El baño era el lugar más acorde y con mejor acústica. La claraboya que daba a la terraza era un rectángulo coronado con una pirámide de vidrio que le confería una acústica especial. Era el mejor lugar de la casa para apreciar hasta el más mínimo detalle de la voz angelada y llena de coraje de Andy Bell, vocalista de Erasure. El baño fue mi estudio y el marco perfecto para aprender a cantar junto a él. Aunque la elección resultara algo inconveniente para el resto de la familia, que con frecuencia interrumpía mis sesiones con accesos de furia, gritos desesperados, golpes y patadas a la puerta. Esta situación se prolongó por años, hasta que descubrí la terraza. Una inmensa llanura en lo alto que me ofrecía privacidad. Pero algo en mi voz había dejado de ser mágico, eso sumado a que ahora necesitaba pilas porque no había alargue posible para recorrer tanta distancia – y el doble casetera llevaba cuatro pilas grandes, que costaban una fortuna-. Ahora la tutela vocal de Andy Bell se hacía más débil en la inmensidad del aire libre y mi voz, sin buscarlo, fue ganando independencia.
Una tarde de invierno comenzó a soplar el viento, vi la pileta riñón de fibra de vidrio azul que usábamos en verano y que en época de frio era estacionada ahí, en el techo, estaba dada vuelta a unos metros, decidí levantarla y meterme abajo; el cobijo fue inmediato. La sensación de alegría por el descubrimiento y la calidez que comenzaba a apoderarse del lugar hizo que me acostara y que brotara de mis entrañas la canción más triste de Erasure: "When I Needed You". Así escuché por primera vez mi voz sin la compañía de la de Andy, y algo se encendió para siempre.
Un tiempo después de este episodio, en una fiesta del día del estudiante en mi colegio, tuve la oportunidad de mostrar todo lo que había aprendido. Fue un festejo especial; dejaron que cada profesor, en conjunto con los alumnos, prepara una performance. Asi que hubo lectura de poesías, rutinas deportivas coordinadas por los profesores de educación física con caballetes, colchonetas, medialunas y saltos mortales, interpretaciones en flauta bajo la estricta mirada de la profesora de música y también, claro, mi gran imitación de Andy Bell. A pesar de que, según mi profesora de inglés, mi pronunciación era muy buena, mi performance iba a ser simplemente un lyp sinc, no demandaba demasiado de mí, eso no me desanimó. Cuando tocó mi turno salí del baño rumbo al escenario envuelto en una malla naranja enteriza de mi hermana y un mini-short azul, con unos guantes de goma de cocina amarillos y las botitas Nike con cámara de aire, regalo de la tía Edith que vivía en EE UU. La gente se abría como impulsada por la onda expansiva de una bomba, me resultó sencillo llegar al escenario. El aire se cortó con cuchillo y se disparó la canción. Sonó “A Little Respect” y el lipsync era perfecto, me permití bailar como Andy de una punta a otra del escenario, saltando y moviendo los brazos como un trompo. Cuando salí por un instante de ese estado de éxtasis vi a la mayoría del público boquiabierto y a unos pocos sacudiendo la cabeza acompañando la canción y hasta cantándola. Volví al trance. Todo el éxtasis se repitió durante un minuto más, aproximadamente, y luego el silencio. La canción había terminado. Podría haber seguido ahí arriba toda la tarde, todo el disco entero. Cuando abrí los ojos vi caras con expresiones incomprensibles; nadie aplaudía, todo era incomodidad. Uno de los que estaba moviendo la cabeza al ritmo de la canción y cantándola me gritó “puto”. Alcancé a verlo, era Jose Maria. Gustavo lo apoyó, y gritó otro “puto” más sordo, dirigido hacia mí cuando pasaba rumbo al baño para cambiarme. Mientras me cambiaba me invadió una sensación de orgullo y de alegría que no se me iban del cuerpo, ni siquiera con los insultos de mis compañeros. No sabía nada de masculinidades en ese momento, pero ya entendía que para “encajar” era mejor decir que te gustaba el heavy metal, ser un rockero con actitud desafiante y promover el pogo. Pero yo prefería lo que transmitía esta banda de putos, esta sensación de alegría, estas ganas de cantar y de bailar. Esas mismas ganas que en los asaltos más de uno no podía contener y, amparados en el anonimato de la muchedumbre, se desgañitaba con "Oh L'Amour", entre otros clásicos de la banda. Pero para compartir mi fanatismo estaba sólo. En realidad la única con la que podía compartirlo era con mi hermana Karina, seis años mayor; fue ella la encargada de llevarme a Vélez. Erasure se presentaría allí en vivo. Era la primera vez que iba a un estadio a ver una banda. Llegamos temprano y desde la platea vi como el lugar se llenaba por completo. Nunca pensé que podría haber tantos como yo, gente a la que no era necesario explicarle por qué Erasure era una de las bandas más grandes del planeta.
Durante todo el recital no me atreví a cantar ni un estribillo, apabullado por la voz de mi maestro, mi mentor, pero casi al final me animé, como en ese baño, como en la terraza, uní mi voz a las miles de voces que coreaban juntas, que entendían que esta banda es tan enorme como la alegría que reparte. Mientras cantaba la letra se resignificaba, iba dirigida a la multitud que permaneció anónima durante tantos años, les gritaba: “Where, where, where you when i needed you most when i needed a friend?” La respuesta estaba a la vista. Estaban ahí, pero en realidad estaban en todos lados.
Esa noche descubrí que no estaba solo, descubrí que desde hace décadas somos multitudes alrededor del mundo los que atendemos a la fiesta que promueve esta máquina de hits que, sin importar cuánto la apedreen, nunca se rompe.
Ezequiel Rodriguez se ha formado en el Conservatorio Nacional De Arte Dramático, también lo ha hecho con Joy Morris, Javier Daulte, Julio Chavez, Pompeyo Audivert y Ana Frenkel. Entre las obras de teatro en las que participó se destacan Bésame Mucho, Vestuario de Hombres escritas y dirigidas por Javier Daulte, La Edad de Oro, escrita y dirigida por Walter Jakob y Agustin Mendilaharzu, Los Ojos de Ana dirigida por Paula Marull, El Inestimable Hermano escrita y dirigida por Heidi Steinhardt y El Corazón Del Mundo de Santiago Loza dirigida por Lautaro Delgado Tymruk, actualmente en cartel los domingos a las 20:30 en el Espacio Callejón.