Es fácil caer en la tentación de referirse a la imposibilidad de traducir con precisión el término saudade, quizás porque ese vacío nos devuelve por un rato al extrañamiento de lo que no se deja atrapar en palabras. Y algo parecido sucede con la obra de la cantante y compositora brasileña Dom La Nena: más allá del aura de alegre melancolía relacionado habitualmente con su música, hay algo inasible en sus canciones que escapa a las definiciones, algo así como un encantamiento que despierta un pequeño oasis en un desierto de incertidumbre. Uno puede refregarse los ojos (hábito desaconsejable, desde ya) y el oasis sigue ahí, voz de agua dulce vertida con esa misma suavidad decidida que acaba de conjurar una vez más en Tempo, su tercera entrega en solitario y el primero producido por ella misma. Una pequeña maravilla celebrada de manera unánime por medios como The New Yorker o The Guardian y condensada en apenas treinta y cinco minutos de sonidos creados a partir de un abordaje artesanal (y experimental) con el que aprovechó al máximo un despliegue mínimo en voz, piano y violonchelo, todo en una narración circular con reflexiones sobre la soledad, los vínculos cercanos, los ciclos cumplidos, el paso del tiempo.
“¡Hola!, ¿cómo estás?”, saluda al Zoom desde su casa a las once de la noche en París. Su hija Alma, de tres años de edad, acaba de dormirse. Habla bajito, con esa inconfundible tonada porteña que adquirió durante los años de adolescencia que pasó en Buenos Aires y que suele llevar con orgullo por escenarios de todo el mundo, en los que acostumbra preguntar si hay algún argentino en la sala, sea en Riga, Berlín o Nueva York. Y es que más allá de haber nacido hace treinta años en Porto Alegre, Dominique pasó parte de su infancia en Francia y tras un breve regreso a Brasil vivió entre sus doce y diecisiete años de edad en Buenos Aires, ciudad de la que se enamoró tras haber llegado sola con el apoyo de su familia para estudiar violonchelo bajo la guía de la prestigiosa Christine Walevska (“En aquellos días no se encontraban tantas cosas por Google y busqué su teléfono en la guía telefónica”, ríe). Ese recorrido desde muy pequeña por diferentes culturas, sumado a su formación académica y el gusto por el cancionero popular de esos países, marcó el tono de sus primeros discos como solista, Ela (2013) y Soyo (2015, presentado en vivo en CABA y La Plata), con canciones propias en español, portugués y francés. Tempo, que continúa esa línea, iba a ser lanzado un año atrás (fue postergado por la pandemia) pero suena muy a tono con este momento: “Escribí la mayoría de las canciones hace cuatro años, cuando estaba embarazada de Alma”, apunta Dom. “Los otros discos trataban mucho más acerca de un cuestionamiento sobre mi identidad, mi cultura, de dónde vengo, quién soy. Pero en este disco las temáticas cambiaron mucho y sin buscarlo me encontré hablando sobre la vida, la muerte, la espera, el vacío, la soledad, las relaciones que se transforman. Y cuando ya tenía todas esas canciones listas me di cuenta de que había un hilo conductor que era el tiempo, y al final resultó algo muy cercano a estas cuestiones que en los últimos meses nos involucraron a todos”.
En pareja desde hace diez años con el realizador audiovisual Jeremiah Derathe –quien trabajó con REM, Tinariwen o Jane Birkin–, el lanzamiento fue acompañado por una serie de videos que ambos crearon en conjunto y que expanden los sentidos del disco: así se suceden los espectros plásticos que atraviesan la oscuridad creados por el ilusionista Ettiene Saglio en “Oiseau Sauvage” (entre latidos de Alma en el vientre de Dom, primer sonido que grabó para el disco) o la dulzura onírica de las filmaciones familiares en “Todo Tiene Su Fin”, con fragmentos de una entrevista realizada en 1985 a Marguerite Duras donde anticipa: “Creo que el hombre terminará literalmente ahogado por la información. Información constante sobre su cuerpo, su salud, su vida familiar, su salario, sus distracciones. No está lejos de una pesadilla. Habrá pantallas por todos lados, en la cocina, en el baño, en las oficinas, en las calles. ¿Y dónde estaremos mientras miremos esas pantallas?”. “Ettiene forma parte de una nueva corriente llamada Magie Nouvelle, una generación joven de magos que hacen un ilusionismo más cercano a los sentimientos”, cuenta Dom. “Y Marguerite siempre me fascinó, leí toda su obra, y sus palabras en la entrevista suenan muy a tono con lo que plantea el disco, esta fobia global relacionada con el hecho de que nunca estamos solos, nunca logramos desconectar y estar frente a nosotros mismos”.
El disco marca su regreso al abordaje pop de su trabajo solista tras los dos discos que editó con Birds on a Wire, el dúo que tiene junto a la chelista y cantante francesa Rosemary Standley. Allí llevan adelante un homenaje a la canción en todas sus formas con piezas cantadas en español, inglés, italiano, portugués o árabe, abarcando desde compositores barrocos del siglo XVII (como el italiano Stefano Landi o el inglés Henry Purcell) a artesanos de la canción más cercanos en el tiempo como Violeta Parra, Leonard Cohen, Caetano Veloso, Simón Díaz o Tom Waits. “Birds on a Wire es casi música de cámara, algo que nació con la idea de rescatar el aire que Purcell puede compartir con otras canciones que nos encantan”, señala. “En el dúo siempre hice un trabajo acústico con el violonchelo, pero para Tempo quise abordar el instrumento de otra manera, con un sonido mucho más pop. Y a la vez probar modos diferentes de usarlo, traficar sonidos, intervenirlo con cintas y plásticos o usarlo como percusión. Fue como un pequeño laboratorio sonoro”, ríe.
Entre puntos altos como la fantástica “Moreno” o el dúo junto a Julieta Venegas “Quién podrá saberlo” (“La amo, durante mi adolescencia en Buenos Aires vivía escuchando sus canciones”), el disco cierra con la bellísima “Milonga”: “Milonga, dame tu mano, llevame a tu país/ Milonga, con tus caricias, se hace más dulce morir”, canta entre pianos delicados y percusiones al chelo, pronunciando “milonga” con el mismo encanto de Anya Taylor-Joy diciendo “dulce de leche”. “Los años que pasé en Buenos Aires me cambiaron la vida, fueron muy lindos”, recuerda. “Creo que fue más difícil para mis papás que para mí, hoy siendo madre me digo, ¿cómo hicieron?”, ríe. ¿Y cómo definiría la palabra saudade? “Personalmente tengo una relación muy particular con la saudade, me fui de casa muy temprano y siempre viví lejos de mi familia, entonces está constantemente presente en mi vida”, responde. Y concluye: “Es como extrañar de una manera que no es triste, un recuerdo dulce, que te gusta. Creo que es un poco lo que busqué con este disco. Decidí sacarlo en ese momento medio raro sin saber muy bien qué iba a pasar, pero preferí que saliera y que la gente pudiera escucharlo y quizás hacerle bien. Al final hay algo de ese misterio, esa magia de la música, ¿no?, algo que puede sonar para un momento por más que no haya sido pensado así”.