Osvaldo está solo en el bar. Apoyado en el mostrador, mira un diario con cara de aburrido. Ni siquiera nota mi llegada y, cuando lo llamo, se alegra de verme.
--Jefe, cómo lo extrañaba, hace rato que se había hecho humo, pero lo entiendo, ya está grande para andar desafiando a Don Covid-- dice en tono de tomarme para la chacota.
--No empecemos con las joditas Osvaldo, que si yo estoy grande usted también dobla el codo de los sesenta, así que mucho barbijo y mucho alcohol en las manos, para que no le agarre un patatús y quede hecho pomada.
--Muy bien, jefe, muy bien, veo que no se achica y me sigue el ritmo con las palabritas caídas en desuso.Y tiene un buen repertorio, hasta podría grabar un cassette con ellas.
--Un cassette, ¡gran idea! A propósito Osvaldo, ¿usted sabe quién fue Lou Ottens?
--Sonamos dijo Ramos, no me venga con preguntitas difíciles, ese no tiene nombre de haber jugado en San Lorenzo.
--No Osvaldo, no fue un cuervo, fue un ingeniero holandés que, justamente, inventó el cassette.
--¿El inventor del cassette fue? ¡Que genio!, merece un monumento, ¿cómo me dijo que se llamaba el kia?
--Lou Ottens, así se llamaba, y se murió hace poco, a los 94 añitos. Nos salvó los picnics. Antes teníamos sólo la radio para escuchar música fuera de casa.
--Ah nooo, que cabeza de chorlito tiene usted. ¿Ya se olvidó del Tragadisco y del Magazine?, esos aparatos fueron anteriores al benditoCassette. Pero no me pregunte quien los inventó porque no soy tan sabiondo como usted y ese dato no lo tengo.
--Touché, Osvaldo. Tiene razón, del Magazine me acuerdo, pero había olvidado elTragadiscos. Era un aparato en forma de cartera que se colgaba del hombro y funcionaba a pilas.
--¡Eso, ahí va queriendo! Exacto, y sólo servía para discos simples, esos que venían con dos temas nada más. Uno del lado A y otro del lado B.
--Por supuesto, porque eran chiquitos y se podían llevar a cualquier lado, en cambio los Long Play era imposible. Entre los compañeros del colegio había uno que lo tenía, y los demás aportábamos diferentes discos simples, así que en cada picnic había más de cien canciones para escuchar. Los tragadiscos tenían por fuera cuerina de diferentes colores: roja, amarilla, verde, y un parlante redondo incorporado en el medio. Eso sí, el sonido era muy pedorro.
--Usted quiere la chancha y los veinte, jefe. Igual esos aparatos duraron poco, debe ser porque apareció ese holandés que usted dice. El tragadisco con el cassette no podía competir. Fue una revolución. Terminó también con el Geloso, porque primero los cassettes venían con música, pero después aparecieron unos de marca Maxell, que se fabricaban vírgenes. ¡Un kilo y dos pancitos!
--Osvaldo querido, mire si habré usado los Walkman que le digo de memoria la ubicación de los botones: REC, un cuadradito rojo, PLAY, una flechita hacia la derecha, REW, dos flechitas hacia la izquierda, FF dos flechitas hacia la derecha, STOP/EJECT un cuadradito, y PAUSE, dos palitos bien derechos.
--Uyy, se agrandó Chacarita, ¿qué me quiere demostrar?, de eso se acuerda cualquier bobalicón, así que no me corra con la parada.
--Pero Osvaldo, si no estamos compitiendo con estos recuerdos que tienen olor a naftalina. Finishela con los desafíos. Después de todo son paparruchadas, pero que nos hicieron felices de jóvenes.
--Tiene razón, y le digo más, usted recordó los botoncitos y yo pensaba que en los primeros Walkman, o centros musicales, para encontrar una canción había que buscarla sosteniendo el botón apretado. Apretar, soltar, apretar, soltar, y así hasta que acertaba. Era un despiporre total. Hasta que apareció un modelo nuevo con “búsqueda automática”. ¿Lo habrá inventado también ése que usted dice? ¿Cómo se llamaba ese genio?
--Lou Ottens, así se llamaba, Osvaldo. Ahora que ya lo sabe puede hacer roncha y contarle a otros clientes.
--Pero escuchemé papafrita, a ver si se cree que yo para hacer roncha necesito sus enseñanzas. ¡Por qué no se va a cagar los yuyos!
--Epa Osvaldo, no se pase de la raya. Usted es un neurasténico. No escorche ni ofenda porque me tomo el piróscafo. Al final no se banca que le dé la biaba con los datos y los recuerdos. ¡QuéPajarón!
--¡Pero que biaba ni biaba, que biaba ni biaba! ¿Usted se cree que este mozo es una mosquita muerta? Mire, le doblo la apuesta: ya que usted me habló de Lou Ottens, el que inventó los cassettes, yo le pregunto: ¿Usted sabe quién es Michele Scommegna?
-No, ¿un centrojas del Milan, quizás?
--Ni ahí jefe, ni ahí, como dicen los pibes. No se tire el lance de acertar. Si no sabe, no sabe y chaupinela. Michele Scommegna es nada más ni nada menos que...
Osvaldo estira el silencio.
--Dele, quién es, largue el rollo.
Michele Scommegna es... ¡el gran Nicola Di Bari, jefe! ¡Paresé y aplauda! ¡Qué dato le acabo de dar, qué dato! Usted me corre con el holandés, que será un genio pero la verdad que no lo junaba nadie. En cambio, yo le hablo de un ídolo de todo el mundo. Si lo habremos escuchado en los cassettes que inventó su amigo Ottens. Nicola Di Bari, ganador de dos festivales de San Remo, en 1971 y 1972. ¿Sabe con qué canciones?
--Una sí: “El corazón es un gitano”.
--Muy bien, con esa el del 71. ¿Y la otra?
- -No me acuerdo, Osvaldo. No.
--“Los días del Arco Iris” o “I giorni dell'arcoballeno”, hasta en italiano se lo digo. ¡Si lo habremos bailado con Olga! Cuando lo ponemos en casa hasta el Beto y Luciana se ponen a chapar.
¿Y sabe otra cosa? Nicola acaba de cumplir 81 años y hace poquito le dio un soponcio. Estuvo mal, le tuvieron que hacer no sé cuántas cosas. Pero zafó. Y a la semana estaba cantando en la televisión italiana con la misma voz que en los 70. Busqueló en YouTube, busqueló, y va a ver que no le miento.
Y Osvaldo, triunfante, se va cantando a otra mesa, “Prendiquesta mano zíngara...”, mientras me guiña un ojo y me saluda cachándome:
--Recuerdos al holandés, y si va para allá llévele flores en mi nombre y en el del gran Nicola, ¡que le debe haber hecho vender millones de su invento!