La segunda temporada de Luis Miguel, la serie (estreno por Netflix este domingo 18 de abril) prosigue los eventos que convirtieron a la biopic sobre el cantante mexicano en un auténtico fenómeno de masas. El misterio por el paradero de su madre, las tensiones familiares y profesionales de un artista top, el desdoblamiento narrativo, los guiños a sus éxitos discográficos serán nuevamente cardinales. En estos ocho episodios, sin embargo, más allá de las melodías de pop romántico y hits radiales resuenan, de manera imperceptible pero muy notoria, el vals mortuorio compuesto por Nino Rota para un clásico del cine. “Luis Miguel es como Michael Corleone de El Padrino II”, expone Diego Boneta a Página/12. Este nuevo arco muestra -al igual que la secuela de Francis Ford Coppola- a un sujeto al tope de su juego. La contracara son las traiciones y el completo aislamiento. El modelo de emisión de esta temporada será el mismo que en 2018. La vieja usanza de un episodio por domingo que sirvió, y mucho, para espolear la serie entre la audiencia obsesionada con rastrear pistas de lo exhibido en pantalla el resto de la semana. “Las expectativas están altas”, lanza el protagonista.
Lanzada hace tres años, la biopic sobre “Luismi” contó con varios méritos de producción además de un relato perfectamente construido sobre dos líneas temporales. Y también estuvieron los pilares más allá de la ficción en sí. Ahí pesa aquello que el cronista Carlos Monsivais describió como “canibalismo visual” del cantante (Boneta refiere a “la corporalidad” del rol) y la estrategia de develar la intimidad del sujeto con el cimbronazo de la desaparición de su madre. Retornan a la serie lo referido al chalet madrileño de las Matas, la familia Gallego y el flirteo del artista con el Mossad para saber qué pasó con Marcela Basteri. El primer episodio, echa bastante (entre)luz sobre el caso. En definitiva, el trance de Luisito Rey con su esposa opera como una coda para el primer período que estructura el relato. Corren los primeros ’90 y el disco Aries llevará a Luismi al pináculo comercial en tanto hace malabares para robustecer el vínculo con sus dos hermanos.
Poner el foco en los tejes y manejes de la industria discográfica realzará el perfil de Hugo López (César Bordón). Manager argentino, mezcla de consigliere y padre putativo, con una salud endeble. “La intención de los realizadores fue la de estar inmersos más en ese mundo que no deja de ser sórdido, duro, pesado, con personajes muy nocivos. Nos metemos más crudamente en los managers como acompañantes y su realidad, sujetos que no dejan de ser personajes tipo de gangsters y eso particularmente a mí me gusta”, concede el actor. Uno de ellos es el de Patricio Robles (Pablo Cruz Guerrero), un agente de talentos de colmillos afilados. “Luis Miguel no necesitaba otro manager sino alguien que se acerara a él que pudiera tener su edad, sus gustos, sus ganas de echar desmadre e ir así por la vida, sea beber o perder”, dice el actor mexicano. Su look impoluto, con sweater rosa sobre los hombros y tiradores, lo enlaza con el Patrick Bateman de Psicópata américano. “Por la naturaleza de estos personajes, no podemos evitar ser algo así. Él trata de ser eso que aspira Luis Miguel y Luis Miguel, a su vez, dista de ser un gánster, pero disfruta de las características asociadas a este tipo de sujetos”, expone el actor.
La otra línea narrativa acontece en 2005. El intérprete y showman factura millones con sus giras claudicando lo artístico. La elección del calendario obedecería a un evento puntual producido en un concierto del cual no conviene adelantar demasiado pero que alentaría su reclusión. “Las dos líneas de tiempo están muy bien liadas. Todo hecho tiene una resolución en el futuro. Esa conexión está muy buena de disfrutar”, describe Bordón, cuyo personaje ya no aparece en esta etapa. Los esenciales de este período serán “Joe” Pérez, un rabioso chantún porteño de su séquito (Juan Ignacio Cane); el español Mauricio Ambrosi (Fernando Guallar) encargado de redireccionar la carrera y sostener emocionalmente al cantante y Michelle Salas (Macarena Achaga), basada en la hija real de Luis Miguel. “Michelle llega para romper barreras y lo va a mostrar vulnerable. Es fácil conectar con ella por la falta que tuvieron ambos. Es un padre que quiere conectar con su hija y es una hija que quiere conocer a su padre”, dice la actriz argentina. “Creo que la segunda temporada hay algo del núcleo familiar, de lo que haces sólo en tu casa, en tu salón cuando dejas de ser el mito. Un poco la decadencia del triunfador... hay varias historias de este tipo. Nuestros personajes cuentan el lado B de lo que ve todo el mundo”, complementa Guallar.
Los involucrados son muy conscientes de lo que ha generado la serie en la región. “La responsabilidad es la de cubrir las expectativas. En la primera temporada no sé si eran más bajas pero la gente quería ver; ahora tienen fantasías y deseos por ser cumplidos”, opina Bordón. Todos los actores, por otro lado, aseguran que la cópula entre ficción, realidad y fábula están habilitadas por lo que genera el propio Luis Miguel. De hecho, las elucubraciones sobre su persona incluyen una que lo equipararía con “Faul” McCartney: no faltan lo que aseguran que está muerto y fue reemplazado por un impostor. “Hay niveles de sensibilidad alterados o momentos en la vida de Luis Miguel que efectivamente pasaron. Si fue tal o cual personaje quien catalizó ese evento, pues da igual, lo que importa es saber lo que le estaba pasando por su figura y como estaba viviendo y tratando de tomar las riendas de su vida”, dice Cruz Guerrero, cuyo personaje está basado en varios miembros de la comitiva del cantante.
