Terminaba el 2010 y una conocida revista anunciaba en su edición de diciembre un largo reportaje al Indio Solari. El cantante, esquivo y selectivo con las entrevistas, se excusaba diciendo que las concedía sólo cuando tenía algo para decir (“cacareo cuando pongo un huevo”, era su metáfora de batalla). Y en aquel fin de año tenía dos cosas importantes para contar: por un lado, el lanzamiento de El perfume de la tempestad, su tercer disco solista; por el otro, un show previsto para el 26 de marzo de 2011 en Salta, donde Los Redondos habían tocado por vez primera a principios de 1978.
Más allá de su verba atractiva y de sus reflexiones jamás inadvertidas, quedó de aquella producción un material que guardaba una gran historia y que ahora, encima, cobra actualidad: además de unas fotos de Solari en vivo (entonces acababa de ofrecer un show en el hipódromo tandilense), entre las páginas se destacaban dos imágenes en un ámbito postacopalíptico.
En una, el Indio está apoyado en primerísimo plano contra el tronco de uno de los tantos árboles muertos entre hectáreas de paredes venidas abajo, como si se tratara de Sarajevo después de un bombardeo. En la otra, al contrario, luce pequeño delante de una enorme estructura de cemento que, con ese mismo material, dice en mayúscula: MATADERO. El lugar era (es) Epecuén, aquella villa termal al oeste de la provincia de Buenos Aires que quedó reducida a ruinas tras la intempestiva inundación provocada en noviembre de 1985 por el desborde de la laguna que le dio nombre al pueblo.
Como en una película de ciencia ficción, el agua fue creciendo hasta sumergir al poblado turístico bajo metros y metros durante varias décadas. Pero los motivos eran bastante más reales: la interrupción de la construcción del canal Ameghino en 1976 por orden del gobernador genocida Ibérico Saint-Jean y la inacción posterior del mandatario radical Alejandro Armendáriz propiciaron la catástrofe. Si el primer tramo de la gestión alfonsinista fue valorado con un término propio de la naturaleza (la primavera), fue esa misma quien en el ’85 anticipó el fin de ese ciclo floreciente con fuertes lluvias que perjudicaron especialmente a varias zonas de la provincia de Buenos Aires. Aunque a la de Epecuén como a ninguna otra: los 1500 habitantes salvaron sus vidas evacuándose en la vecina Carhué, aunque perdieron todo lo demás.
Recién luego del 2000 el agua fue cediendo con pausa, dejando al descubierto los estragos cometidos. Empujado por la curiosidad de esta historia surrealista, Solari decidió conocer el lugar y en octubre de 2010 hizo siete horas en auto hasta los vestigios de Epecuén. Pero no viajó solo: en la comitiva también estaba Andrés Kevorkián, el fotógrafo y diseñador gráfico que hace trabajos para el músico desde 2008.
“Además de las ruinas en sí, al Indio particularmente le llamó mucho la atención la obra de Francisco Salamone”, recuerda Kevorkián. Se refiere al arquitecto italiano que en apenas cuatro años de la década de 1930 dirigió setenta monumentales construcciones en las profundidades de la provincia de Buenos Aires, especialmente cementerios, edificios municipales y mataderos, todo por encargo de la administración estatal de la Década Infame. Varios de ellos aún siguen en funcionamiento, sobre todo los dos primeros, pero fue en el último donde Solari encontró su Salamone a mano: el matadero a mitad de camino entre Epecuén y Carhué que -pese a la inundación y aunque con algunos magullones- resistió de pie frente al avance furioso y corrosivo del agua salada.
KVK (así conocen a Kevorkián en el ambiente: una marca que se inventó e instaló) aún recuerda de aquel viaje dos hechos cuyo asombro fue compartido por el propio Indio. El primero fue la posibilidad que tuvo el músico de deambular por un lugar público y abierto sin multitudes que lo demandasen: visitó Epecuén durante dos días en los que el pueblo estaba literalmente sin turistas, mientras que en Carhué -donde se alojó- recorría los comercios sin que causara gran conmoción. Lo segundo, en cambio, tiene que ver con un aspecto sensitivo: “Epecuén tenía un olor particular, quizás por el salitre que dejó el agua, o por el cemento en ruinas, pero que definitivamente no era común a nuestro olfato. Nos lo preguntamos varias veces sin encontrar respuesta”, apunta Kevorkián. ¿Habrá influido esa experiencia sensorial en el título del disco que estaba a punto de fabricar, o fue pura coincidencia que finalmente se llamara El perfume de la tempestad? ¿La tempestad acaso no huele a sal, a polvo, a partículas que fueron sacudidas con furia por la naturaleza?
En épocas donde la pandemia avanza con su segunda ola y encima arrastra desde la primera el debate sobre si el rock está vivo o qué, las novedades vuelven a salir desde la crew del Indio Solari. Un viejo lobo suelto que confía la representación de su capital artístico en Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado a través de un streaming grabado días atrás… en Epecuén. Fue un movimiento de coincidencias misteriosas: parece ser que tanto el cantante como su banda pensaron por separado la misma idea, aún sin sospechar que el otro imaginaba lo mismo, pero sí conscientes de las complejidades para semejante logística. Esto último estuvo a cargo de Rock&Reggae, la productora que organizó el streaming del año pasado y que ahora montó una escena del futuro en la bocacalle de un pueblo del pasado. Un show épico en un lugar fantasma. Y el ruego de que no se desplacen multitudes: todo ya fue grabado la semana pasada. Lo verán el sábado 17 a las 21 horas, vía Ticketek.
Aseguran que la transmisión no solo será impresionante por el entorno urbano (más que una Nueva Roma, luce a una Nueva Pompeya), sino también por la forma en la que se logró conjugar la filmación en sincro con la puesta del sol y el resplandor de la luna llena. Lisergia total en el año que Epecuén cumple un siglo de su fundación.
De regreso a la tempestad y con un guiño a Salamone: en la gráfica publicitaria diseñada por Kevorkián aparece de refilón el Ángel Alado que preside el pórtico del cementerio de Azul, una de sus obras más espectaculares.