Desde París
Once candidatos, de los cuales cuatro compiten en un ceñido cuadrilátero del que saldrán los dos que participarán en la consulta final del siete de mayo, la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas de este domingo pone fin a la etapa inicial de una de las consultas electorales más disparatadas, dramáticas, reñidas, accidentadas y mentirosas que haya conocido la quinta República. La perspectiva que diseñó el ininterrumpido aluvión de sondeos desemboca en un seísmo: los dos favoritos, el centro liberal de Emmanuel Macron (En Marche !) y la extrema derecha de Marine Le Pen (Frente Nacional) no pertenecen a ninguno de los grandes partidos que gobiernan Francia desde hace 40 años. Ni la derecha de tradición gaullista ni los socialistas accederían a la segunda vuelta. Macron y Le Pen están desde hace meses como figuras inamovibles de las encuestas. La última de ellas fue publicada este sábado por el diario suizo La Tribune de Génève (en Francia están prohibidas). Realizado luego del atentado del jueves pasado en los Campos Elíseos, el sondeo no refleja ningún trastorno mayor. Emmanuel Macron está a la cabeza con 24% de los votos, seguido por Marine Le Pen, 23%, el candidato de la derecha, François Fillon (Los Republicanos), 20,5% y la izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon, 18,5%.
La ultraderecha es la única propuesta que no ha variado. Marine Le Pen aparece desde hace tres años en las encuestas como presente en la segunda vuelta. Las elecciones que se llevaron a cabo desde 2014 (Municipales y Europeas en 2014, Regionales en 2015) no hicieron más que reforzar esa tendencia. Sólo ella ha sobrevivido en lo alto del podio a la voluntad de recambio de los electores. En cantidad de votos expresados, el Frente Nacional se convirtió en el primer partido de Francia en todos las consultas. Sólo en las últimas semanas Marine Le Pen descendió al segundo lugar, superada por Emmanuel Macron, sin que ello signifique su eliminación. La aceptación de esa situación por los demás candidatos quedó plasmada durante la campaña. Marine Le Pen fue poco atacada, como si todos hubiesen admitido que ella ya tenía ganada la primera parte de la consulta y que la lucha no estaba en derrotarla en abril sino clasificarse para decisión final del siete de mayo. Además del arraigo de la extrema derecha, la otra constante habrá sido la sucesiva destrucción de ambiciones políticas. Entre abril de 2016 y enero de 2017, todos los líderes políticos influyentes que aspiraban a postularse a la presidencia fueron eliminados por los electores, empezando por el mismo presidente francés, François Hollande, quien renunció a su reelección. Hollande capitalizó en torno a él uno de los índices de popularidad más bajos de la historia política de Francia. La ola de decapitaciones se inauguró con las primarias de la derecha, donde los favoritos, el ex presidente Nicolas Sarkozy y el ex Primer Ministro Alain Juppé, quedaron eliminados por Fillon. Los socialistas repitieron la fórmula cuando el ambicioso y autoritario Primer Ministro de François Hollande, Manuel Valls, fue eliminado por el socialismo de corazón de Benoît Hamon. Los demás salían de la escena mientras Marine Le Pen consolidaba su permanencia y otro actor marginal, Emmanuel Macron, ingresaba en puntas de pie. En esos disloques se metió el Ministro de Finanzas de Hollande. En lo que fue considerada como la primera traición en la larga lista de deslealtades que marcaron la campaña electoral, Macron renunció en marzo de 2016. En abril del mismo año, sin partido ni experiencia electoral, armó su movimiento En Marche ! con el que está hoy en la frontera de una hazaña histórica. Macron tomó de la derecha, del centro y de los socialistas lo que mejor le convenía y con ello montó una narrativa de cambio y de ruptura con el sistema que lo llevó hasta donde está hoy.
Para los socialistas, 2017 es el año de la segunda pesadilla, el de la repetición de un trauma profundo que marcó a toda una generación: el de las elecciones presidenciales de 2002. El 21 de abril de ese año, el candidato de entonces, el ex Primer Ministro socialista Lionel Jospin, no atravesó la frontera de la primera vuelta. Fue derrotado por el padre de Marine Le Pen y precursor del Frente Nacional, Jean Marie Le Pen. Por segunda vez en el Siglo XXI, el socialismo francés será un mero espectador de la conquista del poder. El PS es un pájaro moribundo. Sus divisiones nunca aclaradas entre socialistas natos y liberalismo social estallaron ahora con la candidatura de Macron. Los social liberales se fueron con él, incluso traicionando oprobiosa y públicamente al candidato elegido en las primarias, Benoît Hamon. Las encuestas le otorgan un 7,5% de los votos. La meta de Hamon es pasar encima del 10% para no desaparecer, pero el clima dentro del PS es tal que muchos dirigentes imploran para que las urnas les den más del 5% y poder, así, beneficiarse con el reembolso de los gastos de campaña asumidos por el Estado. De esa hecatombe socialista surgió un auténtico polo de izquierda, el de Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon. Sólo falta que las urnas den crédito a las encuestas y no se vuelva a vivir la experiencia de 2012 cuando, del 17, 18% previsto por las encuestadoras, Mélenchon se quedó con sólo 11%. Con un programa no muy distinto al de 2012, Mélenchon suavizó su retórica, arremetió contra las hipocresías del sistema con una fuerza y una creatividad narrativas muy potentes y se inscribió con solidez como una figura decisiva del cuestionamiento del consenso liberal. En su evolución política la filósofa Chantal Mouffe, la gran pensadora de los populismos y de la democracia radical y compañera del difunto Ernesto Laclau, desempeñó un papel central. Mélenchon conoció a Mouffe en la Argentina, en 2013. El candidato de Francia insumisa ha dicho varias veces que Mouffe y Laclau “liberaron mi palabra y mi imaginario político”.
