“Nosotros formamos el equipo más competitivo del país. Maxi (Siri) y yo sumamos 11 títulos argentinos Open, Juan Cruz Ruggiero fue campeón U18, Franco Radziunas fue el ganador de la primera fecha del circuito open mientras que Thiago (Passeri) y Simón (Siri) se consagraron en las categorías juniors de su edad y son parte de una camada que viene fuerte. Pero, más allá de ser un team muy competidor y con resultados, no perdemos de vista el por qué somos surfistas. Ese espíritu amateur, de la búsqueda de olas, de descubrir lugares, vivir nuevas experiencias, compartir momentos y hacerlo en el equipo es también parte de lo que somos. Por eso esta aventura que hicimos, casi en el medio de la nada y durante dos días, nos conectó con nuestra esencia, con esa que nunca debemos perder”. Martín Passeri, a los 45 años, aún es un surfista top en el país, pero además es coach, líder y padre –en este caso de Thiago- y por eso es la voz autorizada para resumir lo que fue el viaje que el Team Quiksilver hizo buscando una rompiente poco explorada –¡y que los protagonistas no quisieron precisar! respetando los códigos del surf-. Cerca de 70 kilómetros por la arena, siete horas arriba de dos camionetas y casi 48 horas viviendo en un campamento improvisado a la vera del mar. Vivencias, anécdotas y aprendizajes de quienes son mucho más que surfistas profesionales. Una nota para redescubrir la esencia del surf.
El trip, que incluyó a seis riders entre 14 y 45 años, arrancó a las 3.50 de la madrugada, aprovechando que los surfistas son de levantarse muy temprano porque las horas de la mañana son las mejores en el agua. La troupe, que contó con personal de logística, un fotógrafo y un camarógrafo para registrar cada vivencia, se repartió en dos camionetas y partió rumbo a un spot secreto ubicado entre Necochea y San Cayetano. Para eso atravesaron 70 kilómetros por la arena, subiendo dunas como Médano Blanco, uno de los más altos de Latinoamérica (mide 100 metros), con los vehículos cargados con cinco personas, leña, carpas, tablas, equipamiento y un grupo electrógeno. A la expedición le costó encontrar el lugar buscado, hubo contratiempos y contramarchas hasta que dieron con otro, donde se armó un campamento digno de profesionales. Allí se empezó a disfrutar de la experiencia, de estar lejos de todo, de conectarse entre los protagonistas y con la naturaleza, algo que los surfistas aman…
“Los deportes se practican dentro de límites y esto fue un poco romper eso. Tomarte el tiempo para hacer 150 kilómetros, manejar siete horas, superar decenas de obstáculos en la arena y aguantar una amplitud térmica que fue de 0 a los 24 grados, sólo con la ilusión de conocer una nueva ola o disfrutar de las estrellas en medio de la nada, de un atardecer en la playa o simplemente de una charla o de un truco frente a un fueguito. De eso se trató esto…”, reflejó Passeri, el gurú del grupo.
“El viaje fue una experiencia muy linda. Los surfistas siempre vamos en búsqueda de esa nueva ola, de encontrar una flamante sensación y estar en un lugar poco explorado. Soñamos y pensamos que siempre esa sesión en condiciones épicas es la que está por venir y hacia allí fuimos. En lo personal resultó una desconectada de la rutina y que la cabeza esté enfocada 100% en surfear, es algo hermoso”, aportó Maxi Siri (39), cinco veces campeón argentino que, como Passeri, viajó con su hijo. Claro, como no podía ser de otra manera, Simón es surfista. Y tan apasionado (o más) como el padre. A los 9, es uno de los mejores riders juniors. Es impactante ver a este peque de 1m40 hacer maniobras arriba de olas que lo duplican en altura y que podrían revolcar al más grandote… “Me encantaron las olas, sobre todo los tubos que encontramos, y me llevo también lo que me enseñaron en el team para tomarlos mejor. También me gustó subir a médanos que nunca había visto. ¡Hasta nos tiramos con tablas de skate! Es un placer ir a lugares nuevos, donde no hay nadie… Ah, también me encantaron los sandwichs de carne que comimos”, contó, manteniendo la siempre cautivante inocencia de niño.
Thiago es un poco más grande (12), pero sigue siendo un chico, aunque sea un guerrero en el agua como su papi. “Nos divertimos muchísimo, hasta cuando las cosas salieron mal. Compartimos charlas, momentos y nos conocimos más entre todos. Para mí significó mucho, aprendí un montón”, admitió. También sirvió para nutrir más la relación de padres-hijos. “En mi caso fue una extensión de lo que hago todos los días con Thiago: buscar olas, movernos y, en el mientras tanto, ir charlando, buscando meterme en su mundo, viendo qué piensa y ve… Me gustó ver cómo interactúa y se comporta en un grupo. Trato de guiarlo, aportar, pero más que nada acompañarlo y que arme su propia experiencia”, explicó Martín. “Hacer este viaje con mi hijo resultó un plus, por mí y por él. Sé que estas experiencia, cuando las vivís de chico, no te las olvidás más. Te marcan y forman. Y, la verdad, que haya compartido unos días con este team, con la variedad de surfistas increíbles que tenemos, lo hace aún más inolvidable”, agregó Maxi.
Todos coincidieron que una de las mejores cosas fue no tener señal y así poder dejar el celular a un costado, lo que generó importantes cambios actitudinales, potenciando la colaboración, apareciendo el compartir, encendiendo el diálogo y potenciando lo lúdico, sea con cartas, pelotas o simplemente la palabra. El conectar con el otro, tal vez como años atrás. “No usar tanto el celular y sí el tiempo entre nosotros fue lo mejor”, admitió Juan Cruz Ruggiero. “Yo soy más de casa, de tener señal, pero fue hermoso no tenerla”, agregó Thiago entre risas. “Hubo conexión humana, desde otro lugar. Se armó un truco, se subieron a los médanos, se fueron a mirar las estrellas…”, aportó su padre, quien lo dejó ir para que apreciara cómo el cielo se enciende de otra forma lejos de la luz artificial de las ciudades. “Nunca había visto un cielo así, no pensé que había tantas estrellas. Fue emocionante”, describió Juan Cruz.
Las olas estuvieron buenas, fueron distintas (con tubos), pero tampoco épicas, como se habían ilusionado. Pero eso no importó. Lo humano resultó lo principal que todos se llevaron del viaje. “Tal vez no agarramos las olas que nos hubiese gustado, quizá manejamos más de lo que queríamos o no acampamos en el lugar ideal, pero el equipo se mostró siempre contento, unido y cooperativo. Eso me llevo, más que nada. Nadie bajó los brazos, resolvimos los problemas sobre la marcha y nos fuimos con una mayor sensación de equipo de la que llegamos”, analizó Passeri. “Anduvimos mucho, el primer día lo pasamos mucho en las camionetas y estuvimos cansados, pero disfrutamos cada experiencia, incluso de las malas. Fue un gran viaje, espero que se repita”, cerró Ruggiero. Que así sea.