“Somos auténticos. Siempre vamos a ser una banda de electrónica que no alcanzará el mainstream. Lo más importante de nuestra carrera fue haber mantenido la identidad sin adaptarnos a las reglas del mercado”. La cita pertenece a Robert Del Naja, poco antes del último recital que brindó en Buenos Aires, en noviembre de 2010, junto a su laboratorio sonoro: Massive Attack. El grupo se mantiene activo, elegante y afinado, lo que dejó en evidencia en julio del año pasado con el lanzamiento de Eutopia, EP compuesto por tres canciones e igual número de piezas audiovisuales. “El confinamiento expuso los mejores aspectos y los peores fallos de la humanidad. Este período de incertidumbre y ansiedad nos forzó a meditar sobre la obvia necesidad de cambiar el sistema averiado en el que vivimos”, reflexionó 3D, álter ego del músico, en el comunicado de un proyecto que reunió a artistas y científicos. “Trabajando con tres expertos creamos un diálogo visual y sonoro sobre estos temas globales y estructurales que se reflejan en la emergencia climática, los impuestos y la renta básica universal”.
Sin embargo, a pesar de su quirúrgica discografía, sólo con sus primeros tres álbumes Massive Attack se ganó en el Olimpo de la música popular contemporánea. Especialmente con el primero, Blue Lines, de cuya aparición se cumplieron tres décadas el jueves pasado. Se trató de uno de los discos debut más espectaculares de los '90, no sólo porque inauguraba la década con un nuevo lenguaje musical sino también porque confirmaba definitivamente a la ciudad de Bristol como uno de los epicentros de la escena under británica. Basta con recordar que su último gran icono es Banksy, por más que su misteriosa obra, cuya producción reciente data de marzo pasado en una de las paredes de la cárcel de Reading, esté asociada a Del Naja. De hecho, muchos aseguran que el grafitero y el músico son la misma persona: Goldie, productor musical, DJ y amigo de la banda, lo sugirió en una entrevista en 2017. Sin embargo, el experto británico en arte urbano Carlo McCormick afirma que se llama Robin Gunningham y es un grafitero originario de esa ciudad ubicada en el suroeste de la Isla.
“Bristol es como un pueblo disfrazado de ciudad y en lo que siempre ha sido bueno es en la escena underground, tanto en arte como en música”, describió en 2008 el propio 3D en una entrevista para el diario The Telegraph. “Los artistas siempre florecieron y alcanzaron un nivel nacional. Pero como nunca hubo una gran industria de la música o los medios de comunicación, la gente concebía el arte para su propia satisfacción. La creatividad acá nunca creció de una manera artificial, la gente simplemente se estaba enseñando a sí misma y venciendo a la competencia para convertirse en un pez grande en un estanque pequeño”. Más allá de de eso, la urbe de poco más de 400 mil habitantes se ganó la atención del mundo entero al convertirse en el reducto de uno de los géneros musicales más revolucionarios y contagiosos de los últimos tiempos: el trip hop. Aunque es justo subrayar que no fueron los bristolianos los que lo inventaron. O al menos no de forma consciente. Cuando apareció Blue Lines, no se sabía muy bien cómo definir a esas nueve canciones. La respuesta se encontró tres años más tarde.
El creador de la etiqueta, el periodista inglés Andy Pemberton, la utilizó para describir a “In/Flux”, un track del productor y disc jockey estadounidense DJ Shadow (autor de otros de los grandes álbumes de esa década y una de las obras maestras de la arquitectura musical: Endtroducing…). Si bien la intención artística era similar, la impronta entre una propuesta y la otra era más o menos parecida. El trip hop que se cocinaba en los sótanos de la ciudad británica fusionaba el hip hop con la música electrónica, aunque de una forma en la que el resultado del diálogo no le restaba identidad ni a uno ni al otro, sino que apelaba de esta manera a esa suerte de hermandad artística y estética que hay entre ambos. No obstante, a diferencia del arrebato de la iniciativa del DJ californiano, más próxima a la expansión de las posibilidades del hip hop, sus pares europeos hicieron énfasis en el impacto que tuvo el breakbeat (estilo que nació del sampleo al momento de quiebre del funk o del jazz en las canciones) en su incipiente cultura rave. El resultado luego fue luego remojado en R&B, dub y psicodelia, y condimentado con un misterioso y sensual.