No sólo el PS se presenta a la cita electoral debilitado, también la derecha compite con un candidato que pasó de ser “el presidente virtual” (30% de intenciones de voto) a candidato dudoso (20% hoy). Cuando François Fillon ganó en noviembre de 2016 las primarias (66,49%) su elección presidencial estaba garantizada frente a Marine Le Pen. Pero Francia descubrió de pronto que aquel católico íntegro, apegado a la iglesia y la familia, que profesaba una cura thacheriana de adelgazamiento del Estado no era lo que había contado. Le gustaban el dinero, los caballos, los trajes de 10 mil dólares, los castillos, los autos deportivos y no había dudado en hacer trampas contratando a su esposa e hijos con contratos ficticios en la Asamblea Nacional (más de un millón de dólares). A diferencia de Nicolas Sarkozy y sus ostentosos y asumidos gustos por los Rolex y el lujo aparatoso, Fillon vendió la imagen contraria. El semanario satírico Le Canard Enchaîné se encargó de demostrar lo contrario. La Justicia lo imputó, a él y a su esposa, pero Fillon, en contra de su promesa, continuó con su campaña en medio de un cataclismo de deserciones y disensiones en el seno de la derecha. Ahora se enfrenta a la última verdad.
Mentiras inusuales, xenofobia como plataforma electoral, falsas informaciones, traiciones cruzadas para todos los gustos y disgustos, corrupción, impunidad, feroces ofensivas contra el sistema judicial y la prensa, la fase de la campaña que concluye este domingo habrá sido de una virulencia y de una deshonestidad jamás igualada. Tres momentos clave retratan la campaña: la imputación de François Fillon y Marine Le Pen, ambos perseguidos por el mismo delito (Marine Le Pen en el Parlamento Europeo): el momento en que Manuel Valls llama a votar por Emmanuel Macron, el hombre al que, cuando estaba en el gobierno, apodaba “microbio”: y la más lúcida y espectacular frase pronunciada por un candidato durante un debate televisivo donde estaban presentes los dos imputados, Fillon y Le Pen, ambos protegidos por su inmunidad parlamentaria. Se trata de Philippe Poutou, el candidato trotskista del NPA, el Nuevo Partido anticapitalista, quien les dijo a Le Pen y Fillon: “nosotros, los obreros, cuando la policía nos convoca, tenemos que ir a la cita. Para nosotros no existe la inmunidad obrera”.
La incrustación de Marine Le Pen en el cielo de los sondeos convirtió a la primera vuelta en la más reñida de la historia. Todos los candidatos saben que enfrentarse a ella el próximo 7 de mayo es sinónimo de victoria: el Frente republicano se activará de inmediato para cerrarle a la ultra derecha la posibilidad del sillón presidencial. François Fillon y Jean-Luc Mélenchon apuestan por la misma variable: el error de los sondeos. Ocurrió en Francia en 1995, luego en 2002, se repitió en 2016 con las primarias de la derecha, luego con el Brexit en Gran Bretaña y con la victoria de Donald Trump en los Estados Unidos. “Fillon, Le Pen, todo menos ellos”, titulaba hace unos días en primera plana el matutino Libération. En su editorial previo a la elección, el vespertino Le Monde escribe que, de todas las candidaturas, “una es incompatible con nuestros valores y nuestros compromisos: la de Marine Le Pen”. ¿Quién entonces remplazará a un presidente como François Hollande cuya etapa final de la presidencia es la de un hombre invisible, que nadie defiende ni critica y cuya acción política nadie reivindica? La oferta política no ha faltado: ultraderecha, liberalismo conservador, centro liberal, izquierda radical o socialista, el abanico de las propuestas políticas abarcó un amplio horizonte. Como lo resaltan varios analistas, por encima de sus episodios alucinantes, la campaña habrá sido una confrontación entre la globalización como factor de progreso, y la globalización como factor de exclusión y destrucción de las clases populares. Las ultimas horas, luego de tantas pasiones, son apasionadamente inciertas. La ultraderecha, la derecha, el extremo centro o la izquierda radical están separadas por escasos puntos porcentuales. No menos de diez duelos son posibles. La democracia francesa ha dejado abiertas todas los caminos de su futuro político.