Con la seguridad de que la segunda ola de covid avanza como un tsunami imparable, solo queda determinar si será en unos meses, unas semanas o en la próxima media hora. Por lo pronto el gobierno nacional, y por ende la mayoría de los provinciales, decidieron hacerle frente a lo que venga sin mayores dilaciones y con restricciones menores que apuntan a cortar alguna que otra fiesta clandestina o reunión social multitudinaria.
El 11 de abril del año pasado los casos en Salta eran solamente tres, y cualquiera que estornudase fuerte en la calle se convertía en candidato a la guillotina. Por ese entonces el encierro era estricto, la policía le sacaba el jugo al decreto 255, el gobernador Gustavo Sáenz pelaba perfil de influencer y usaba sus redes sociales para hacer transmisiones en vivo (festejo de cumpleaños incluido), en tanto el barbijo iba camino a convertirse en un par de días en obligatorio.
En este 2021 estamos bastante peor que en ese entonces, pero acostumbrados. Si antes un trabajador golondrina con fiebre ponía los pelos de punta, ahora toda una semana con 200 contagios diarios solamente motiva un reflexivo y filosófico: “ta’ loco, ta’ todo el mundo con covid” (frase dicha en una mesa de café con cuatro personas, todas sin barbijos, porque es difícil tomar café con el barbijo puesto, y filosofar mucho más).
Así que con la misma resignación con la que los dinosaurios deben haber visto venir el meteorito, nos preparamos para una segunda ola, que encuentra al sistema sanitario un poco más armado, a la población de riesgo un poco más vacunada y el gobierno un poco más limitado para tomar medidas restrictivas ante el mal humor que estarían produciendo.
Otra cosa curiosa es que el año pasado el gobierno salteño destacaba como valiente la decisión de Sáenz de haber decretado el aislamiento antes que la Nación. Hoy el mérito pasa por tener la mayor cantidad de actividades en funcionamiento.
Una paradoja pandémica es que en pleno parate de la economía, la pobreza se redujo en Salta unos 4 puntos. Los subsidios nacionales, en especial esa inyección de más de 10 mil millones de pesos del IFE en los sectores más vulnerables, más el sostenimiento de la AUH y la tarjeta Alimentar fueron claves para que ese infame 45,5 de pobres se reduzca a un no menos infame 41,7.
Similar situación se dio con el índice de desempleo, que bajó en 2020 con respecto a 2019 de 31 mil desocupados a 26 mil. Pero a su vez se redujo en 10 mil la cantidad de personas empleadas (270 mil a 260 mil), lo que indica que hubo menos puestos de laburo, pero también menos gente en la búsqueda.
Estos números a la baja de pobreza y el desempleo lejos de motivar una fiesta para festejarlos o una procesión para agradecerlos (en esta provincia cada uno es libre de elegir el aglomeramiento clandestino que mejor lo represente), dan cuenta de la disfuncional situación que se vive en Salta, con una disociación entre esas variables que mejoraron y una economía en la que la mayoría de los sectores funcionaron entre más o menos y nada.
Estamos juntos pero vamos separados
En esta pandemia Salta también pudo jactarse de su carácter pionero en imponer antes que nadie la cuarentena y la obligatoriedad del barbijo, así como de ser la primera en abrir el fútbol 5 y el turismo interno. Pero entre tanta vorágine, y cuando parecía ya todo hecho, fue la primera en meter un desdoblamiento de las elecciones legislativas provinciales.
Con todo encaminado para que las PASO nacionales se trasladen a septiembre, aquí en Salta se sigue a la espera de un milagro epidemiológico que permita en julio ir a un banco o al shopping, los dos parámetros de normalidad elegidos por el gobierno para sostener las elecciones provinciales.
Una elección en contexto de pico de pandemia, tendrá en el coronavirus un factor más que importante al momento de definir a los votantes por uno u otro candidato. Suponiendo que efectivamente se cumple el vaticinio del presidente del COE, Francisco Aguilar, que ubicó el peor momento de la nueva ola para abril o mayo, por lo que en julio el riesgo de contagio iría en descenso. Pero aún estarán muy frescas las consecuencias de un pico de cuyas magnitudes nadie se anima a pronosticar un número (Josefina Medrano y sus 1500 muertos hay una sola), pero que, coinciden los que saben, será muy fuerte y con peores resultados que en 2020.
Entonces la posibilidad concreta de sufrir un voto castigo si es que se desmadró la situación, parece ser un riesgo que el oficialismo está dispuesto a afrontar, con tal de que no se entremezclen las elecciones provinciales y las nacionales.
Y en ese punto se explica la obstinación de sostener una elección con un alto riesgo sanitario y electoral, porque el saencismo quiere reeditar el surtido frente electoral que lo catapultó a la gobernación, al que le sumó al PJ como la pata fuerte albertista, que además suaviza un poco el furioso antiperonismo que tiene el ala derecha del conglomerado oficialista con romeristas, PRO y radicales a la cabeza.
En definitiva, el difícil arte de juntar el ganado y que estén todos contentos en un mismo corral se logra encapsulando la elección provincial para que se haga eje exclusivamente en la gestión y figura de Gustavo Sáenz. Para ello debe evitar cualquier referencia a Alberto o Cristina, algo de por sí complicado, porque muchos sectores filosaencistas pescan votos exclusivamente en el antikirchnerismo, pero que directamente será imposible si hay una elección nacional en paralelo, que además puede convertirse en un eventual plebiscito de la gestión de Fernández.
