Página/12 en Gran Bretaña
Desde Londres
Príncipe sin reino, huérfano errante, macho alfa, marido moderno, militar, deportista, ecologista visionario, aristócrata impertinente, Felipe “el Griego” cautiva con su muerte a los medios locales e internacionales, y genera un frenesí popular que confirma la profunda raíz monárquica de la sociedad británica.
Banderas a media asta, minutos de silencio, cañonazos de honor, profusión de mensajes de condolencias de soberanos, presidentes, políticos de todo el mundo instalan un clima de duelo oficial que llega hasta la paralización durante una semana de toda medida gubernamental que no sea urgente por parte de los ministerios británicos. Sin embargo, la pandemia, que no entiende de protocolos de la realeza, impondrá los suyos propios: no más de treinta personas pueden asistir a un funeral.
Como toda figura pública longeva, la gente de menos de 40 años seguramente guarda la imagen de un príncipe maduro o anciano, escoltando a la reina. Es la generación que vivió la Segunda Guerra Mundial, la que sabe más de su vida militar y de los aconteceres de la familia real, que vivió la inesperada muerte del Jorge VI en 1952, que convirtió a la princesa Isabel de sólo 25 años en reina y a su marido en príncipe consorte.
Esta es la gente cuya vida fue pautada por acontecimientos reales, funerales, matrimonios, coronaciones, aniversarios, nacimientos que en este momento siente el sacudón del paso del tiempo y de una generación que inevitablemente se va. Lo que asombra es que la muerte de un “colado” entre los Windsor, un príncipe sin reino y sin dinero, despierte en un amplio sector del público de todas las edades, tanta emoción y el deber de rendirle tributo.
Los y las entrevistadas que desde el viernes están llevando flores (contradiciendo mensajes del gobierno) al palacio de Buckinham y a las otras residencias reales realzan su papel de sostén de la reina, o sea, de la institución monárquica. Y aún gente que tiene sus reservas hacia la institución declara que mientras la reina esté viva seguirán apoyando la monarquía. Una entrevistada, Nicola Stingerlin, declara al periódico The Guardian que “con todo tan inseguro y extraño por la pandemia… algo me mueve a venir. Es algo que tiene que ver con la seguridad que ofrece la monarquía, un sentido de identidad nacional”. Tanta emoción sugiere en estos duros tiempos de pandemia una oportunidad de dar rienda suelta a la tristeza y al duelo. Están los que mencionan a sus padres, a sus abuelos y vuelven a llorar sus muertes, lo que podría tener un efecto catártico para tanto dolor reprimido en esta época. Otras personas afirman que el motivo de sus ofrendas florales es su apoyo a una reina estoica y discreta que ha mantenido un firme control de sus emociones y que ahora se queda viuda y sola.
Seguro pasa por sus mentes el asumir la mortalidad de la soberana y el final de una “era isabelina” de la que no se sabe el después. Demasiados eventos en la familia real han causado zozobra y escándalo en las últimas décadas y fue sin duda la imagen de Isabel II la que se mantuvo imperturbable. También se ha mencionado si no es hora de que la reina se tome tiempo para ella en esta etapa de su vida, ya que tuvo poca oportunidad de tiempo para sí misma.
Aunque se hicieron comparaciones entre Felipe y el príncipe Alberto que fue consorte de la reina Victoria en su largo reinado, el primero siempre remarcó que en esos tiempos la reina tenía poderes ejecutivos en los que Alberto estaba involucrado. En los años 50 ya la monarquía era una institución nacional, no un agente de poder como en el pasado. Su papel de consorte lo condenaba a un renunciamiento a su carrera militar, y a convertirse en el apoyo y acompañante de Isabel, siempre manteniendo dos pasos atrás de ella en los eventos oficiales.
Su posición fue demarcada desde un principio por la propia Isabel en su momento de asumir como reina, cuando dejó bien sentado que todas las decisiones que concernieran a la corona las tomaría ella, dejándolo excluido, mientras que en su vida privada él sería el tradicional jefe de familia. Nunca sabremos si este “sacrificio” de su carrera militar fue un acto de honorable renuncia, amor o una astuta estrategia de un desterrado de sangre azul sin nada mejor a lo que aferrarse. Una existencia privilegiada y asegurada a cambio de ajustarse al perfil que exigía la institución.
En el entramado de la familia real, Felipe contribuyó a dar colorido y ofrecer pasto a la prensa con sus comentarios irónicos y fuera de lugar, que se convirtieron en un guiño que lo conectaba a la gente de a pie.
Además de su particular sentido del humor, Felipe ayudó también a mantener una imagen positiva de la corona británica en la Mancomunidad de Naciones que conforman las otrora colonias británicas, relación sobre la que la crítica post-colonial ha escrito tantos volúmenes. La mancomunidad está formada por 54 naciones que incluyen Malta y Chipre en Europa, países de la talla de Canadá, Sudáfrica, India, Australia, Nueva Zelandia, o pequeños como Santa Lucía y Fiji. Felipe e Isabel han sido recibidos como figuras benéficas y lejanas. Los “chistes” de Felipe (que le llegó a decir a un presidente de Nigeria que vestía el traje nacional que “tenía pinta de estar listo para ir a la cama”, o a un estudiante británico viajando por Papua Nueva Guinea que “te las arreglaste para que no te comieran todavía”) no parecen haber afectado la popularidad de la corona en la mayoría de los países de la mancomunidad.
Mientras mantuvo un perfil positivo por su devoción a la reina y trabajos con instituciones de caridad, también se le han atribuido simpatías con el nazismo por el matrimonio de sus hermanas con jerarcas alemanes, numerosas infidelidades, sospechas sobre su relación con el peor escándalo de la guerra fría --caso Profumo--, maltrato a su hijo Carlos, y hasta un papel siniestro en la muerte de la princesa Diana jamás confirmado.
Sabemos ya que su funeral será el 17 de abril ajustado a las restricciones impuestas por la pandemia, lo que justamente él deseaba como manifestó tantas veces en entrevistas: nada de pompas fúnebres y funeral de Estado.
Será un funeral discreto en la capilla del castillo de Windsor. Cabe recordar en estos tiempos una frase de Felipe que el matutino The Guardian publicó en 2009, frase que pinta la impunidad del privilegio: “En caso de reencarnar, yo quisiera volver como un virus mortal que contribuya a resolver el problema de la superpoblación”.