El temporal que acaeció desde el jueves hizo más dura la supervivencia en el asentamiento de Magaldi y Benteveo, donde 130 familias mantienen la ocupación de tierras ociosas mientras aguardan que el Estado intervenga para brindarles condiciones de vida dignas en viviendas, no en lo que habitan desde antes de la pandemia. La lluvia constante avanzó por esas callecitas sin desagüe, y entró en los ranchos de chapa, lona y palo, a transformar en barro el piso de las piezas y los senderos entre casillas, a humedecer el aire que enferma a niños y niñas. 

La toma creció en dimensión. Un relevamiento realizado en noviembre había contado 113 familias, y el censo que encararon Municipalidad y Provincia el martes pasado enumeró 130 familias, algo más de 400 personas de las cuales casi la mitad son menores de edad y donde más de 20 tienen como jefa de hogar a una madre soltera.  

"Ya ven cómo se vive acá, entre chapas y nylon. Vivimos en esto que era un basural y lo recuperamos, pero con esta lluvia nos inundamos porque el agua entró y no tiene salida", dijo Antonella Salinas a Rosario/12. Ella, con 21 años y dos niños de 8 y 3, es una de las delegadas que habla por sus vecinos ante las autoridades.

Los días de mayor zozobra pasaron. Fue el año pasado cuando un empresario, Mario Pacho, reclamó en la Justicia la propiedad de ese terreno a espaldas del campo de deportes del colegio Cristo Rey. La ofensiva intentó desalojar el predio, pero la intervención del Ejecutivo con una mesa de negociación terció en el conflicto y por ahora allí se contiene, con el reclamante a la espera.

La llovizna sin pausa pinta más desolado el paisaje de la toma en ese rincón del barrio Unidos, muy distinto al entorno de la orgullosa urbanidad de Fisherton, el apacible barrio Tango, la prolijidad del estadio mundialista de hockey Luciana Aymar. Aquí, un día de lluvia todo es barro, charco y perros mojados. Aroma de torta asada en el aire, y vecinos acarreando escombros desde los montículos que esconden el asentamiento para elevar los senderos y procurar así dejar de andar caminando en ese pantano.

"El año pasado el covid estuvo complicado acá, además porque empezábamos de cero para hacernos la casa. Ahora en eso estamos mejor preparados, pero la cosa sigue complicada porque seguimos sin tener agua potable. El agua con la que contamos es la que nos trae la cuba (camión cisterna de Assa) que viene dos o tres veces por semana a cargarnos los bidones, los baldes", contó Antonella. La otra carencia es la falta de energía eléctrica segura. La provisión es clandestina e inestable, tanto como lo es un cable furtivo que cruza desde el norte de calle Magaldi al 8900 y se mete en el rancherío. "Con la luz lo que hacemos es que alguno de los vecinos que están hace mucho tiempo al otro lado del predio nos pasen un cable, y así estamos. Pero dos por tres se corta, o se nos quema algo", relató la mujer.

A pesar del descalabro social que ocasiona la pandemia en los sectores más vulnerables, en la toma de Magaldi y Bentevo 9 de cada 10 niños están escolarizados. "Sí, casi todos van a la escuela, aunque ahora les queda más lejos que antes Mi nene tiene 8 años y va a la Gabriela Mistral (Nº 1080, en Wilde y San Lorenzo), unas 8 o 10 cuadras", comentó Salinas. La otra opción es la escuela María Elena Walsh, junto al estadio de hockey, donde también está el centro de salud municipal José Ugarte. 

Mientras tanto, el vecindario celebró como una victoria haber podido reabrir el comedor comunitario, luego de un parate de tres meses. "Desde diciembre no recibíamos mercadería, recién el mes pasado llegaron 100 cajas y enseguida se repartieron entre los vecinos. Yo nunca vi tanta necesidad como la que se ve hoy", meditó la delegada de la toma.

El censo que hicieron Provincia y Municipalidad la semana pasada les deparó una señal promisoria. "No queremos que nos regalen, pero no podemos pagar un alquiler porque no ganamos como para pagar cuotas. Vivimos de changas, mujeres desocupadas, ya no tenemos ni el IFE. Peleamos por lotes y vivienda, con títulos, solo que nos den el derecho a la vivienda y cumplan lo que prometieron meses atrás. Que el intendente y el gobernador lo hagan cuanto antes, porque ahora es la segunda ola de coronavirus, y se viene el frío, y acá estamos igual... miren cómo estamos", expuso Carola, otra de las vecinas del asentamiento.

Antonella Salinas continuó la radiografía del barrio y de la lucha que sostiene con sus vecinos: "Muchos acá son albañiles, trabajan en la construcción. La otra mitad de las familias sale a cartonear. No queda otra que salir a juntar o manguear, hacer changas con el carro. Varios pibes también trabajan como changarines en el Mercado de Concentración, pero siempre así, de manera precaria, nada estable", señaló.

Tiene 21 años, pero en su voz cansada asoma un registro de vida más curtido que las mujeres de esa edad. La noche del jueves para el viernes la pasó casi en vela, atajando el agua que le entraba por todos lados. "Mi casa es de material por lo menos –distinguió– pero con la lluvia el agua entra y entra nomás. Tengo a mi nene enfermo de los pulmones, sufre broncoespasmos, y este tiempo... la humedad lo mata pobrecito. Hoy traté de acomodar, esta tarde subí al techo para poner un nylon más, traté de secar para que se vaya la humedad, pero está anunciado que seguirá lloviendo", se preocupó.