Bajo esas condiciones, Sáenz no podrá evitar embestidas, acusaciones, chicanas y demás recursos dialécticos desde su ala derecha contra el albertismo/kirchenrismo. Algo que el gobernador no quiere, no solo por su afinidad con Alberto Fernández, sino que además tampoco le conviene ponerse de malas con un gobierno nacional que le gira el 75 por ciento del presupuesto en recursos coparticipables, más los ATN y la ayuda social antes descripta. Todo bien con las ideologías y las convicciones, pero tampoco es cuestión de andar pegándose un tiro en la billetera....
Encima la reciente tanda de medidas restrictivas aplicadas principalmente para las dos Buenos Aires, fue el terreno abonado perfecto para que encolumnados detrás del Dipy, los referentes de Cambiemos, incluidos los salteños, le peguen cachetazos al gobierno nacional, mientras piensan el nuevo leiv motiv que reemplace infectadura y plandemia.
“Así no hay neutralidad que aguante”, habrá pensado Gustavo Sáenz mientras lustraba alguno de sus pares de botas como para descargar tensiones.
Mueran los salvajes federales unitarios
Como para graficar este panorama, la vuelta de las sesiones en la Cámara de Diputados de Salta trajo un intercambio de opiniones que dejó al descubierto las diferentes orientaciones que hay en el oficialismo.
Ya casi al final de la sesión, en la parte de manifestaciones, el rosarino Gustavo Orozco, se quejó de la falta de federalismo del gobierno nacional "que lo pregona desde las palabras, pero no desde los recursos". Sacudió a Cristina, dijo que el gobierno le roba a los productores “para darle a los vagos del conurbano bonaerense, que es donde compran los votos” y hasta invitó a sumarse a la movida independentista de los mendocinos, “cansados de que nos roben los porteños”. Tranqui, quinta a fondo, se mandó el diputado dueño de una camioneta ploteada con su cara, la de Sáenz y la frase “no estamos de campaña, estamos trabajando”.
Justo detrás venía el integrante del bloque del Frente de Todos, Iván Mizzau, que le recordó a Orozco que cinco días antes el propio gobernador agradecía el federalismo que pregona el gobierno nacional, porque le sustenta prácticamente todas las obras públicas en marcha en la provincia y es el origen de la mayoría de los recursos.
Pero además el oranense le cantó retruco y dijo que es el gobierno provincial el que no practica federalismo, ya que destina todos los recursos a la capital salteña, por lo que amenazó con una independencia de los departamentos del norte. De golpe la República de Salta de Orozco pasó a ser los Estados Unidos del Noroeste de Mizzau.
Acto seguido apareció Matías Monteagudo, preocupado por el dengue y la falta de recursos para combatirlo, como buen radical culpó a la Nación, pero también a la provincia, aunque con mucha menos vehemencia, lo que dejó en evidencia ese saencismo culposo que ejercen los radicales.
Casi hasta como guionado, le tocó el turno a otro FdT, Franco Hernández, que sin dudar tildó al gobernador como “el menos federal” porque le da más subsidios a la empresa de transporte Saeta que lo que hay presupuestado para San Martín y Orán y acusó a Sáenz de adueñarse de los programas nacionales como el Alimentar. “Si hablamos de federalismo, hablemos bien”, lanzó, no sin antes acusar al macrismo de haber desmantelado la Palúdica, lo que perjudicó la pelea contra el dengue.
Fuera de libreto porque “no tenía pensado hablar”, se metió en la discusión Javier Diez Villa, que destacó el rol de gestor del gobernador y que “recorrió la provincia a lo largo y a lo ancho hablando con los vecinos”. Después le pegó al gobierno de Urtubey por el Fondo de Reparación Histórica, y palabras más, palabras menos, dijo que el que no se quejó antes no venga a quejarse ahora, porque “fueron cómplices de esa gestión”.
Y les tiró sobre la mesa las malas experiencias de Anses y Pami. “Háganse cargo de los que pusieron ahí”, dijo a los del FdT. En ese momento el Tuti Amat, Socorro Villamayor, Gastón Galíndez y Antonio Hucena incendiaban la foto que se sacaron hace un mes en la sede del PJ con el destituido jefe de la Anses, Marcos Vera, y sus compañeros de La Cámpora.
Y el cierre corrió a cuenta de la muchacha PROnista Laura Cartuccia, que primero les dijo que ellos (por los del FdT) fueron parte de una gestión “que no se ocupó de los problemas actuales que ya estaban en esa época”, pero al toque les advirtió que la gente está cansada de los que culpan a las gestiones anteriores... “Ustedes son generadores de grietas, háganse cargo de la gente que pusieron en la Anses y Pami y no le echen la culpa al gobierno anterior”, cerró defendiendo al macrismo, período en el que supo ser funcionaria de la Anses.
En ese momento Sáenz dejó de cepillar sus relucientes botas, respiró hondo, susurró “me van a enfermar” y le prendió una vela a la estampita de San Massa, patrono de los equilibristas políticos.