esta problemática se encuentran las características estructurales y desempeño del sector industrial y el papel que juegan los salarios.
Las dos principales conclusiones en relación con estos temas son las siguientes.
1. La reticencia inversora industrial como causa de la restricción externa y el rol del Estado
Tras el desplome económico debido a los efectos de la pandemia, desde mayo pasado -con las excepciones de agosto y octubre- la actividad fabril se encuentra en una clara senda de recuperación. Más allá de la situación sanitaria que determina una agenda coyuntural urgente, una de las claves para evitar futuros cuellos de botella que afecten el desempeño macro y sectorial tiene que ver con el rol de la política industrial como orientadora del comportamiento empresarial.
Si la industria continua en una senda de recuperación y crecimiento es esperable que se incremente la demanda de importaciones y genere una disminución de divisas que afecte el frente externo. Así sucedió por ejemplo durante el fenomenal crecimiento que tuvo el sector durante los primeros gobiernos kirchneristas: mientras el valor agregado industrial se expandió el 61,9 por ciento entre 2003 y 2011, las importaciones industriales en precios constantes lo hicieron al 266,1 por ciento.
De esta manera el sector pasó de presentar un superávit comercial de poco más de 8000 millones de dólares en 2003 a un déficit de casi 7000 millones en 2011. Durante el gobierno de Cambiemos, en el único año en que se registró crecimiento de la actividad industrial el déficit comercial fabril trepó a casi 17.000 millones de dólares, acentuado también por la profunda apertura comercial.
El sector fabril en su conjunto se caracteriza por presentar un carácter de divisa-dependiente. ¿A qué se refiere este último término? Sencillamente, hace alusión a la creciente necesidad de divisas que posee el sector para adquirir insumos y capital del exterior a medida que aumenta su producción y que no puede satisfacer dentro del ámbito local. Esta característica histórica de la industria se vio agravada tras el grave proceso de desindustrialización y desintegración productiva que tuvo lugar entre 1976 y 2001.
¿Qué es lo que se encuentra detrás de esta dependencia de divisas que no puede ser superada?
La falta de inversión de los grandes jugadores del sector industrial: durante estos primeros años del siglo XXI, y aún con gobiernos muy disímiles entre sí, los niveles de inversión han sido bajos.
La tasa de inversión de las grandes empresas industriales fue de sólo el 11,1 por ciento sobre el valor agregado entre 2003 y 2015. Se trata de un valor inferior al registrado durante los años noventa y sistemáticamente menor a la tasa de inversión nacional. El mismo comportamiento se observó durante los años del gobierno macrista, incluso en 2017, el único año en que la industria no cayó durante este gobierno, la tasa de inversión de estas empresas fue de 10,4 por ciento.
Este breve recorrido sobre algunos de los hallazgos encontrados junto a Pablo Manzanelli da cuenta de que la reticencia inversora se ha presentado en diversos contextos, incluso en aquellos sumamente favorables para el sector como lo fueron los primeros años del kirchnerismo.
Revertir esta tendencia en pos de la modificación de la estructura industrial necesariamente requiere de la conducción del Estado. La política industrial no sólo puede orientar las ganancias industriales hacia el sector complejizando su estructura, sino que también puede evitar que estas utilidades no invertidas se transformen en divisas que salen de la economía en forma de fuga.
Existen algunas experiencias valiosas de política industrial más activa que tuvieron lugar a partir de 2008 y hasta 2015, en el área petrolera, aeroespacial y nuclear a través de distintos organismos estatales y/o empresas (YPF, Arsat, Invap y la Dirección de Fabricaciones Militares) que se constituyen como ejemplos a amplificar y desarrollar.
2. ¿El salario es culpable de agravar la restricción externa o la restricción externa es culpable de limitar el salario?
El modelo que sirvió de base al análisis de la restricción externa plantea que los aumentos en el poder adquisitivo de los salarios tienden a empeorar el saldo comercial porque, por un lado, se incrementa la demanda de bienes producidos por la industria divisa-dependiente y, por otro, porque al aumentar el consumo de bienes agropecuarios (alimentos) se limitan las exportaciones del sector generador de divisas.
