Las elecciones de medio término están generando una crisis de ansiedad en analistas y economistas conservadores. Están atrapados en un laberinto existencial porque observan que la economía macrista no está ofreciendo nada importante para estimular el volumen electoral del oficialismo. Saben que el actual rumbo económico conduce a una colisión y entonces temen el regreso de lo que denominan despectivamente “populismo”, ciclo político que ha empezado a extrañar por lo menos un tercio de la población según sus propias encuestas. Hacen malabarismos dialécticos para alejar ese fantasma que los atormenta diciendo que la política económica es un desquicio pero que la anterior era peor. Para reafirmar esa convicción aseguran que los muy malos resultados se deben a que el presidente Mauricio Macri no se animó a explicitar la herencia recibida en los primeros meses de gobierno y que por eso hoy está pagando las consecuencias. El desvarío de ese análisis queda al desnudo cuando se precisa que fueron las iniciativas económicas y políticas que ellos mismos postulaban y que el gobierno desplegó con entusiasmo las que han precipitado la crisis económica que pone bajo tensión al oficialismo para la próxima instancia electoral.
Economistas del establishment y voceros oficiosos son ingratos con la tarea que hasta el momento ha realizado la Alianza Contra el Choripán. Hizo casi todo lo que le pedían antes de las elecciones presidenciales y ahora le reprochan que no hizo lo suficiente para que la economía arranque con vigor. El gobierno de y para el poder económico cumplió con el mandato exigido. Capituló a los pies de los fondos buitre abriendo nuevamente el negocio de la deuda a la banca (emitió casi 90 mil millones de dólares en 16 meses). Eliminó las retenciones y aplicó una fuerte devaluación, ambas medidas en forma simultánea cuando nunca antes se había dado ese doble golpe de knock out al consumo popular en la economía argentina. Avanzó en forma agresiva con un tercer golpe con el tarifazo reduciendo subsidios. Desarticuló totalmente los mecanismos de control de los flujos de capitales especulativos y del mercado de cambios. Lideró en forma decidida y sin pudor una persecución política e ideológica en el plantel de empleados públicos, al mismo tiempo que desarrolló un dispositivo de represión a la protesta social. Acorraló judicialmente y a través de la AFIP a empresas que pueden ser vinculadas al anterior gobierno. Tiró por la borda el discurso de la institucionalidad y de la República anulando leyes por decretos, destacándose el que adaptó la ley de Comunicación Audiovisual a gusto de la principal corporación mediática. Asumió el costo político de violar promesas electorales como mantener Fútbol para Todos para entregar ese negocio en bandeja a corporaciones locales e internacionales. Embistió contra derechos laborales y previsionales, además de alterar el patrón de redistribución del ingreso hacia la regresividad, bajando el salario real del 6 al 8 por ciento en trabajadores registrados, al tiempo que condiciona las paritarias para reafirmar esa pérdida en el reparto de la riqueza.
Como estos y otros atropellos no han podido hacer arrancar el motor de la economía, la red de difusión oficialista delira con que se debe a que Macri no explicitó la pesada herencia recibida. El descalabro monetario, financiero y fiscal se debería a esa debilidad. Es un extravío de la ortodoxia para ocultar el fracaso de su propia receta. La política del Banco Central está siendo manejada con un grado de improvisación que espanta hasta a la feligresía monetarista. El megaendeudamiento externo y el exitoso blanqueo de capitales permitieron maquillar el deterioro de las cuentas públicas.
Esta crisis de la que no se hace cargo la ortodoxia fue generada por iniciativas que reclamaba a los gritos durante años: la eliminación de impuestos a sectores de altos ingresos (retenciones), la megadevaluación, el tarifazo y la apertura comercial. Estas medidas tuvieron el saldo previsible: caída de la economía con elevada inflación.
