El escritor guatemalteco elige su máscara y construye una galaxia literaria con el polvo de dos identidades: árabe y judío. Cada libro está unido por un narrador que se llama Eduardo Halfon, que es y no es él. El big bang, la gran explosión, ocurre a partir de la frase con la que comienza Canción (Libros del Asteroide), el sexto eslabón de esta galaxia en construcción: “Llegué a Tokio disfrazado de árabe”. El ejercicio empieza por descolocar al lector temporal y geográficamente para llevarlo a una fría mañana de enero de 1967, cuando en plena guerra civil la guerrilla guatemalteca secuestra a su abuelo, llamado también Eduardo Halfon, un empresario libanés que no era libanés, nacido legalmente en territorio sirio, que se decía a sí mismo libanés. Un escritor de ficción como Halfon es un gran impostor que crea verdades literarias tan profundas como ambiguas en su opción por estar con los pies en el barro de la vida misma.
La literatura es el territorio ideal para neutralizar el pensamiento binario: ni el abuelo es una “pobre” víctima ni el secuestrador, apodado Canción, es un “monstruoso” verdugo. La virtud de Halfon –que nació en Guatemala en 1971, cuatro años después del secuestro de su abuelo- es poner en tensión esos conceptos. La galaxia narrativa halfoniana comenzó en 2008 cuando publicó los cuentos de El boxeador polaco. Su abuelo polaco León Tenenbaum llegó a finales de 1945 a Guatemala, el único de su familia que sobrevivió y estuvo prisionero en distintos campos de concentración. En su brazo tenía tatuada la marca de su paso por Auschwitz: 69752. “Que era su número de teléfono. Que lo tenía tatuado allí, sobre su antebrazo izquierdo, para no olvidarlo. Eso me decía mi abuelo. Y eso creí mientras crecía. En los años setenta, los números telefónicos del país eran de cinco dígitos”, recuerda el narrador del relato en el que un abuelo le cuenta a su nieto, sesenta años después, cómo le salvó la vida un boxeador polaco al que los nazis lo mantenían vivo para pelear todas las noches. El proyecto continuó con La pirueta (2010), Monasterio (2013), Signor Hoffman (2015), Duelo (2017) y el sexto es Canción (2021).
A los diez años Halfon y su familia escaparon de la violencia de su país a Estados Unidos. Volvió a Guatemala con 23 años y permaneció una década, hasta que decidió irse y vivió dos años en España (entre 2007 y 2009), de nuevo regresó a Estados Unidos y ahora está en el sur de Francia, en el pueblo Forcalquier, donde vive su hermano. Pero en agosto, por una beca, se mudará a Berlín. “Los colegios se han mantenido abiertos, lo cual es una bendición para los que somos padres; eso lo ha manejado bien el gobierno francés -cuenta el escritor guatemalteco a Página/12-. Lo que va lento es la cuestión de las vacunas. La burocracia para vacunar es pesadísima, cuesta que las cosas se muevan. La mitad de los franceses, entre el 40 y 50 por ciento, no se quiere vacunar. La semana pasada tuve oculista y el oculista no se quiere vacunar. Y lo mismo mi dentista. ¡Son médicos! ¿Por qué no quieren? ¿Será que no estoy entendiendo algo? Yo estoy esperando y me voy a poner la vacuna que me den. Un efecto secundario es tanto menor a que me dé esta cosa. Toda vacuna te va a dar un poco de fiebre. Toda vacuna te va a dar un poco de dolor. Es normal. No te vacunás solo para ti, sino para tus padres, tus abuelos, gente que corre más peligro”.
--Desde el inicio de “Canción” el narrador plantea que llega a Tokio “disfrazado de árabe”. Además de la idea de disfraz, la palabra persona significa máscara, la máscara usada por un personaje teatral. ¿Por qué en tu proyecto narrativo se evidencia un interés por el disfraz y la máscara?
--La respuesta es más psicoanalítica que literaria. Hay algo en mí que tiende a la búsqueda de esas máscaras, a creer que necesito diferentes máscaras para poder moverme en ciertas situaciones. Esto viene desde mi infancia y quizás podría decir que viene de más atrás, desde mis abuelos; es una cosa muy judía el vestir la parte, pienso en Zelig de Woody Allen, que hace broma no solo de disfrazarse como el entorno sino de cambiar el físico, cuando Woody Allen se vuelve un luchador de sumo. Hay algo de poder sobrevivir en una situación nueva que requiere entonces parecer como todos los de ese lugar. Yo recuerdo que llegué a Estados Unidos cuando tenía diez años y tuve rápidamente que parecer norteamericano: hablar como ellos y vestirme como ellos. Y cuando voy a España hablo como un español (tengo la nacionalidad española por matrimonio) y me vuelvo un poco español. Cuando estoy en Guatemala, mi acento cambia un poquito... entonces son vestuarios: el guatemalteco, el americano, incluso el polaco, cuando escribo sobre mi abuelo polaco y voy a Polonia; con todas esas máscaras me sentía más o menos cómodo, hasta que me llegó una invitación para hacer el papel de árabe, disfrazarme de libanés, en 2015, justo después de que estuve de visita en Buenos Aires. Lo primero que pensé fue que era una broma o un error, pero poco a poco empiezo a entender que soy nieto de un libanés, que lo libanés lo tengo. Entonces enfrento esa parte de la historia de mi familia y empiezo a probarme ese disfraz.
