“No hay buenas noticias, tengo esperanza si consigo agua y resisto, algún día me encontrará”, este es un fragmento de los diarios que escribió la hija de 15 años de Carmen Villalba mientras estaba perdida en la zona completamente militarizada del Cerro Guazú, en el norte de Paraguay. Su nombre es Elizabeth Carmen Oviedo Villalba pero le dicen “Lichita”. “Para mi leer la letra de mi hija es un puñal al corazón, por eso tengo esas escrituras memorizadas. Cuando encontraron esas hojitas había huellas de botas alrededor, ese tipo de marcas las conocemos muy bien” dice Carmen refiriéndose al calzado utilizado por las Fuerzas de Tarea Conjunta (FTC) que están presentes en el norte del país desde el 2013 para combatir al Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), un desprendimiento del partido Patria Libre en el que Carmen comenzó a militar hace 30 años cuando tenía 19.
Hace 17 años que está presa. La detuvieron cuando era responsable de las células clandestinas de Patria Libre, el partido que dio origen al EPP. Ahora que la libertad tiene una fecha que se descuenta en días, ella sabe lo que va a hacer cuando llegue julio: ir a buscar a su hija al monte donde quedaron sus últimas huellas. Va a buscarla, sin eufemismos. “Nos vimos por última vez con mi hijita en el 2018, tengo en mi memoria sus gestos, su sonrisa y su picardía. Las trampas que hacía ir a jugar en lugar de hacer la tarea”.
Lichita fue testigo del asesinato de sus primas María del Carmen Villalba y Lilian Mariana Villalba en manos de las Fuerzas de Tarea Conjunta (FTC) el 2 de septiembre del 2020. En ese operativo resultó herida en una pierna, pero consiguió escapar junto con su hermana melliza, su tía, Laura Villalba y otras dos adolescentes que ya dieron testimonio en Ginebra, en la ONU, sobre lo que vieron y vivieron después de ese hecho de sangre.
Durante dos meses, Carmen logró reconstruir, Lichita estuvo en el Cerro Guazú herida e intentando sobrevivir hasta que fue vista por última vez el 30 de noviembre. Su mamá no cuenta cómo llegaron las cuatro hojas de su diario a la cárcel del Buen Pastor, en Asunción, pero ahí están guardadas como un tesoro. En ese mismo penal es donde Carmen, hace 15 años les preparaba a las mellizas Lichita y Anita jugos de frutas todas las mañanas. Las parió cuando estuvo detenida en un cuartel militar del FOPE (Fuerzas de Operaciones Policiales Especiales): “Jamás esperé que fueran dos, me llevaron al hospital y fue por cesárea. Cuando terminó el parto me llevaron de nuevo al cuartel. Cuando volví pensé que las iba a poder tener conmigo, pero solo las tuve hasta que tuvieron un mes y medio. Después de mucha pelea logré que me trasladaran al Buen Pastor y ahí sí las pude tener hasta que empezaron a caminar. Cuando las mellizas cumplieron un año se fueron”. Así relata Carmen sus primeros años de maternidad, lo hace desde el patio del penal en el que cumple su condena. Un convento antiguo en donde residen 400 presas.
*La madre guerrillera
En el Buen Pastor, Carmen recibe las visitas en un patio rodeado de galerías. Contra las rejas que dividen el pabellón del aire libre, sus compañeras preparan la mesa para recibir a la Comitiva Argentina de Derechos Humanos que viajó a Paraguay para exigir justicia por las niñas asesinadas y para buscar a su hija desaparecida.
Francisca, su amiga y compañera de Carmen, acomoda el mantel de puntillas, los termos y unas fuentes con empanadas, sopa paraguaya y chipa. Así también, cada verano recibía a sus hijas que iban a visitarla a la Cárcel del Buen Pastor, la única para mujeres en toda la ciudad de Asunción y un lugar en donde les hijes pueden quedarse con sus madres hasta que cumplen la mayoría de edad. Francisca empezó a formar parte del EPP en la cárcel, pudo elegir tener obtener el asilo político en Brasil pero se negó: eso significaba alejarse de su hijo que tenía 4 años cuando la detuvieron. Francisca y su hijo vivieron en el Buen Pastor hasta que él cumplió los 15. Ella, que ya pasó los 50, se sienta al lado de Carmen y ofrece algo del banquete que prepararon para las visitas. En el centro del patio, las otras presas juegan al voley. Carmen se acomoda en su silla, la dureza en su gesto se desvanece cuando comienza a hablar de Lichita.