Elecciones y ajuste
El desconcierto de los voceros del oficialismo se agudiza cuando dicen que el macrismo está aplicando un kirchnerismo light porque mantiene algunos subsidios o destina recursos para la contención social en acuerdos con algunos movimientos sociales. Esas medidas paliativas serían las culpables de la expansión fiscal y por lo tanto reclaman el ajuste para después de las elecciones. Proponen más de lo mismo.
Un aspecto interesante de la actual coyuntura es saber detectar las razones del estancamiento económico pese a la ampliación del déficit fiscal. En teoría, un aumento del desequilibrio de las cuentas públicas es expansivo porque impulsaría la demanda y entonces reactivaría la economía. Sin embargo, la política económica ha derivado en una expansión fiscal recesiva, lo que parece una contradicción en sí misma pero que ha podido probarse cumplido un tercio de gobierno de Macri. Es un resultado similar al que obtuvieron los países centrales cuando dispusieron una expansión monetaria extraordinaria para enfrentar la crisis financiera de 2008. Esa medida en teoría tiene la propiedad de incentivar la demanda agregada y de ese modo rescatar a la economía de la recesión. En esa oportunidad, no tuvo ese efecto. La fabulosa emisión monetaria fue para salvar a los bancos, entidades que luego no volcaron esos recursos a la economía, sino que los aplicaron a nuevas apuestas especulativas. Así se concentró la riqueza, avanzó el deterioro sociolaboral y las economías siguen estancadas.
La economía macrista replica esa estrategia recesiva en el frente fiscal. El incremento del déficit no fue por un aumento del gasto corriente (hubo caída en términos reales de salarios públicos, jubilaciones, consumo público y obra pública), sino que se generó por una disminución de los ingresos (reducción de impuestos a estratos altos). El déficit fue entonces recesivo y regresivo, alimentando así el círculo vicioso de descalabro de las cuentas públicas.
La redistribución regresiva del ingreso que impulsó la política económica es la clave para entender lo que está pasando. Con reducción del gasto en términos reales hay menor actividad y un descenso de la recaudación impositiva. Los ingresos fiscales bajan más que proporcionalmente a la caída de la economía. Algunos estudios estiman que por cada punto de retroceso del PIB, la recaudación disminuye de 1,4 a 1,9 puntos. Si a la recesión autoinducida se le agrega pérdida de recursos por transferencias de ingresos a sectores económicos privilegiados, el combo fiscal es explosivo.
Algunos economistas de la ortodoxia hacen un diagnóstico crítico del actual sendero fiscal y del recorrido del endeudamiento externo y del Banco Central. Dicen que son estrategias insostenibles en el corto plazo. La debilidad de ese análisis se encuentra en la propuesta que tienen para hacer frente a esta crisis. Plantean la necesidad de un mayor ajuste fiscal en el 2018 luego de las elecciones. Este sincericidio revela que saben que no se puede hacer antes por el carácter impopular de la receta. Pero el aspecto más impactante es que en estos momentos se está verificando que el ajuste regresivo sumerge a la economía en recesión.
La ortodoxia no tiene que cambiar el diagnóstico, sino la propuesta para enfrentar la crisis. No se requiere hacer un ajuste fiscal para crecer, sino que se necesita impulsar el crecimiento (la demanda, por ejemplo con más gasto público) para disminuir el déficit fiscal. La secuencia es inversa de la que postula el discurso económico convencional. La expansión del gasto debería ser incluso más intensa por la caída de la participación del salario, puesto que está debilitado como factor dinamizador de la actividad, y por la apertura importadora, que absorbería parte de una eventual mejora de la demanda desplazando a la producción nacional.
El castigo a la demanda agregada, en especial al consumo privado, como consecuencia del cuadro fiscal recesivo, desalienta a la inversión privada. El gobierno igual insiste con esa estrategia e incluso adelanta que después de las elecciones la profundizará. Dado sus resultados negativos en materia de crecimiento y empleo vale deducir que la aspiración oficial no es mejorar las cuentas públicas, sino que la idea de dar otra vuelta de tuerca al ajuste recesivo responde al objetivo del proyecto político dominante de consolidar un patrón de redistribución regresivo de los ingresos.