Las malas noticias no son un drama para todos.
Por ejemplo, el aumento de la desocupación y la pobreza no es necesariamente una contrariedad para los grupos empresarios.
Puede que la noticia conmueva a más de uno, pero una tasa alta de desempleo mantendrá a raya a los trabajadores y los hará guardar sus demandas salariales y de mejores condiciones de trabajo para otra oportunidad.
Y una fuerte extensión de la pobreza sumergirá a millones en la resignación. Una sociedad con mayorías resignadas es probablemente más manejable que aquella otra en que una expansión de la economía y el empleo animan a los trabajadores y otros sectores a luchar y empujar al conflicto por sus conquistas.
Un ejemplo remanido: el Cordobazo de 1969 contra una dictadura lo hicieron los trabajadores mejor pagos de la Argentina, no los que recibían sueldos de subsistencia.
No significa que los patrones busquen el aumento del desempleo y la pobreza, pero son situaciones que objetivamente refuerzan su poder.
De allí que el mayor clamor en defensa del orden (cuando es injusto, como hoy) provenga de los voceros del capital.
Podemos pensar que es un error de cálculo, que más desempleo y pobreza perjudicará a los empresarios derrumbando el mercado interno. Salvo, claro, para los grupos multinacionales y los que exportan que, en muchos casos, son los mismos.
Claro que es difícil encontrar empresarios que razonen pensando en el mediano plazo. De última, siempre tienen alternativas más timberas para resguardar sus patrimonios.
Pero queda claro que en cualquier sociedad hay intereses en conflicto. Lo que es bueno para unos es malo para otros.
La democracia no es ausencia de conflicto, sino la forma más idónea para procesarlo de manera pacífica.
En 2.000, cuando la sucesión pacífica del gobierno de Carlos Menem al de Fernando de la Rúa mostraba que la democracia por fin se estabilizaba, el politólogo Alfredo Pucciarelli advertía que “Eliminada la lucha contra la amenaza del golpe militar y también, por ahora, contra la militarización del régimen político que caracterizó períodos anteriores, la democracia perdura, se fortalece y se legitima en la actualidad de un modo paradojal: vaciándose de contenido y desnaturalizando sus objetivos”.
Pucciarelli aludía a la tensión que había entre “la generación permanente de posiciones sociales desiguales y asimétricas, y la proclamación, también permanente pero incongruente, de derechos igualitarios en el ejercicio de la política”.
En otras palabras, la democracia argentina costó horrores, pudo afianzarse institucionalmente, y hoy tenemos una sociedad sin el fantasma del golpe militar, pero con un nivel de pobreza y desigualdad que no imaginamos en diciembre de 1983.
Subraya Pucciarelli “El éxito de la fuerte ofensiva empresarial y estatal contra las conquistas de las clases populares, profundizada durante el período democrático, se debe, precisamente, a que pudo prolongar y consolidar los grandes objetivos del triunfo político y militar de la última dictadura, librando luego una prolongada y muy compleja confrontación ideológica y política con las organizaciones populares en todos los ámbitos de la sociedad”.
El politólogo describía así el resultado de dos períodos en que los mayores partidos populares –el peronismo y el radicalismo– gobernaron 12 años entre 1989 y 2001 con las más salvajes recetas neoliberales.
Es cierto que, a la vuelta del milenio, hubo un giro peronista de doce años que eligió consolidar la democracia combatiendo desigualdades.
Pero encontró su límite en un bloque de poder que desde 2008 se había reagrupado con inédita fuerza y en una amplia clase media de la Pampa húmeda y de las urbes del centro del país que asoció el peronismo kirchnerista al Estado opresor (la 125, el cepo cambiario, el impuesto a las ganancias, las estatizaciones): votaron al empresario que venía a liquidar “70 años de decadencia”.
Con Macri retornó el modelo de una democracia que excluye, y daría para otra columna examinar el tema en profundidad.
La pregunta ante el eterno retorno de las oleadas neoliberales (Martinez de Hoz, Menem, De la Rúa, Macri) es:
¿Qué pueden hacer el peronismo y otras fuerzas populares para defender una democracia inclusiva y detectar a tiempo los nuevos disfraces del neoliberalismo?
Parece ingenuo proponer campañas mediáticas y territoriales para ayudar a identificar las propuestas neoliberales y sus peligros, pero no es una vía para subestimar.
¿Cómo desenmascarar al discurso neoliberal solapado? Existen giros, metáforas y expresiones que lo delatan.
“Estar en el mundo”, “generar confianza en los inversores” son típicas expresiones con las cuales los grandes grupos económicos invocan una “normalidad” universal dictada, por supuesto, por Wall Street, el Banco Mundial, el FMI, etc., que incluye achicar el Estado y el gasto público, flexibilizar las relaciones de trabajo, ajuste, y deuda.
Las referencias despectivas al “populismo”, a “este país no da para más” y a la “decadencia argentina” se travisten de fastidio colectivo pero tienen su usina igualmente en los grupos privilegiados que invocan el mito de la Argentina granero del mundo, y en sus repetidores de clase media: mentan un pasado idílico en el cual los sectores subalternos no cuestionaban al gran capital ni se ensayaban políticas dirigidas a repartir mejor la riqueza.
No fue idílico: basta con remontarse cien años atrás, cuando la represión a las luchas por la jornada laboral de 8 horas produjo la mayor masacre de trabajadores de nuestra historia.
El peligro de las mentiras: el capital dominante en plan hegemónico suele solapar sus verdaderos objetivos, y acude a propuestas falsificadoras como “Revolución productiva”, “salariazo”; “Pobreza cero”.
¿Cómo prevenirse ante un candidato que promete un rumbo que es difícil no compartir? Pistas: ¿explica cómo lo haría? ¿Qué sabemos de él? Es necesario confrontarlo con sus propios antecedentes, preguntarse a quién benefició gestionando el poder, cuáles causas ha defendido con mayor energía, qué declaraciones hizo en otras circunstancias.
La capacidad del peronismo y otras fuerzas populares de instalar en las mayorías semejantes alertas está ligada a la fuerza de su militancia. Y no hay que buscar lejos la evidencia de que es posible si pensamos en el “Nunca más” que consiguieron las Madres y Abuelas contra las peores adversidades, en décadas de un trabajo sin descanso.
Empezando la tarea por mostrar que las malas noticias no son un drama para todos.