La ficción puede ser también un territorio para dar un paso más en la lucha contra la violencia patriarcal. Más de 300 mujeres y niñas (hasta de 3 años) de la colonia menonita de Bolivia llamada Manitoba despertaban confundidas, con sus cuerpos golpeados y las sábanas manchadas de sangre y semen. En la colonia muchos creyeron que era obra de fantasmas o de Satán y hasta incluso lo atribuyeron a la imaginación femenina desbocada. Ocho hombres de la comunidad les daban un fuerte anestésico para animales y, una vez inconscientes, las violaban. Las violaban cada tres o cuatro días, entre 2005 y 2009. Estos son los hechos que dispararon la escritura de Ellas hablan (Sexto Piso), gran novela de la escritora y actriz canadiense Miriam Toews, que algunos recordarán en su rol de Esther, la esposa menonita engañada, en la película Luz silenciosa, del mexicano Carlos Reygadas.

En la novela, traducida por Julia Osuna Aguilar, ocho mujeres de la ficticia colonia menonita de Molotschna, una pequeña comunidad rural ultraconservadora, tienen que decidir qué hacer porque los “demonios” responsables de las violaciones han resultado ser hombres de carne y hueso de la comunidad, la mayoría de ellos parientes cercanos (hermanos, primos, tíos, sobrinos) de las mujeres violadas. Aunque están detenidos, en dos días quedarán libres y regresarán a Molotschna. Las mujeres que se reúnen en asamblea son cuatro de la familia Loewen y cuatro de la familia Friesen. Tienen que votar tres opciones: la primera es “no hacer nada”, la segunda es “quedarse y luchar” y la tercera “irse”. ¿Qué significa tomar la palabra y que esas mujeres analfabetas hablen? Cuando las bocas se sueltan y se liberan, nada las detiene.

Las ocho mujeres, víctimas de la violencia, comparten saberes, esperanzas y miedos. La novela despliega la forma de la transcripción de las conversaciones que tienen ellas. Quien escribe lo que va escuchando, el encargado de preservar el registro de lo hablado, es August Epp, el profesor de inglés de la escuela, a quienes las mujeres le han pedido ayuda porque no saben escribir. Ona está embarazada después de haber sido violada, a la anciana Greta le rompieron los dientes y a Miep, la hija de tres años de Salome, le contagiaron una enfermedad venérea y el obispo Peters –que quiere que las mujeres perdonen a los violadores- prohibió que la niña reciba tratamiento médico porque los médicos difundirían rumores y “convertirían todo el incidente en un escándalo”. Greta dice que, “aunque no sean animales, las han tratado peor que animales, y que de hecho los animales de Molotschna están más seguros que sus mujeres, y mejor atendidos”.

Algunas, como Mariche, advierten que quedarse y luchar puede tener consecuencias porque “perderíamos la lucha contra los hombres, y entonces seríamos culpables del pecado de rebeldía y de traicionar nuestro voto de pacifismo, y al final lo único que haríamos sería hundirnos aún más en la sumisión y la vulnerabilidad”. Entonces propone huir. Las discusiones se expanden. Salome le retruca: “¡Huir! Yo prefiero no moverme del sitio y disparar a todos los hombres al corazón y enterrarlos en una fosa antes que huir, ¡y ya veré yo que hago con la ira de Dios si recae sobre mí!”. La palabra --el hecho de animarse a hablar y ser contradictorias, de llevar hasta las últimas consecuencias la acusación de ser “desbocadas”-- es el primer paso hacia la emancipación. “Somos mujeres sin voz", afirma Ona sin perder la calma. "Somos mujeres fuera del tiempo y del espacio, sin siquiera el idioma del país donde vivimos. Somos menonitas sin patria. No tenemos ningún sitio al que volver, y hasta los animales de Molotschna están más seguros en sus casas que nosotras. Todas las mujeres tenemos nuestros sueños, así que, claro que sí, claro que somos soñadoras”.

No son heroínas. Ellas se burlan de cualquier épica o heroísmo que le quieran atribuir. “No somos revolucionarias, somos mujeres normales y corrientes, somos madres, abuelas”, dice Agata. Las mujeres de Ellas hablan se cuestionan si tienen que perdonar a los violadores para poder salvar sus propias almas y también se preguntan si al huir de la colonia no estarían traicionando la exhortación bíblica de obedecer a sus maridos y someterse a su voluntad. “Si nos vamos, no estamos desobedeciendo necesariamente a los hombres según la Biblia, porque nosotras, las mujeres, no sabemos exactamente qué hay en la Biblia, al ser incapaces de leer. Es más, la única razón por la que sentimos la necesidad de someternos a nuestros maridos es porque ellos nos han dicho que la Biblia lo decreta así”, plantea Salome.

No es la primera vez que Toews (Steinbach, Canadá, 1964) escribe sobre los menonitas. Ella misma nació en el seno de una familia menonita de la Manitoba canadiense y recién a los 18 años se alejó de la comunidad para estudiar en la universidad cine y periodismo. En la novela Complicada bondad (2012, Anagrama), narra la historia de una adolescente menonita, Nomi Nickel, que sueña con vivir en Nueva York. La “saga menonita” continuó con las novelas All My Puny Sorrows (2014) e Irma Voth, ambas inéditas en español. En Swing Low: A Life (2000) cuenta la historia de la enfermedad mental de su padre, una depresión que desembocó en el suicidio. Las mujeres de Ellas hablan no quieren que sus propios hijos se conviertan en los verdugos del mañana. De nada sirve estar vivas si no participan en la construcción de un mundo donde los hombres no sean también víctimas de la violencia patriarcal.