El algoritmo a veces se pone predecible. Por ejemplo, basta con haber visto alguna ficción histórica para que la plataforma de turno empiece a recomendar documentales de cualquier época. En Netflix, por caso, hay una categoría entera que se llama “Documentales históricos” (“Historial documentaries”) que se amplía constantemente. Y hay desde una serie sobre “grandes eventos” de la Segunda Guerra Mundial hasta –la más nuevita- una de piratas. El nivel es desparejo, hay que decirlo, y por eso sorprende una que el streaming de la N roja lanzó hace poco: Age of Samurai (o “la era de los samurais”), que parte del linaje Tokugawa y avanza –zancadillas y batallas mediante- hasta la consolidación de un sol naciente unificado y finalmente con paz interior, hacia finales del siglo XVI y comienzos del siglo XVII.

Age of Samurai tiene algo inasible, pero que la vuelve mucho más atractiva que otras propuestas similares de la plataforma. Es incluso más interesante que “Rise of the Otoman empire” –el alza del Imperio Otomano-,que retrata una etapa y una era de por sí atractivas. Por lo pronto, y más allá del rigor documental –a veces los académicos consultados afirman que Japón llevaba 100 años de guerra civil, en otras ocasiones que eran 120 los años de lucha fraticida y llegan a arriesgar 150-, esta docuserie tiene la virtud de proponer personajes cautivantes, aun en su brutalidad.

Por lo pronto, los samurais que se retratan aquí están bien lejos del modelo de virtud, disciplina y valores que los años pregnaron en el imaginario occidental. Tampoco son la potencia menguante que encontraba Tom Cruise en el film El último samurai. Son lisa y llanamente el poder establecido que se lleva puesto todo lo que tiene delante.

Oda Nobunaga, por ejemplo, primer protagonista de la docuserie, es la cabeza de un clan muy menor. Es pendenciero, inestable y su propia familia lo desprecia. Pues se carga a cuantos lo objetan y desde su rinconcito insignificante arma y entrena a todos los campesinos que puede y avanza, entre genocida y megalómano, conquistando casi todo el centro de Japón. Aquí no hay duelos honorables de katanas a la luz de la luna ni versiones orientales del western. Lo más “honorable” que se relata son sucesivos seppukus (suicidios rituales) que algunos circunstanciales personajes históricos cometen para lavar culpas o, más frecuentemente, para evitar ser decapitados por sus enemigos. Para muchos daymios (caudillos o jefes guerreros regionales) el terror y las cabezas clavadas en estacas son métodos perfectamente válidos para conquistar territorios o mantener el poder.

Con toda esa brutalidad, Age of samurai se permite algunas reflexiones interesantes sobre los rituales japoneses, su concepción de lo religioso y también las tensiones entre clases sociales. Si Nobunaga arma y entrena campesinos para engrosar su ejército, muchos años más tarde Hideyoshi, él mismo un campesino devenido gran shogun de Japón, devendrá traidor de su clase y hará lo opuesto cuando percibe que el único modo de tener un país estable es dejar de tener la guerra como deporte nacional. Una pregunta que no responde –en rigor, y lamentablemente, ni siquiera se la plantea- es el origen de la megalomanía de la mayoría de los protagonistas de esta era, que incluso se plantean conquistar China.

Un problema frecuente de estas docuseries es que no suelen encontar al equilibrio entre las explicaciones que dan los especialistas hablando a cámara con la ficcionalización de los pasajes históricos más relevantes. Estas docuseries de Netflix suelen tener más de los primeros que de las dramatizaciones, y por eso pierden interés. Pero Age of samurai consigue un equilibrio extraño en que las explicaciones académicas contextualizan y aportan mucho sobre los personajes, y aunque por momentos son más importantes para la narrativa que la acción misma, ofrece algo suficientemente interesante como para mantener al espectador con ganas de ver otra batalla entre clanes. O lo que es lo mismo, la lucha por ver quién unificará finalmente a Japón.