Al igual que los discos White Room, de The KLF; Frequencies, de LFO; Adventures Beyond the Ultraworld, de The Orb; y Screamadelica, de Primal Scream -todos de 1991-, Blue Lines fue una consecuencia y, al mismo tiempo, un amplificador del auge de la música dance y de la cultura rave en el Reino Unido. Su desembarco se produjo a fines de los '80, periodo conocido como el Segundo Verano del Amor, auspiciado por ese cóctel de acid house y éxtasis. Aún así, el debut de Massive Attack, que contiene samples de figuras del soul y el R&B del temperamento de Billy Cobham, Al Green e Isaac Hayes, representaba una reverencia hacia futuro desde el pasado. Era un sonido fresco y novedoso que nadie en ese momento se atrevió a imitar. Eso recién comenzó a suceder a mediados de los '90 con vecinos como Portishead y Tricky, quienes lanzaron sus primeros discos en 1994 y 1995, respectivamente, y contagió a productores notables del calibre del escocés Howie B, que hicieron contribuciones para ensanchar las posibilidades del género.
“Más allá de pertenecer o no a una escena, lo que nos interesa es tener una identidad, pues justamente nos libera de cualquier etiqueta. Y creo que lo conseguimos”, afirmó Del Naja, acerca de su rol de pionero del trip hop, en esa previa de su performance en el Hot Festival, celebrado en Costanera Sur, hace una década. “Soy de los que piensan que se debe celebrar lo nuevo, no lo que ya se hizo. Lo que más recuerdo de esa producción fue que experimentamos un montón sin saber muy bien lo que hacíamos”. En concordancia con esa manera de pensar, tres décadas antes, en una nota para la revista NME tras la aparición de Blue Lines, el frontman del hoy dúo derribaba cualquier mito sobre el también llamado Sonido de Bristol. “La mitad del disco se gabó en Londres y el video ‘Unfinished Sympathy’ se rodó en Los Ángeles”. Para que todo esto tuviera vida y la relevancia de la que hoy goza, el aporte de Neneh Cherry fue fundamental, al punto que, amén de convertirse en madrina de la banda, la cantautora prácticamente los obligó a entrar en el estudio.
Una parte de Blue Lines fue grabada en la casa que Neneh Cherry compartía en Londres con su esposo, Cameron McVey, quien además hacía las veces de manager de la banda durante sus inicios. Y tiene una anécdota que casi raya con lo escatológico. Según Andrew Vowles, más conocido como Mushroom e integrante del grupo hasta el disco Mezzanine (1998), acondicionaron la habitación del hijo de la pareja, Tyson, para grabar. Era verano y le dejaron su hogar a su disposición. “Durante mucho tiempo llegó a apestar. Hasta que finalmente nos obstinamos y encontramos un pañal sucio en el extractor de aire del cuarto”. Se coló por ahí de manera accidental, lo que se tornó en un dolor de cabeza para la docena de personas que se encontraban en la habitación y llegó a complicar la grabación del disco. Así no se podía cranear música de baile para la cabeza, no tanto para los pies. Si el contexto y el hedor no ayudaban, mucho menos lo hacían con la precariedad en la que trabajaron y con el presupuesto con el que contaban, que terminó yendoseles de las manos.
Aparte de los Cherry Bear Studios, que era como se le conocía a la casa de la artista sueca, en la capital inglesa el trío grabó en Eastcoast, Hot Nights y Abbey Road. En el otrora estudio de los Beatles, Massive Attack registró la orquesta de cuerdas de una de las canciones más fabulosas y conmovedoras tanto del colectivo bristoliano como de los años noventa: “Unfinished Sympathy”. El productor musical Will Malone se encargó de dirigir a los 40 músicos. Pero lo que nadie tomó en cuenta es que ese capricho les costaría mucho dinero. Tanto que Mushroom tuvo que vender su auto, un Mitsubishi Shogun. Sin embargo, a la distancia se puede afirmar que el sacrificio valió la pena. Si bien es considerada una de las mejores canciones orientadas a la pista de baile de todos los tiempos, en su momento no había nada que se le pareciera. Un dato que no es menor es que la melodía se le ocurrió a la cantante del tema, Shara Nelson, al tiempo que su voz encarna un poco lo que encierra la letra: el debate entre la lujuria que emana de su afecto y la vulnerabilidad emocional.
Así como en “Unfinished Sympathy”, segundo single del disco, Nelson prestó ese vozarrón para el primer corte promocional, “Daydreaming”, en el que alterna roles con 3D. Es más, la idea de la canción surgió en un toma y daca entre Del Naja y Tricky, amigazo de la banda desde la juventud. Una vez que la lanzaron, el 15 de abril de 1990, la presentaron al sello Virgin Records, y les gustó tanto que consiguieron el resto del dinero para finalizar el álbum. Se trata de un tema hechicero y lisérgico, donde la base rítmica golpea fuerte en el pecho y la melodía se torna en un misterio con ganas de volverse en una aventura alucinante, guiados por el síncope rapero de 3D y la voz apasionada de Nelson. A pesar de que londinense, ella conocía y trabajó con sus integrantes antes de que se llamaran Massive Attack, cuando en la segunda mitad de los '80 tenían el colectivo artístico y el sound system The Wild Bunch. Ese fue, también, el nombre que posteriormente adoptó el sello discográfico de la banda. Pero la relación entre la cantante y el grupo se deterioró, por conflictos personales, durante la grabación del álbum.