--Hay un equívoco en ese disfraz de libanés, como dice el narrador sobre su abuelo que es un libanés que no es libanés, porque nació en Siria, cuando el Líbano no existía como tal.
--Claro, pero mi abuelo siempre dijo que era libanés; por los libaneses con los que he hablado desde entonces entiendo que ser libanés antecede al Líbano, era una cuestión del Monte Líbano, una cuestión de identidad regional, no nacional. Luego se volvió un país y una identidad nacional; pero algo de ese equívoco está también en un cuento que escribí, que se llama Signor Hoffman, donde me llama un señor de Italia, de Cantabria, y me dice “Signor Hoffman”, en vez de Halfon, y a partir de ese momento adopto el señor Hoffman como otra identidad, como otra pequeña máscara.
--Este trabajo con el disfraz tiene que ver con tu identidad como escritor. En tu proyecto cada libro se puede leer de manera autónoma, pero a la vez están conectados entre sí. Lo que siempre prevalece, como una especie de trasfondo, es la adopción de distintos disfraces, ¿no?
--Si. Ser escritor es otro disfraz. Ser escritor es algo muy distinto a escribir. Escribir es un acto solitario, íntimo, de mucho oficio; es algo que requiere sentarse y hacerlo. Ser escritor es un acto público, es hacer esto: contestar entrevistas. Ser escritor es una pose, es poner la cara de escritor y crear un mito de escritor que nada tiene que ver con escribir. El escritor tiene que vestir esa máscara o renunciar a ella, como lo han hecho Pynchon o Salinger, que evitan esta parte de ser escritor, aunque esa también es una pose. El narrador que lleva mi nombre, y que no soy yo, además lleva el nombre de mi abuelo, también es una manera de disfrazarme, pero dejando entrever algo. No me disfrazo de tal manera que sea irreconocible ese narrador. Quiero que el lector reconozca algo de mí en él, pero sigue siendo una manera de disfrazarme, de poner en su boca palabras que tal vez yo no tendría la valentía de decir o historias que son prohibidas y que él las puede contar y yo no.
--¿Por qué el narrador de “Canción” dice que Guatemala es un país surrealista?
--La frase es de mi abuelo y está en una carta que supuestamente mi abuelo escribió y se publicó en un periódico que se llama Prensa Libre, el periódico principal del país, pero es una carta que mi abuelo no escribió. Mi abuelo no hablaba un español como el de la carta; es una carta que probablemente le pidió a alguien que la escribiera. A él le estaban por expropiar una propiedad con el gobierno de (Jacobo) Árbenz, por la reforma agraria; entonces publica esta carta en la que dice que Guatemala es un país surrealista. Yo estoy de acuerdo en que Guatemala es un país surrealista, pero por razones muy distintas a las de mi abuelo. Un país donde tú estás almorzando y entra la secuestradora de tu abuelo a almorzar también es surreal, es un poco onírico. Hay situaciones en Guatemala que solo son entendibles desde una óptica surreal o infantil.
--Esa parte de “Canción” en la que tu abuelo se encuentra con su secuestradora parecería inventada, pero no lo es.
--En 2018, cuando estoy en Guatemala, me topo con un libro que me regaló mi padre, un libro escrito por un ex guerrillero, en el cual narraba en primera persona, en dos páginas, el secuestro de mi abuelo. Y mencionaba a uno de los secuestradores, apodado “Canción”. Me llamó la atención la figura del secuestrador y su apodo muy raro, pero también la relación que mi abuelo tuvo con él. Entonces entendí que quería escribir más sobre el secuestrador que sobre el secuestrado. Tuve que hacer mucha investigación histórica y entrevistas y ahí empecé a buscar a esta secuestradora que entra el restaurante, al secuestrador que escribió el libro. Unos aparecen en el libro, otros no, porque me pidieron no aparecer por seguridad. Aunque es surreal encontrarme con la gente que secuestró a mi abuelo, por otro lado ya tengo distancia con ese evento. Yo no había nacido cuando lo secuestraron a él. Puedo verlo sin ningún dolor, tratando de no juzgar, al igual que mi abuelo polaco y el Holocausto. Había tanta distancia que un nieto entonces puede volver la mirada con más objetividad y tratar de hacer literatura.