“A los diez meses Lichita ya caminaba, tenía mucha energía y un gran carácter. Una de sus hazañas era procurar la leche de la teta. Ella era la que succionaba para que la leche se juntara, tomaba y luego se dormía. Entonces Anita continuaba lo que había empezado su hermana. Anita suele decir que Lichita llevaba la delantera. Yo les ponía una tela en el piso del pabellón y les daba unos juguetes, cuando se le iba una pelotita debajo de la cama, la que entraba a buscarla era Lichita. La sacaba del fondo y Anita la esperaba en donde estaba la tela. Una vez que Lichita llegaba después de su hazaña, su hermana le arrancaba la pelota y se iba corriendo. Entonces Lichita se quedaba llorando después de todo el esfuerzo que había hecho por rescatar el juguete. Las dos nacieron por cesárea, el médico me dijo que una de las dos había nacido con los ojos abiertos. Esa fue Lichita.”
Cuando las mellizas cumplieron el año y se fueron del penal, ¿las veías seguido?
--Sí, cada año venían a visitarme en vacaciones y se quedaban conmigo. Jugaban, mirábamos documentales, compartían con otros niños y también conversábamos entre nosotras. Era una vida casi casera de lo que es una familia.
¿Qué recordás de la maternidad en el Buen Pastor?
--A la mañana les daba un baño, las hacía acostar en la cama y les preparaba su jugo de frutas en mamadera. Casi siempre tenía que separarlas, porque Lichita tomaba su mamadera y después se le prendía a la mamadera de Anita que se quedaba llorando.
El papá de las nenas también está preso ¿Se quedaban con él en la cárcel también?
--No, lo iban a visitar pero sólo se quedaban algunas horas. No como conmigo que se quedaban más tiempo.
En julio vas a salir de la cárcel después de 17 años ¿Qué vas a hacer?
--Ir a buscar a Lichita. Instalarme en el lugar y encontrar a mi hija.
Con 49 años Carmen no posterga por nada la actividad física. Antes de la pandemia hacía sus ejercicios diarios en el patio. Ahora, dentro de la cárcel también hay protocolos de aislamiento: no salen al aire libre excepto que haya visitas, las presas comunes las tienen durante la mañana y ella -la única en todo el pabellón- las recibe por la tarde. Dentro del recinto diariamente realiza una hora y media de ejercicio. Los dos brazos enormes con los que sostuvo a las mellizas hasta que aprendieron a caminar también los utiliza para hacer algunas artesanías y lo que ella define como las tareas propias del penal: limpieza, los lavados, la preparación de alimentos y el cuidado del espacio. Todas esas tareas se las reparten entre las presas.
Carmen había comenzado su militancia diez años antes de su detención. Apenas terminada la secundaria había migrado de su Concepción natal a la capital paraguaya para estudiar derecho. La facultad la dejó al poco tiempo de meterse en Patria Libre, el partido que dio origen al EPP. A pesar de estar presa, Carmen nunca se desvinculó de la política ni de la militancia. De aquella joven guerrillera aún nacen los brotes de lucha que necesita para encontrar a su hija desaparecida.
Carmen ¿cómo hacés para sostener la vida?
--Es muy difícil mantenerme. Yo ya había pasado por el asesinato de mi hijo Néstor de 11 años en el 2010. Fue muy duro, me costó recuperarme y sobrellevar esa situación sin tener que acudir a medicamentos o estar postrada por la depresión. Ahora me cuesta muchísimo recordar sin llorar. Me aboco al deseo y la intención de buscar a Lichita. Eso genera un montón de conflictos pero no tengo otra cosa en la cabeza que buscarle a ella.
Existen campañas internacionales, tanto de pedido de justicia por las niñas como la aparición con vida de Lichita ¿Qué sentís con respecto a eso?
--Todo eso está muy bien pero a mí, como madre, no me alcanza: sacar comunicados o marchar hasta las embajadas está muy bien y ayuda, pero a mí no me alcanza porque tengo fijo en la mente lo que Lichita escribió en su diario . Yo sé que corresponde que sigamos haciendo el esfuerzo de rastrearla.
El Estado paraguayo no ha puesto en funcionamiento ningún operativo de búsqueda a pesar de las exigencias que hubo a nivel internacional. El lugar en el que desapareció Lichita es una tierra arrasada en donde las comunidades originarias y campesinas acumulan miedo frente al horror. El martes pasado, una mujer indígena fue asesinada en la comunidad Ñaupy, a los pies del Cerro Guazú. Las comunidades de la zona vienen denunciando amenazas y amedrentamientos por parte de las FTC: “El presente de Lichita, para mí es un presente de búsqueda permanente, de cómo articular voluntades, esfuerzos, ideas con el campo popular militante y sin dudas continuar su búsqueda en el territorio. Pensar en cómo sortear la persecución y criminalización hacia quienes me tienden una mano para buscarla a pesar del miedo”.