Hay varios espectros en la nueva saga de Luis Miguel, la serie. “Yo temía mucho que es lo que iba a pasar ahora sin Luis Rey. Soy el primer en decirlo, el trabajo de Óscar (Jaenada) con ese personaje ha sido excepcional. La uno fue una serie de padre e hijo, y acá eso cambia. La uno estuvo basada en un libro y esta no. Es una recopilación de información que fueron haciendo los realizadores junto a Luis Miguel y personas clave en su vida. Estos cuates hicieron un trabajo de CIA. Y luego vino lo de recortar y darle forma en una narrativa. Sí, es más compleja, oscura y con momentos súper divertidos. Esta es la verdad de lo que pasó con Luis Miguel. Lo que sucede es que con Luis Miguel la verdad supera a la ficción, siempre. Claro que nos tomamos la libertad de hacer un poco de 'movie magic' o de ajustar las fechas para que tenga más sentido a lo que contamos. Pero todo parte de algo verídico”, dice Boneta entrevistado por Página/12.
-En esta segunda temporada, básicamente se ve a Luis Miguel en un nuevo estado. Vive de su talento y también del personaje que ha creado. Teje y destruye relaciones amorosas y familiares, a nivel visual todo es más distante, grande y sombrío, casi como Michael Corleone en la segunda parte de El padrino. ¿Cuál fue el punto de partida para tu personaje en esta segunda temporada?
-¡Híjole! Ese arquetipo es justo el que platicamos con los directores (Humberto Hinojosa y Adrián Grunberg), el guionista (Daniel Krauze) y Pablo Cruz, el showrunner. Son mis películas favoritas y veo muchos paralelismos entre Michael Corleone y Luis Miguel. Muchos. Y para la segunda temporada tenía que ser eso. El personaje adulto es Michael Corleone de El padrino II. Literal. Lo dijimos mucho. “¿Qué es lo que contestaría Luis Miguel en tal situación?”. Pues, es lo que contestaría y haría Michael Corleone.
-¿Cuánto cambia tu interpretación en este caso, teniendo en cuenta de que ahora está presente en las dos líneas temporales?
-Muchísimo. La primera temporada fue un reto enorme para mí, el más grande de mi carrera. Y ésta hay que multiplicar por dos, porque son dos personajes a construir: el de los ’90 y el de los 2000. Era importante que se notara eso, en cuanto a los gestos, los tics, la corporalidad, como caminaban uno y otro, la energía, y sobre todo el peso de los años. Luis Miguel vive años como de gato. Un año en su vida no son años humanos. Si bien entre los dos tiempos la diferencia temporal no es tanta -diez o doce años- para un sujeto así fueron como treinta. El desafío entonces es construirlo a partir de esas diferencias y similitudes, para que conforme vayas viendo la serie notes como el primero se va convirtiendo en el segundo.
-¿Y cómo fue ese trabajo?
-Fue de punta fina y muy sutil. Me preparé con un maestro argentino a quien quiero mucho, Juan Carlos Corazza. Es un director de teatro que está radicado en Madrid; soy muy fan de Javier Bardem, quien ha ido a su escuela. Trabajé con él en la primera temporada y desde allí ha colaborado conmigo en todos mis proyectos. Ha sido muy importante para crear este personaje que tiene mucho desde el cuerpo. La corporalidad, usar el cuerpo como un instrumento, fue un gran aprendizaje, y a la vez me resultó muy divertido poder explorar eso.
-La temporada anterior jugó con géneros y tonos, desde la biopic al melodrama, el musical, hasta el policial. En esta temporada se aprecia un cambio, todo el tratamiento parece más fusionado hacia lo sombrío. ¿Concordás?
-Claro que sí. Definitivamente es más oscura y compleja. Ojalá se pueda apreciar eso. La primera temporada mostraba un Luis Miguel más ingenuo, más joven, más niño, más víctima. Justamente lo que platicamos de Michael Corleone en El Padrino I, es muy similar ese arco. Aquí ya ves cómo es un Luis Miguel sin su padre es él y sólo él, va adquiriendo mucho más poder y éxito como artista por sus propios méritos. Otra cosa que me encanta de esta temporada es que ya no va a ir de “¡¿qué es lo que le sucedió a la mamá?!”. Lo de la mamá se responde bastante rápido, con lo cual deja de ser una serie sobre lo que le pasó a Marcela sino sobre lo que pasó con Luis Miguel una vez que supo lo que le pasó a Marcela. Cómo eso le impactó, lo envileció y lo perfiló a lo que es hoy. Sí, tiene una coherencia y un tono más oscuro en los colores y la fotografía, trabajo de Marc Bellver con los directores, que lo tuvieron muy en mente. La primera fue un experimento, nadie sabía que iba a funcionar así, y ahora se trató de ajustar pero sin tratar de recrear lo que fue la uno.
-La primera temporada tuvo un villano de antología con Luisito Rey. Es como si ahora se hubiera multiplicado y diversificado con varios personajes, ¿no?
-Ése era el reto. Cómo hacerle a lo del antagonista. Patricio Robles y José Perez son mega personajes. La abuela Matilde. Aunque no esté presente físicamente, Luis Rey se ve reflejado en Luis Miguel. Se va trasformando en eso porque fue su padre. Imaginemos lo que cualquiera sacó de sus papás: con él es lo mismo. Cuando el público piense que Luis Miguel hace cosas de Luisito Rey, es totalmente intencional. Luis Miguel más adulto es el gran antagonista. Me encanta porque vemos al humano y es un personaje que comete errores como toda persona.