Cuarenteneres, neoaisladitos, humanes que comprenden que contra un virus es mucho más efectiva una vacuna que una cacerola; compatriotas cansades de tantis mentires, hartos y hartas de escuchar a quienes reclaman privilegios y los llaman libertades; ciudadanos y anas que resisten la alienación mediática enfermónica a fuerza de empanadas caseras, besos por zoom y abrazos a la distancia con diferentes partes del cuerpo menos la correspondiente al caso: aquí estamos, cada uno a dos metros del o de la subsiguiente.

Hoy vengo a hablarles –bueno, a escribirles– con optimismo. Valórenlo mucho, porque “humoristas con optimismo” es algo raro de ver: no abundan en las calles, menos ahora que hay Covid.

Gramsci recomendaba ir por la vida “con el pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad”. Si alguna vez vieron al “Movimiento Gramsciano de Liberación” en una marcha de las de antes, habrán notado que había dos columnas: la que se ocupaba de sostener la bandera del "optimismo de la voluntad” (esos son los militantes) y la que sosteníamos los del “pesimismo de la razón” (esos seríamos los humoristas).

Y a pesar de Gramsci, y a pesar del Covid, y del ex Sumo Maurífice QERD ("que en reposeras descanse") y de “Patrix Recargada”, yo... soy optimista.

Y lo soy porque en algún rinconcito, creo que –vacunas y cuidados mediante–, la vida puede subir su cotización en medio de tanto, tanto... (no se me ocurre el insulto adecuado, los que conozco les quedan chicos) apostador a la muerte en “la Bolsa de la vida”.

No hablo de "la vida normal”, porque no sé qué es semejante cosa. Tampoco hablo de “la vida como era antes”, porque la vida nunca es como era antes. Hablo de la vida, nomás, eso que significa despertarse, respirar, comer, trabajar, querer, amar y varios verbos más, algunos de ellos muy placenteros; otros son el precio que pagamos por los primeros.

Y me siento optimista porque se vienen más y más vacunas, algunas nuevas. Me imagino:

* la vacuna argentina, que te la aplicás y salís gritando “un aplauso para el enfermero”,

* una nueva vacuna china, en sus variantes “carne, pollo, cerdo o vegetales mixtos”,

* la judía, que después de dártela te tenés que poner un saquito por si refresca,

* la italiana, que es igual que la argentina pero con tomate,

* la alemana, cuyo efecto dura un año, tres días, dos horas, cuatro minutos y 35 segundos,

* la del FMI, que te dan una dosis y debés 20,

* la yanqui, que para que te la den tenés que firmar que les das todo, pagar e igual no te la mandan. ¡Uy, esa ya existe!

Una mala noticia es que están apareciendo nuevas cepas. Una noticia no tan mala es que, al parecer, no existe la cepa porteña (de verdad se sospechaba que podría existir). Sería una cepa que se estacionaría en cualquier lugar del cuerpo, sobornaría a los anticuerpos para que la dejasen pasar, haría parecer que va al pulmón e iría al riñón, y soñaría con que alguien la llevase a Europa.

Y, en este mundo tan “posdiscepoliano”, informático y febril, noticias como “la suspensión de las actividades presenciales” o “la no circulación por la noche”, lejos de ser síntomas de un "régimen tiránico”, son intentos que hace un régimen democrático para salvarnos de un virus tiránico. Son límites que ponen las autoridades para que no tengamos que enfrentarnos a los límites que pone la Covid.

Cierto es que la educación es esencial. Eduquemos entonces a nuestros locos bajitos, o no tan bajitos, en el concepto de “la vida es esencial”, “para que sepas que hay cepas y permanezcas en tus “saposentos” (como le escuché decir, hace décadas, a un compañero de escuela, y todavía me río).

“De casa a trabajar en casa; de trabajar en casa, a casa” es la verdad peronista 2021.

Etceterexit.

Sugiero acompañar esta columna con el video-homenaje “La soberana” de RS Positivo (Rudy-.Sanz), otro toque de optimismo en medio de tanto ARN.