La serpiente (Netflix) es una rara avis dentro del esquema de series concebidas para el consumo rápido y masivo. El interés que despierta la vida y obra macabra de Charles Sobhraj, un contexto exótico y predigital, sus ocho episodios, podrían explicar el éxito de esta realización de la BBC extendido a la plataforma de streaming. Sin embargo, la entrega concebida por Richard Warlow (Ripper Street) demanda un espectador dispuesto a la digestión lenta. Su título opera en esa dirección. Refiriere al accionar de un criminal pragmático, a sus cambios de piel y a la paciencia que lo volvieron tan célebre como esquivo. Claramente no surtiría el mismo efecto con el otro seudónimo del sujeto: el asesino bikini.
El comienzo lo muestra al protagonista (interpretado por Tahar Rahim) en un estudio de TV a finales de los ’90. Dice ser inocente aunque se muestra reacio a responder si asesinó a más de una decena de personas. Tras esa breve introducción, la serie se concentrará en el período (mediados de los ’70), lugar (la ruta hippie del sudeste asiático) y el modus operandi letal perpetrado por este francés bajo la fachada de la venta de piedras preciosas. Contaba con dos cómplices: su novia canadiense, Marie-Andrée Leclerc (Jenna Coleman), y Ajay (Amesh Edireweera), un indio dispuesto a todo. El trío seducía, dopaba y asesinaba a viajeros occidentales, se quedaban con su dinero y pasaportes que reutilizaban para costear sus hábitos de jet set. La serpiente es, por otra parte, de esos thrillers que anteponen la tensión sobre lo visceral.
Los capítulos se fragmentan en tiempos y latitudes (un poco a la deriva de los mochileros) y requieren de un espectador activo. Los mayores logros están en la representación de esa coyuntura psicodélica, lejana y decadente. El tratamiento de la imagen –con mezcla de archivo y porosidad de celuloide-, más el diseño y el vestuario se destacan en la producción. Lo mismo cabe para su banda sonora con una rockola de rock & roll crudo, folk, yé yé, funk, disco y melodías étnicas. Pero en el centro está el personaje, definido por su propio intérprete como alguien “manipulador, narcisista y sádico como el diablo”. Además del perfil de un psicópata divo y de la identidad mestiza del protagonista, suenan las notas del postcolonialismo y espiritualidad for export. Es sugestivo, en ese sentido, que las embajadas del primer mundo compartan con el asesino un alto desprecio por los forasteros de pelo largo. “Dirán que es otra turista imprudente”, suelta Sobrajh antes de ahogar en un río de Bangkok a una chica seminconsciente.
El otro personaje clave en La serpiente será Herman Knippenberg (Billy Howle), un diplomático holandés que, motivado por la desaparición de una pareja de compatriotas en Tailandia, se convertirá en detective y cazador del protagonista. Él estructura la trama “serpenteante” y opera como contrapeso de las atrocidades perpetradas por Sobhraj. Aunque con claras diferencias argumentales, la entrega funciona en díptico con Carlos (Olivier Assayas, 2010). Esta última miniserie, vale recordar, puso el foco en Ilich “el chacal” Ramírez. El tono será diferente, pero en hay un nexo por un período, múltiples nacionalidades, geografías, un asesino misterioso con apodo animal como protagonista…y un spoiler. Ramírez y Sobrajh compartieron a Jacques Vergès como abogado. Aunque esto, claro está, pertenece al ámbito de la realidad.