*El Cerro Guazú: del origen de la creación al centro del horror
Lichita fue vista por última vez el 30 de noviembre del 2020 en la zona del Cerro Guazú, un territorio de intersección entre las comunidades indígenas y campesinas, el Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), las FTC, estancias latifundistas brasileñas y el narcotráfico. Quien tuvo el último contacto con ella fue su tía Laura Villalba (36) que junto a Tania Tamara (19) y Tamara Anahí (Anita) intentaban sobrevivir y huir de las FTC. Habían viajado a Paraguay para visitar a sus parientes pero mientras estaban allí la pandemia hizo que se cerraran las fronteras y no pudieron regresar a Argentina en donde vivían en Puerto Rico (Misiones) con su abuela, Mariana de Jesus Ayala que con sus 76 años el pasado febrero pisó por primera vez la Plaza de Mayo para pedir justicia por las niñas y aparición vida de Lichita. La mujer, como gran parte de la familia Villalba fue perseguida y tuvo que exiliarse a Argentina.
Anita y Tania lograron escapar y hoy están a salvo, pero Laura no corrió la misma suerte: fue detenida y encerrada en Viñas Cué, una cárcel militar en la que no recibe visitas y está procesada, acusada de ser parte de la logística del EPP. Laura, además, es la madre de una de las niñas asesinadas, María Carmen. Vivía en Argentina, era enfermera y estaba acompañando a las niñas en la visita a sus parientes: “Lo de Laura es una muestra de que del otro lado hay un gobierno sin escrúpulos, que inventa causas sin pruebas. Me preocupa mucho cuando hay otras personas de por medio, si fuera yo sola a quien persiguen y condenan sería diferente. En esta tarea y objetivo, con un grupo de compañerxs y organizaciones estamos trabajando en la realización de diálogos militantes de manera virtual y presencial, como forma de mantener viva la memoria sobre la desaparición forzada de Lichita. Hay que denunciar al Estado culpable de la desaparición de Lichita y de la tortura y asesinato de Lilian Mariana y María Carmen.”
Hay un amedrentamiento y una persecución hacia vos y hacia tu familia, ¿Cómo imaginas que va a ser ese escenario de búsqueda?
--La realidad es que no hay ninguna ley que me impida a mí como madre ir a buscar a mi hija. Es un derecho natural como madre buscarla. Si pienso en la desaparición forzada de una niña, de mi hija, no sé cómo se hace para buscarla. Pienso y repongo experiencias, por ejemplo, la de las madres de Plaza de Mayo. Es buscar la forma, en lo que menos pienso es en los impedimentos. Lo que no significa que no los tenga presente. Pero que eso no impida el avance de la búsqueda de Lichita. Yo voy a pelear contra todo lo que se interponga en el camino de la búsqueda de mi hija. No sé como lo voy a hacer pero
alguna forma voy a encontrar. Esa es la forma de hacer militante, no se me ocurre otra.
*Paraguay: La tierra arrasada
Carmen se levanta todos los días antes de la salida del sol, cerca de las cinco de la mañana, se prepara un mate y comienza una rutina de lectura. En la lista de espera están “Las Malas” de Camila Sosa Viillada, dice que tiene ganas de leerlo pero que ahora está releyendo “Contribución a la crítica de la economía política”. Dice que es una “prisionera política comunista epepista”, pero que se ha hecho comunista en la cárcel: “El marxismo leninismo nos pone a dialogar de cara a la realidad descarnada, nos impulsa a buscar a que nuestras ideas coincidan con la realidad histórico- concreta, y no a la inversa. Nos despoja de las ideas supersticiosas del fin de la historia, de la invencibilidad del capitalismo y toda su maquinaria de guerra”. Sus lecturas y el ejercicio la hacen empezar y terminar el día, ese es su cotidiano en prisión.
Paraguay está atravesando una crisis política profunda ¿Qué diferencias ves con respecto a cuando vos estabas libre?
--Yo viví muchas crisis en muchos niveles, sobre todo dentro de los partidos. Lo que creo que pasa hoy con el Partido Colorado es algo que excede al propio partido. No es sólo una crisis política si no que son múltiples crisis que ponen en riesgo al sistema mismo. Evidentemente estamos frente al agotamiento del sistema republicano democrático burgués paraguayo. No es solamente que el presidente actual, Abdo Benitez, sea un heredero político e ideológico de la dictadura, es que el partido que se sustenta en el poder lleva 70 años con prácticas represivas en medio de un capitalismo semi feudal. Porque Paraguay no tiene prácticamente industria, es un país carente de industrialización, la economía está basada en el extractivismo, en donde converge la agricultura capitalista, mecanizada y agroexportadora y la pequeña producción campesina familiar. La tierra se agota y no hay un valor agregado de la industria que genere mano de obra para ese campesino expulsado de su tierra, eso va generando crisis sistemáticas que siguen siendo cargadas en las espaldas de la clase obrera y campesina.
