Nadie discute la habilidad que tiene el discurso neoliberal no solamente para establecer mecanismos de control, sino en lo eficaz que resulta a la hora de moldear subjetividades, imponiendo modos de afectividad y de competencias que trabajan sobre la mercantilización de todos los lazos sociales. Propongo dar un paso más. Detenernos en una cuestión que no aparece tan visible pero que sostiene esa trama estratégica que mencionábamos al principio. Me refiero a la re interpretación simultánea que produce la combinación de narrativas distintas desde plataformas diferentes, dirigida a múltiples audiencias. Si se analiza con precisión la construcción de esos modos comunicacionales encontramos como trasfondo la configuración de un doble juego de crítica y negación del Estado.
Por ejemplo, en relación a la pandemia aparece, por un lado, un discurso que busca confrontar las libertades individuales con las nuevas medidas que se desprenden del ascenso de casos de la Covid y por el otro, esos mismos actores puestos en gestores apelan a esas mismas restricciones que criticaban cuando les tocaba gobernar sus distritos. Sin embargo, en términos comunicacionales logran que la imposición, lo prohibido, quede referenciado del otro lado de la grieta. Pareciera que, de este lado, siempre faltan cinco para el peso. Nunca se logra la contundencia necesaria para terminar de conformar ahí, un estatuto de verdad que desarme esa ficción construida en esa racionalidad declarante.
Una primera explicación cierta pero insuficiente es la impresionante cobertura mediática que tienen todos esos ensayos y operaciones. Y acá parece oportuno señalar una primera distinción: mientras unos buscan argumentos que develen los hechos, como si la realidad estuviera allí esperando quieta que le quiten las mentiras con la que la han explicado, los otros transitan un mecanismo mucho más simple: la energía está puesta en instalar agenda. Significativa o secundaria. Duradera o momentánea. Teniendo a las redes sociales como socios privilegiados.
Esta idea de hacer política renegando de la política es una de las dimensiones más difíciles de desmontar del discurso neoliberal precisamente porque es performativa en la construcción del sentido común. Y esto va desde Bolsonaro a Trump.
Vivimos una época donde la épica entró en crisis. Dónde las nuevas generaciones parecen tener otras preocupaciones asociadas muchas de ellas a las nuevas tecnologías, a la defensa del medio ambiente o a la abolición del patriarcado. Luchas más transversales que necesitarán para llegar a buen puerto no ser subestimadas ni negadas sino en todo caso precisar mejor los encuadres. Pero también los tonos de sus gritos y susurros. No seduce tanto jugar al héroe todo el tiempo. En todo caso, lo que debiéramos problematizar es si lo que se cuestiona es la épica en formato colectivo -más allá de cómo se configure- o es la épica como leyenda individual. Quizás desplazada en la actualidad por otros modos de religiosidad más marketineros.
Y es ahí donde asoma para rescatarnos como el título del libro de Alexandra Kohan: “Y, sin embargo, el amor”. Y los deseos. Y las fantasías que como dice Slavoj Zizek: “son las que nos enseñan a desear” ¿Acordamos que todos ellos juegan un papel central en nuestras vidas cotidianas? Entonces, ¿por qué los terminamos corriendo de la discusión de cómo se hace comunicación política?
Y no es un problema solamente de la big data. Porque, aunque pudiéramos contar con toda la base de datos del universo si no sabemos: ¿A quiénes le hablamos? ¿En qué tono? ¿Con qué palabras? estaríamos en un camino infructuoso. Más cerca de convertirnos en el Funes de Borges que en aspirantes a desentrañar los laberintos de los procesos comunicacionales. Perdidos en operaciones siempre fallidas, aunque nuestro minúsculo objetivo tecnocrático consista en convertirnos en una maquinaria que produce ideas- fuerza enfocado solo para ganar elecciones. Le pasó a Cambiemos que saben jugar ese juego como nadie ¿Por qué no debiera pasarle al Frente de Todos?
Abel Pintos tiene un tema Once mil que en uno de sus versos dice: “No me gusta herir a quien amo, no me gusta traer el pasado aquí al presente “. Él como poeta puede darse ese lujo. La política, la comunicación y el psicoanálisis, no.
*Psicólogo. Magíster en Planificación y Gestión de Procesos Comunicacionales FPyCS UNLP