--En un momento del libro el narrador revela que ”el policía bien disfrazado de policía, era Canción”. El verdugo, el secuestrador, también lleva un disfraz. Quizá este aspecto lo humaniza o lo aproxima, como si esa máscara permitiera una instancia de mayor acercamiento. ¿Qué implicancia tiene que el secuestrador también lleve un disfraz?
--Has leído muy bien esa frase, simplemente me gustaba la sonoridad de la frase de repetir la palabra policía dos veces. Y he peleado por mantener eso en traducciones que me lo tratan de corregir y no lo permito. ¿Quién es la víctima y quién es el verdugo? En momentos como aquel, en la guerra civil en Guatemala, eso era muy ambiguo; depende a quién le preguntas, depende qué lees. Para mí era importante mantenerme lo más “neutro” posible, por decirlo de alguna manera. No es la imagen del maleante en la que fuimos educados a creer cuando pensamos en secuestradores. Eran personas revolucionarias.
--¿Por qué la figura del abuelo está lejos de ser idealizada?
--No es un libro nostálgico que honra la memoria del abuelo. Mi abuelo era una persona leal, muy justa, pero tenía un carácter que podía ser bravo y nosotros de niño le teníamos miedo porque podía ser muy iracundo. Está la versión de la historia, por parte de los mismos secuestradores, que la razón por la cual lo secuestraron era por el maltrato que les daba a sus empleados. Yo creo que esa versión es y no es toda la verdad. Mi abuelo trataba a sus empleados como todos los empresarios del país trataban a sus empleados y aún los tratan: pagándoles una miseria. Recuerdo esfuerzos monumentales de la familia por mantener afuera un sindicato que quería organizarse. Era un oligarca, un jerarca, un mandón. Yo no quería idealizar a mi abuelo, no quería que el personaje del bueno y el malo estuviesen delimitados. Por eso el epígrafe de Baudelaire: “quizá resultaría agradable ser alternadamente víctima y verdugo”. Estos dos personajes no son el prototipo de lo que se pensaría para un secuestrador y un secuestrado. Hay una tensión que no se resuelve; es una tensión de cuentista, no de novelista. Yo juego a dejar esa tensión en el lector y que el lector la resuelva. O no.
--¿Por qué dejar esa tensión sin resolver es más de cuentista que de novelista?
--El cuentista trabaja más en esa línea de dejar abierto el texto, no cerrarlo, pero hay lectores que quieren que cierres, que se quedan esperando el “tan-tan”... ¿Qué pasó al final? ¿Es bueno o malo Canción? El libro fue libro del mes en Bukku, un club literario argentino que tiene más de 3200 lectores y ellos obligaron por primera vez a mi editorial, Libros del Asteroide, a imprimir el libro en Argentina. En ese club de lectura algunos lectores decían que querían una novela más tradicional; pero mis libros no son así. Es otro tipo de escritura, otro tipo de literatura. Mis textos tienden a exigir quizá más atención para armar el mosaico que estoy presentando, las diferentes partes, los brincos en el tiempo, los brincos geográficos de Beirut a Tokio o Guatemala, y que no te voy a llevar adonde crees que te voy a llevar. Yo mismo me sorprendo de adonde me lleva la historia.
--¿Cómo sigue el proyecto de Eduardo Halfon después de “Canción”?
--El proyecto se fue gestando ante mí; no hubo ningún tipo de planificación. Empezó hace doce años con El boxeador polaco, un librito de seis cuentos, ciento cuatro páginas, que yo pensé que había terminado y que ahí quedaba ese señor narrador llamado Eduardo Halfon. Y de pronto empieza a crecer y a engendrar otros libros: La pirueta en 2010; Monasterio en 2013... Canción es el sexto y los libros se van hablando, se van contradiciendo, se van continuando: un personaje que era muy menor, que aparece en una página de Signor Hoffman es Aiko, que dos libros después, en Canción, me cuenta quién es. Yo no sabía quién era. Y así se va abriendo la escritura ante mí. No sé qué viene después, no sé si voy a continuar en esto. Yo creo que solo lo sabe ese otro Eduardo Halfon, que tanto fuma y tanto viaja. Lo que sí ha estado pasando es que editores de otros países han ido juntando los libros y los presentan como “un gran libro”. Entonces confirma la idea que teníamos que estoy escribiendo un solo libro por entregas, sobre la marcha, y habrá que esperar un poco para tener todos estos pequeños libros en un solo volumen.
--¿Bajo qué título o idea imaginás a esos libros en un solo volumen?
--Me lo acaba de preguntar mi editor noruego, que ha venido publicando los libros y ahora quiere hacer una edición de bolsillo con todos y me dijo: ¿qué título le ponemos? No sé... Al principio creía que el centro o el núcleo de todo esto era El boxeador polaco, la figura de aquel boxeador polaco, yo creía que ahí estaba condensada la idea. Pero no... Eso se quedó corto. El tiempo me dirá cuál es el sol de esta pequeña galaxia.