El contexto histórico que acompañó a Bolívar y San Martín, desde la derrota de Fernando VII frente a las tropas napoleónicas (el 20 de enero de 1810), fue rediseñado por las grandes potencias, para reapropiarse de las ex colonias en el Congreso de Viena de 1815; incluyendo, claro está, prebendas para traidores locales.
Tampoco el empréstito contraído por el unitario Rivadavia fue solo financiero.
Los hermanos Baring eran altos funcionarios de la Tesorería del Ministerio de Hacienda Británico y de la Compañía de Indias.
Dato tan relegado por la historia mitrista, como el significado simbólico del envío (otra vez, Don Bernardino) de la imprenta de Niños Expósitos (tan significativa para la Revolución de Mayo) a Salta y la ulterior fundición de sus tipos de plomo en balas contra el patriota Felipe Varela, quien se oponía a la Guerra de la Triple Vergüenza.
Según Jorge Abelardo Ramos, aquellos eran tiempos en los cuales “la literatura se importaba, como las amantes de lujo, y los bardos eran empleados públicos, comían el duro pan de los periódicos facciosos o agonizaban en París”.
Gestos y símbolos afines a la reciente sustitución de próceres por animales en los billetes o a sentar un Vagabundo de Disney en el sillón presidencial demuestran que los cambios de sentido común incumplen el progreso lineal (fantasía de biólogos evolucionistas y filósofos neoliberales) pero, los objetivos de las grandes factorías de sentido común mantienen sus intenciones de desmovilizar a la ciudadanía, dividir a los sectores populares, y construir mansas pistas de aterrizaje para saqueadores internacionales.
El sentido común es una construcción social y un territorio de la subjetividad en permanente disputa.
Así, a fines del siglo XIX, Alemania y Austria eran ejemplos mundiales de nivel cultural y humanismo.
Décadas después, consensuaron un sentido común que devastó Europa.
Aún la poluciona, discriminando y excluyendo “Otres” con similares argumentos.
Los responsables de las grandes corporaciones que promovieron, financiaron y usufructuaron aquella tragedia nunca fueron juzgados.
Tampoco los Tribunales se ocuparon de los organizadores y beneficiarios económicos del terrorismo de Estado, tal como señalara la Vicepresidenta de la Nación Argentina.
En la actualidad, cuentan con mayores recursos que los Estados democráticos para seguir formateando sentido común.
A través de los medios masivos de comunicación y la Inter-red global contratan miles de especialistas (de herramientas y algoritmos para buscadores, contenidos y aplicaciones subliminales) y a ejércitos de mano de obra desocupada para desacreditar líderes populares, patrocinar egolatría y apatía ante las injusticias.
Muchos de estos trabajadores comprarán los valores y conductas que venden, pues el sentido común se aprende.
También se desaprende.
La mayoría de los argentinos ya no se define como “derecho y humano” pero, demasiados reemplazaron el solidario “somos todos iguales” por “son todos iguales”
El sentido común es lábil a las generalizaciones abstractas.
La insistencia en adjudicar el saqueo de fondos públicos a “la Política” instala sospechas, esconde a estafadores y desalienta la confianza popular en el sistema democrático,
La matraca acerca de los “empresarios nacionales” confunde y amontona a contrabandistas de granos y fugadores de divisas con dueños de Pymes que no dejaron sus convicciones a las puertas de la fábrica.
En la actualidad, naturalizar los datos (personales y nacionales) como mercancía, promueve su cesión a las multinacionales y la reproducción de una matriz productiva similar al medioevo. Un orden mundial de feudos creado sobre los restos heredados de antiguos imperios.
Los errores y horrores del sentido común destruyen la paz, propician el despojo de saberes y comunidades y la pérdida de territorios, fuentes y cursos de agua.
El robo a riquezas humanas y materiales se mide en vidas.
La preservación de los derechos humanos y recursos nacionales (bosques, glaciares y lagos, plataformas marítimas y digitales, medicinas y satélites) exige un sentido común consciente de sus intereses nacionales e internacionales.
En palabras de Boaventura de Sousa Santos “… a la idea de que no hay justicia social sin justicia cognitiva, sigue la idea de que no necesitamos alternativas; antes bien necesitamos un pensamiento alternativo de las alternativas”
El “pensamiento alternativo a las alternativas” demanda escucha e invita al debate.
Sin embargo, recrear sentido común con autoestima nacional y defensor de la Soberanía Política, la Independencia Económica y la Justicia Social demanda además, habilitar canales de comunicación con potencia suficiente para disputar agendas.
* Antropóloga UNR