¿Cómo es el vínculo entre esa clase obrera y campesina y la lucha de ustedes como EPP?
--Yo creo que ese pueblo herido quizás no hace una revisión de la implicancia de la dictadura y ni siquiera de la permanencia del Partido Colorado durante tantas décadas, si no que el tener que al enfrentarse a tanta pobreza, hambre y exclusión no encuentra una respuesta.
En la zona rural de la única manera que llega el estado es a través de la represión a los pueblos indígenas y campesinos. En la ciudad también, pero en el campo es con mayor intensidad. Habrá muchos que opten por resistir en sus tierras invadidas por los militares. Porque además de estar expulsados del mundo, ni lo más básico le llega. No existe educación, salud y vivienda digna. Nada. Entonces lo único que les queda es la tierra, por eso eligen resistir.
¿Podés describir esa resistencia?
--El campesinado sin tierra es la negación a su propia existencia, a su propio vivir. Necesitan plantar para su comida. Lidian con la expulsión de sus tierras a través del avance de la agricultura mecanizada. Es ahí en donde pierden, tiene que salir de sus comunidades, entonces muchas veces se da la forma de resistencia y autodefensa de los sectores campesinos que no quieren abandonar sus tierras y eso es parte del componente del levantamiento en la zona rural: campesinos y campesinas que se unen a la lucha.
¿Cómo comenzó tu militancia en el EPP?
--Yo me integré a lo que en ese momento era Patria Libre cuando tenía 19 años, migré a Asunción a estudiar Derecho. Muy pronto me alejé del estudio y me aboqué al partido. Viví mi infancia en un barrio de pescadores y carpinteros, conozco esa vida marginal. Cuando estaba en el partido militaba en las zonas rurales, ahí fue cuando el partido se planteó la construcción de una organización política revolucionaria que tenga planteadas todas las formas de lucha. Y ahí es donde a mi me asignan lo que serían las células clandestinas.
¿Conoces muy bien el territorio en donde desaparecieron a tu hija?
--Sí, lo conozco muy bien. Acá en Paraguay el territorio es o campo o es ciudad. Y en el campo no hay cerros ni muy altos ni muy extensos. Hay como una uniformidad del territorio campesino.
Pero hace casi 20 años que no estás en ese territorio, debe haber cambiado...
--Sí, seguramente. Hubo mucha migración del campo a la ciudad. Hace 30 años teníamos un 70 por ciento de población rural, hoy tenemos la mitad.
*Eran niñas
Las espaldas de la madre cargan con la pesadez acusatoria que flota en el aire sobre quién es y quién no es una “buena madre”. Carmen es una persona resistida y sin cicatrices, su piel percudida contrasta con el borde de puntillas que rodea su camiseta. Se enteró a través los medios de comunicación que los militares habían asesinado a sus sobrinas que eran niñas: iban al colegio en Puerto Rico (Misiones), tenían sus grupos de amigues, jugaban, leían y charlaban. Cosas de niñas. No eran un territorio de conquista ni un botín de guerra. “Si bien no tengo el panorama completo fui hilando. Si una hace un seguimiento puede darse cuenta de lo que pasó y también conociendo el manejo de los militares y su falta de escrúpulos. Lo de Lichita me es más complicado de reconstruir por las dificultades que van presentándose para buscarla. No hay que olvidar que todo esto aconteció en el marco del operativo que el presidente de un Estado infanticida y feminicida catalogó como "operativo exitoso".
¿Te sentís acompañada?
--Ahora sí, pero fue algo que se fue construyendo, no siempre fue así. Después de que el partido fue liquidado, renunciaron los dirigentes y huyeron al exterior, hubo una gran persecución. Precisamente por la criminalización permanente muchas personas optan por no relacionarse con alguien como yo.
¿Crees que eso cambió un poco con la desaparición de Lichita y el asesinato de las niñas?
--Sí, creo que sí. Pero no solamente eso, creo que es un proceso de acumulación de lucha y el agotamiento del sistema, la coyuntura latinoamericana de levantamientos populares, los partidos burgueses y reaccionarios en decadencia hacen que emerja la necesidad de buscar alternativas a este sistema. Y eso también cambia la mirada hacia los militantes del EPP y hacia mí.
¿Tenés miedo de no poder salir a buscarla?
--No sé si llamarle miedo, no sé qué más puede pasar más doloroso y más grande de lo que ya me pasó. Sé que va a haber impedimentos, pero luchar es lo único que sé hacer. Así sobreviví todos estos años.
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