Las elecciones del último domingo en Ecuador terminaron con un duro golpe al proyecto de la Revolución Ciudadana, el más duro de las últimos años. En este caso, la derrota no fue por la “traición” de Lenín Moreno, sino por una mayoría que por primera vez en una elección presidencial decidió no respaldar la propuesta del expresidente Rafael Correa. Como en cualquier elección no hay una sola causa para explicar un resultado, sino múltiples y se pueden agrupar en tres: la persecución que se vivió en los últimos años, los aciertos de la derecha y los errores de la campaña de Andrés Arauz.
En Ecuador se vivió una campaña organizada, constante y amplificada internacionalmente desde los medios de comunicación sobre la supuesta “corrupción” del gobierno anterior y que sirvió de prólogo, como en Brasil y Argentina, a las decisiones judiciales, que cual sicariato de toga y código, terminarían con gran parte de la dirigencia de Alianza País, detenida, proscripta, perseguida o exiliada. En mi opinión esto fue la causa principal, aunque como se dijo no la única, de lo sucedido el domingo pasado.
En segundo lugar hay que mencionar los aciertos de la derecha. El principal fue representar al “anticorreísmo” que es una expresión política difusa y que encontró en Guillermo Lasso a su mejor exponente. El “anticorreísmo” excede los límites de la derecha tradicional, que se podría cuantificar en el 20% obtenido en la primera vuelta. La elección fue similar a la de Argentina en 2015 cuando una mayoría votó conscientemente por un proyecto neoliberal, en este caso encarnado por Mauricio Macri, para sacar del gobierno al kirchnerismo. En Ecuador se operó una lógica similar, donde una mayoría votó por Lasso para impedir el retorno del correísmo al poder.
Por último, los errores propios: prácticamente sin experiencia política y como un candidato creado en la campaña, Andrés Arauz hizo una buena elección, sobre todo expresando en votos el buen recuerdo que tiene una parte de la población de la buena gestión del gobierno de Correa. Pero su grupo político no acertó en la construcción de mayores alianzas, sobre todo, con el movimiento indígena: las expresiones de apoyo que vinieron de este sector fueron mínimas y fragmentarias. Tampoco se tuvo una propuesta, ni de acuerdos ni en el discurso para quienes habían votado por la Izquierda Democrática, que había obtenido un 16 % en la primera vuelta. Además, y por momentos, fue claro que quien hablaba por detrás de Arauz era el propio Correa, por lo que fue difícil sumar al “correísmo desencantado” o a quienes buscaban “caras nuevas”, no pudiendo salir del eje propuesto por la derecha de correísmo vs anticorreísmo La exagerada presencia en campaña del expresidente muchas veces facilitaba ese eje de debate. Y no se pudo instalar la verdadera dicotomía que es modelo neoliberal y sus nefastas consecuencias vs modelo popular.
Le queda al movimiento popular elaborar el balance de esta experiencia. Creo que se ratifica la idea de que nuestra región está en disputa, y de que no se transcurre en un único sentido. Habrá éxitos de la derecha y logros de las propuestas progresistas. A veces tenemos la tentación de sacar conclusiones de tendencias ante cada elección, pero creo que hay que comprender que para imponerse el movimiento popular debe pensar que la derecha va a concurrir unida, y que para tener posibilidad de lograr éxitos electorales debe constituirse la unidad, que es reunir a los que piensan de manera similar y buscar la amplitud que es juntarse con los que no piensan en todo igual. Habrá que confluir con lo diverso para enfrentar a lo antagónico que es la derecha y su modelo neoliberal.
Oscar Laborde es presidente del Observatorio de la Democracia del Parlasur