La llegada de tres altos funcionarios del gobierno de Estados Unidos a la Argentina desató un torrente de especulaciones en los medios de prensa hegemónicos. La salida del Grupo de Lima por parte del gobierno de Alberto Fernández y la incursión de un submarino estadounidense con armamento nuclear en aguas del Atlántico Sur y el creciente belicismo del gobierno de Boris Johnson en las Islas Malvinas, cuestiones ambas que merecieron enérgicas protestas de la Cancillería, motivaron que algunos de los opinólogos del establishment manifestaran que Washington despachó a sus enviados con el objeto de exigir una rectificación del rumbo del gobierno nacional. En pocas palabras, que la Casa Rosada redefiniera a la baja su grado de vinculación con China y que se cancelara definitivamente la visita Alberto Fernández a China para reunirse con Xi Jinping, postergada a causa de la pandemia.
Algún analista leyó entre líneas lo que pudo haberse discutido con los visitantes y concluyó que “Alberto Fernández muestra que prefiere quedar mal con los chinos, lo cual es importante en relación con la eventualidad de un acuerdo con el Fondo.” Es evidente que aquellos enviados vinieron a exigir cambios, pero de ahí a que la Argentina decida enfriar sus relaciones con China hay un gran paso.
Suelen señalarse dos temas candentes que habrían estado en la agenda de los visitantes: la construcción en Tierra del Fuego de una base de aprovisionamiento logístico de naves que se dirijan a la Antártida o que intenten utilizar el paso bioceánico en caso de un incidente que provoque el cierre del Canal de Panamá. La preocupación de Washington es que esa base la construya (o la controle) China, cosa que reiteradamente descartó la Casa Rosada. Pero la Casa Blanca exige más acatamiento a sus exigencias ante quien no sólo es un rival comercial sino un “enemigo”, según diversos documentos oficiales. El otro tema tiene que ver con la mal llamada Hidrovía, que supuestamente querría administrar el gigante asiático. Difícil subestimar la importancia de este tema dado que por el Paraná transita el 80 por ciento de las exportaciones de nuestro país. Pero se equivocan quienes aseguran que el gobierno nacional postergaría la licitación y dejaría en manos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) el control de ese corredor fluvial. Lo que el gobierno hizo, en cambio, es algo bien diferente: solicitar a la OCDE la certificación de la transparencia de la licitación internacional, a la cual se presentarán grandes empresas de varios países europeos y de China. Esto, además, en el marco de un proceso de creciente articulación del estado nacional con los gobiernos de las provincias ribereñas para monitorear y fiscalizar todo lo que acontece en la Hidrovía que incluye, entre otras cosas, el delicado e impostergable asunto de qué hacer con los puertos privados instalados a orillas del Paraná.
La visita del jefe del Comando Sur, Craig Faller (a punto de finalizar su mandato) a la Argentina y el Uruguay revela los alcances de la obsesiva preocupación de Washington por oponerse -y de ser posible revertir- la creciente influencia económica y política de China en Sudamérica. Lo mismo cabe decir de la que días más tarde efectuaron el colombo-estadounidense Juan González (foto), encargado del Hemisferio Occidental en el Consejo Nacional de Seguridad, quien vino acompañado por Julie Chung, subsecretaria interina de la Oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado. En su encuentro con el presidente hablaron menos de cuestiones militares enfocándose sobre todo en la guerra comercial que Washington libra contra Beijing, en la vana esperanza de que el gobierno argentino tome abiertamente partido por los Estados Unidos o por las empresas de ese país. Tal cosa no está en los planes del actual gobierno así como de cualquier otro que en la región actúe con un mínimo de sensatez. Si a Faller le desvela la posibilidad de que China instale una base naval o controle un puerto en el sur de Tierra del Fuego, cosa que está fuera de cuestión, a González y Chung les inquieta que la Argentina sea tentada por los avances en la tecnología 5G de China y permita que la empresa Huawei sea la encargada de ofrecerla en este país. Pero el problema de fondo que ninguna visita puede resolver es la ventaja que China le sacó a Estados Unidos en ésta y en otras ramas de la informática, asunto sobre el cual existe un amplio consenso entre los especialistas. Y tampoco pueden re-escribir la historia para hundir en el olvido el hecho de que cuando Argentina necesitaba vacunas China y Rusia se las ofrecieron y Estados Unidos -y la Pfizer, para ser más explícitos- se las negó pese a que el nuestro fue uno de los tres países (los otros fueron Estados Unidos y Brasil) en donde se inició la tercera fase de pruebas de la vacuna de esa empresa con 4.500 voluntarios que fueron atendidos en el Hospital Militar Central. Sin dudas que estos antecedentes irrumpieron en la conversación del presidente con los enviados estadounidenses.
En relación a Faller, su viaje a Ushuaia fue pour la galerie porque hasta los porteros del Comando Sur en el estado de Florida saben que no hay bases navales, aeronavales o militares chinas en Latinoamérica. Sí saben que el Comando Sur regentea casi cien, poco más de la mitad de las cuales en Centroamérica y El Caribe y alguna de ellas encubiertas como instalaciones de la DEA u observatorios de la biodiversidad. Tampoco hay submarinos China o de Rusia que surquen las aguas del Atlántico Sur. Pero Faller tenía que observar in situ el asunto, y se dio el gusto.
De lo anterior se desprende que es un grueso error vaticinar que el gobierno va a optar por “quedar mal con los chinos.” Se podrán decir muchas cosas del presidente Alberto Fernández, como de cualquier otro, pero no se le conocen inclinaciones suicidas. China es hoy la locomotora de la economía mundial y el país que lleva la delantera en las nuevas tecnologías informáticas y en la “Internet de las cosas”. Además es gran comprador de productos argentinos mientras la Argentina tiene que prender una vela a cada santo para concretar una misérrima venta de 14.000 toneladas de limones a Estados Unidos, cuando aquí se producen un millón y medio de toneladas anuales. Por eso no sólo este gobierno “no quedará mal con los chinos” sino que la dinámica de la economía mundial hará que cada día más y más países se esmeren por “quedar bien” con ellos. Porque, al fin y al cabo, los chinos no sólo comercian –actividad que ellos inventaron y perfeccionaron desde el siglo XII- sino que además tienen excedentes para hacer gigantescas inversiones en países de África y América Latina, cosa que no están en condiciones de hacer ni Estados Unidos ni sus socios europeos, como lo reconociera hace poco tiempo atrás Jimmy Carter. Porque, dijo el expresidente, hemos despilfarrado nuestro dinero en guerras cruentas e inútiles, mientras que China se ponía a la cabeza mundial en las nuevas tecnologías. Y ahora el mundo es definitivamente tripolar, le guste o no a la Casa Blanca. Y desde el punto de vista económico China es muchísimo más importante para la Argentina que Estados Unidos.