Es decir, considera que existe una dinámica en la que el crecimiento de la economía y de los salarios producen un aumento más que proporcional de las importaciones, que son arrastradas por ese mismo crecimiento y que, a su vez, limitan su continuidad.
En definitiva, en la visión tradicional, las y los trabajadores y sus salarios aparecen como impulsores del crecimiento económico a través del consumo, pero también como culpables de la demanda excesiva de divisas. Esta última conclusión es frecuentemente utilizada como argumento para restringir el aumento de los salarios en pos del crecimiento económico.
Ahora bien, para analizar la actualidad y examinar si el aumento del poder adquisitivo de los salarios llevaría necesariamente a una nueva crisis externa es importante revisar el modelo inicial a partir de las críticas que recibió tempranamente e incorporar los resultados de las transformaciones que sufrió la economía a lo largo de las décadas.
Primero, las y los asalariados no son los únicos que consumen, sino que otros sectores (por ejemplo, aquellos que perciben ingresos por la propiedad de capital) también adquieren bienes producidos con insumos importados y alimentos potencialmente exportables.
Luego, aun cuando nos concentremos en la importancia de los salarios en la determinación del nivel de consumo, se tiene que considerar que hay asalariados/as con distintos niveles de ingreso y pautas de consumo heterogéneas. De hecho, como mostramos en el libro, la presión directa que ejercieron los salarios sobre las compras externas durante la posconvertibilidad fue limitada y estuvo especialmente asociada a los consumos del 20 por ciento de las y los asalariados con mayores ingresos.
También es importante señalar que la canasta de consumo no sólo incluye manufacturas de producción nacional, sino también productos industriales importados, así como gastos por viajes de turismo en el exterior. La necesidad de desincentivar este tipo de gastos en momentos de escasez crítica de dólares puede canalizarse a través de la política comercial y las regulaciones sobre la compra de divisas, sin que esto implique limitar los niveles salariales.
En un marco de apertura comercial externa, se vuelve indispensable también el análisis del salario en tanto costo laboral. La evidencia muestra en este aspecto que la evolución del costo salarial promedio en dólares se vio más afectada por la apreciación de la moneda y el retroceso en la productividad, que por el propio aumento del poder adquisitivo del salario.
Finalmente, cabe resaltar que el consumo y la industria no son las únicas fuentes de demanda de dólares. El balance energético fuertemente deficitario constituye un importante flujo negativo de divisas, mientras que ante la apertura financiera se producen salidas constantes asociadas a la remisión de utilidades y el pago de intereses de la deuda.
Merece especial atención el fenómeno de la fuga de capitales, que se relaciona principalmente con un comportamiento especulativo de los grupos económicos locales y los conglomerados extranjeros, pero también con las decisiones de ahorro de parte de la población.
La creciente importancia de estas y otras fuentes de pérdida de divisas permite afirmar que la presión que los consumos y gastos de las y los asalariados puedan implicar sobre las cuentas externas aparece acotada ante otros factores con influencia decisiva. Si la salida de divisas por esos conceptos fuese menos elevada, la situación externa podría ser compatible con mayores niveles de salarios y consumo, tanto de producción local como importado.
En definitiva, se busca examinar y comprender los condicionantes económicos que ponen trabas al aumento en los salarios reales, no para asumir que los salarios deben permanecer en niveles bajos, sino para aceptar y convertir en política transformadora la imperiosa necesidad de impulsar el desarrollo económico sostenido, con aumentos en la inversión y en la productividad y elevada generación de empleo como base necesaria para mejorar en las condiciones de vida de las y los trabajadores.
* Las autoras son economistas, investigadoras, coautoras de libro ¿Por qué siempre faltan dólares? Las causas estructurales de la restricción externa en la economía argentina del siglo XXI, editado por Andrés Wainer y publicado por Siglo XXI Editores.