Nelson coescribió y puso su voz a disposición en dos canciones más de Blue Lines: “Safe from Harm”, que es la que abre el disco, y “Just a Matter of Time”, incluida exclusivamente en un cortometraje que hizo el grupo con el mismo nombre. Dirigida por Roger Pomphrey, esta pieza fue realizada durante el proceso de grabación, pero no llegó a entrar en el repertorio ni en ningún otro lado. Salvo en YouTube, claro. Pese a que ambos le sacaron rédito a su relación, terminó por cortarse luego de su primera gira por Estados Unidos. En cambio, con el otro cantante de ese disco, Horace Andy, el vínculo se sostiene todavía, al punto de que sigue actuando con ellos. Si Nelson le inyectó emoción al cancionero seminal, el legendario cantante jamaiquino de reggae le puso dulzura. También recayó en su voz el peso político y ambientalista, de lo que da fe el tema que cierra el disco, “Hymn of the Big Wheel”. Además, se hizo cargo de “One Love” y “Five Man Army”, un funk desestresado basado en el single “Sneakin 'in the Back”, de Tom Scott y The LA Express.
“Gold Ole Music”, de Funkadelic; “Stratus”, de Billy Cobham y “Chameleon”, de Herbie Hancock son los samples que aparecen en “Safe form Harm”. “Beat”, de T-Ski Valley; “Ike’s Mood”, de Isaac Hayes; y “You Know, You Know”, de Mahavishnu Orchestra, fueron sampleados en “One Love”. Sin embargo, la pasión del colectivo de Bristol por la música negra, heredada por su generación a partir de que el movimiento Nothern Soul se instalara en el Reino Unido a fines los '60, era tan profunda que revisitaron el clásico de William DeVaughn: “Be Thankful for What You've Got”. Si bien esa entrada seca de batería, que precede al final sin previo aviso de la canción “Blue Lines”, pareciera encadenar a la mitad del álbum en una misma unidad, el cover, ciertamente respetuoso (pero sí más dinámico) del tema de 1974, llegó a ser catalogado como una obviedad. En esta ocasión quien le puso voz fue Tony Bryan, que se sumó al tren moderno al que se subió el trío para pintarle contemporaneidad a una canción básicamente devocional. Lo mismo hizo Paul Oakenfold con su remix.
Grabado a lo largo de 1990 y principios de 1991 entres Londres y Coach House de su ciudad natal, el álbum fue coproducido entre la banda, el desaparecido Jonny Dollar (el disco Heligoland está dedicado a él, tras su muerte en 2009) y Cameron “Booga Bear” McVey. Justamente este último sugirió, por respetó a las sensibilidades que podría desatar la primera Guerra del Golfo, que en el single “Unfinished Sympathy” el grupo lo anunciara solamente como “Massive”. Por lo que tras la conclusión del conflicto bélico, el 28 de febrero de ese año, retomaron el “Attack” para todas las ediciones posteriores. Lo mismo sucedió con el primer tiraje de Blue Lines: un 25 por ciento apareció sin el nombre completo de la banda, transformándose en un objeto de colección. Y pasó lo mismo en su primera gira norteamericana, aunque eso generó más bien confusión y la convirtió en un fracaso. No obstante, la decisión la tomaron a pesar de la objeción de Del Naja, quien estaba en contra de la intervención militar estadounidense en el Tercer Mundo. Hoy sigue arrepintiéndose de haber accedido.
El primer recital al que Robert Del Naja asistió en su vida fue al del grupo punk norirlandés Stiff Little Fingers, cuyo logotipo, el pictograma del material inflamable, tomó prestado para la tapa de Blue Lines. Eso sucedió en 1979, una era en la que reinaba en el Reino Unido el thatcherismo y el Estado policial. Entonces la música se convirtió en un canal de ideas contra el establishment y corporación, que además albergó todo lo que le hiciera resistencia: el punk, el reggae, el hip hop. Esos géneros y expresiones representaban la calle y a los marginados. Blue Lines rescata esa misma impronta y la adapta a su lugar de origen, una ciudad que experimentó la cultura afroeuropea. Tres décadas más tarde, estos “holgazanes de Bristol”, como llegó a definirse Grant “Daddy G” Marshall, la tercera pata de esa historia, erigieron un proyecto tan político como atomizado, en el que la electrónica se tornó en una plataforma subversiva y el pop en un modo de llamar la atención. Al menos dos generaciones de artistas y de público hoy son conscientes de lo que significa esa delgada línea azul.