El desenlace de las disputas políticas en este año electoral no solo dependerá de los resultados en el campo material de la economía y de la salud pública sino también de la evolución del universo más inasible y menos dinámico de los valores colectivos mediatizados. Tal como sucede desde la década del 50, un punto crítico tendrá que ver con la idea de justicia social que finalmente prevalecerá. Las reformas económicas previstas por el gobierno de Alberto Fernandez, particularmente las más progresivas, difícilmente podrán realizarse y sostenerse en el tiempo si su visión de la justicia social no consigue expresar las preferencias de las mayorías sociales.
A partir de una creciente virulencia opositora, Juntos por el Cambio (JxC) busca impugnar la idea de justicia social del Gobierno, contraponiéndola a una visión propia. Lo que tienen para ofrecerle a la sociedad argentina es una visión liberal renovada de la justicia social como meritocracia. En su primera versión, conformada en la década del 70, la meritocracia enaltecía un principio de mérito restringido, ajustado al desempeño ideal de un individuo abstracto. El reconocimiento del talento y del esfuerzo individual ligado al trabajo, en su incierta combinación, constituían sus pilares normativos. Esta primera idea liberal de justicia social como meritocracia se resume prototípicamente en las siguientes consignas:
(a) Sea cual sea el punto de partida de una persona en la vida, siempre podrá llegar muy alto desde la nada;
(b) Si alguien trabaja duro y cumple las normas, debe poder ascender hasta donde sus aptitudes lo lleven;
(c) Cualquiera que sea su posición social al nacer, la sociedad debe ofrecer suficientes oportunidades y movilidad para que el talento se combine con el esfuerzo para llegar a la cima.
Ahora bien, este ideal moderno se viene descomponiendo en las últimas décadas en las diferentes sociedades occidentales a partir del incremento de las desigualdades económicas. Lo que está emergiendo en su reemplazo es una nueva versión en la cual el mérito se disocia del reconocimiento del talento, de la tenacidad activa y de la capacidad de trabajo del individuo.
Esta versión renovada y expansiva de la justicia social como meritocracia, que es la que reproduce JxC, se basa en una idea de mérito de apropiación. Se trata de una noción algo desvirtuada del mérito, comprometida con el reconocimiento de los poderes de disposición económica de los individuos y de sus capacidades diferenciales de consumo. Esta versión de la justicia social como meritocracia le adjudica una centralidad normativa determinante a los derechos concretos de propiedad privada y de herencia, así como a un derecho abstracto y más indefinido de libertad negativa. Para este principio de justicia social, el hecho de que la propiedad privada del individuo sea heredada o personalmente adquirida se convierte en un dato irrelevante.
La libertad negativa, por su parte, se basa en un principio de no interferencia. Todo individuo tendría el derecho de actuar libremente sin ser obstaculizado por los demás. Cualquier regulación sobre la plena libertad de acción se convierte en una injusticia si llega a intervenir de forma deliberada en el movimiento de los individuos, en sus riquezas acumuladas o en sus derechos de propiedad. Es a partir del apego a esta idea de libertad negativa que se suele señalar que las leyes promulgadas por los Estados reformistas generan marcos represivos y autoritarios, dado que interfieren injustamente en las libertades de disposición de algunos individuos.
La nueva cara liberal de la justicia social como meritocracia ya no se expresa a partir de la premisa ideológica de una mayor igualdad de oportunidades para una mayor cantidad de personas, sino a partir del reconocimiento de los privilegios económicos como principio de valorización social. Sus premisas constitutivas podrían ser las siguientes:
(a) Tanto tenés y tanto consumís, tanto valés, y si efectivamente lo tenés y lo consumís es porque te lo merecés;
(b) En la vida se puede ser de todo menos pobre, y si sos pobre es porque te lo merecés;
(c) Nadie tiene el derecho de disponer de mis propios capitales económicos.
Aquí la justicia social se realizaría desde el momento en que cada individuo tiene y consume lo que se merece, y junto a ello puede decidir con total libertad sobre el destino de su propia riqueza, sin la interferencia de ningún otro actor.
Esta idea de justicia social se alimenta de dos premisas falsas sobre el origen de la riqueza y la propiedad: la primera es que todo lo que alguien posee lo ha conseguido de manera limpia y honesta, y, por lo tanto, merece conservar y usufructuar su riqueza, así como ser venerado por ello. El segundo axioma es el de la predestinación, cuyo primer mandamiento expresó Rockefeller a principios del siglo XX: “Dios me ha dado mi dinero”.
Si en el siglo pasado la idea de justicia social como igualdad de posiciones, que enarbolaban las izquierdas radicales a partir de sus proclamas de abolición de la propiedad privada y de la herencia, hacía temblar a los sectores acomodados que se aferraban a la idea de justicia como meritocracia, actualmente la única amenaza real a las élites económicas proviene de la visión de justicia social que promueve el Frente de Todxs (FdT). Me refiero a la idea de justicia social como igualdad de oportunidades de ascenso social. El principal motivo por el cual JxC combate la visión de justicia social del FdT es porque esta última, para poder realizarse, exige la búsqueda de una justa distancia entre posiciones, lo cual implica limitar o reducir el poder actual de los grandes jugadores de la economía. La disputa normativa entre una y otra visión tiene su epicentro en la idea de movilidad social y en la lógica de redistribución.
Si la noción de justicia social como igualdad de oportunidades de ascenso social se apoya en un parámetro de movilidad social ascendente (sobre todo popular), la justicia social como meritocracia recrea un ideal de movilidad elitista ascendente. Si la primera promueve una lógica de redistribución progresiva, la justicia social meritocrática se realiza en la práctica a partir de una lógica de redistribución regresiva. En la visión meritocrática de JxC, la inquietante idea de una distancia máxima entre posiciones se convierte en su principio inconfesable de justicia distributiva.
Una vez más, la pregunta determinante trasciende todo voluntarismo: ¿cuál será finalmente la visión de justicia social que actualizará el horizonte de expectativas de la mayoría de los/as argentinos/as? El grado de aceptación social del impuesto a las grandes fortunas es la primera estación de este recorrido.
* Esteban Torres es investigador del Conicet y director del Programa “Cambio Social Mundial”, Ciecs-FCS, Universidad Nacional de Córdoba.