Mientras recorremos la calle Florida, Jesualdovich no deja de señalarme detalles que favorezcan su teoría de la degradación, más que evidente, asegura, que nos involucra a todos los habitantes de este bendito país, como le gusta decir. Nada deja al azar, el modo de vestir, de caminar, o de hablar, son sus blancos preferidos. Agarramos por Avenida de Mayo. En un bar tranquilo donde por suerte no hay televisor al cuete sino una radio en la que se discute de fútbol me invita a tomar un cafecito reparador. El mozo trae el pedido sin antes limpiar la mesa. Se enfurece Jesualdovich y reclama indignado al tiempo que me afirma el detalle como gol a su favor. Debido a estos calores yo pido un vaso de agua grande. El mozo se va puteándonos por lo bajo y sin yo saber si me ha escuchado o no. De la radio justo se escucha una publicidad del estado en la que el locutor dice: “En verano cuidémosnos de las altas temperaturas”… Para qué… Mi amigo de juventud desborda de enérgica alegría acentuando que la denigración en el lenguaje es oficial porque todos los que hicieron la publicidad son bestias peludas que no saben que lo correcto es “cuidémonos” y reprocha contra la pésima escritura de todo el mundo en la internet y que sí, vivimos más gracias a la ciencia, pero a cambio de descerebrarnos día a día, sin la mínima vergüenza. Lo aparto de su improperio y lo llevo al recuerdo de los 50, en los finales, cuando estudiábamos en la “Asociación-Cine-Experimental”. Sin un chiquito de simpatía el mozo deja de un golpe el vaso de agua solicitado salpicando la mesa, y se retira cachaciento y orgulloso. Algo va a decir Jesualdovich pero yo lo calmo a tiempo y lo convenzo de que en el mundo hay problemas mucho más graves. Me cuenta de su éxito en el cine francés como iluminador publicitario. En realidad su éxito es en Europa porque también trabaja en los otros países. Su preferencia es por Alemania. Y esto nos trae el recuerdo de Maisegáier, que nunca supimos cómo se escribía. Ya bastante nos costaba pronunciarlo medianamente bien. Era el profesor de fotografía y se desvivía para que entendiéramos los diferentes valores de las lentes entre el gran angular, el normal y el teleobjetivo, y la importancia de la profundidad de campo y la luz-cenital y Orson Welles que había sido el primero en mostrar los techos en los decorados tradicionales donde a nadie se le había ocurrido hacerlo antes porque no tenían función ni importancia; y también nos manifestaba su admiración por el director francés Robert Bresson, que siempre filmaba con el lente 50, el normal, sin utilizar los otros dos, porque consideraba que ese era el modo en el que el ojo humano miraba realmente. Pagábamos una baja mensualidad para que su pudiera mantener como refugio ese sótano casi sin aire. Todos los profesores enseñaban ad honorem, y eso creaba una muy amistosa relación entre ellos y nosotros, los alumnos que queríamos ser directores de cine revolucionarios. Porque como me afirma Jesualdovich era aquél un reducto “trosko-narco-comunista”, donde el peronismo sólo calzaba si era “revolucionario”. Ramiro de Casasbellas era el profesor de historia del cine y un fanático de Roberto Arlt que recomendaba su lectura aunque nada tuviera que ver con la materia. Le teníamos mucho respeto porque además de estar siempre serio, se decía que era un muy buen poeta de vanguardia y le habían hecho un reportaje en Radio Nacional. Para nosotros eso de que lo reportearan significaba un orgullo personal, creíamos que al charlar con él nos elevábamos intelectualmente. Bocardo enseñaba “Estética” y nos hacía trabajar en serio. En algún rincón debo tener guardadas las carpetas con dibujos a témpera y las degradaciones a color. Federico Nieves nos daba “guión cinematográfico” y además de ser el alma-mater del sótano siempre salía a defender a Victorio Codovilla (todos decíamos Covdovila, no sé por qué) que era el capo del partido comunista, cuando los troscos lo tildaban de “chancho-burgués”. También estaba Tito Teijido que después tuvo suerte en Brasil. Ronaldo, que era el gran envidiado porque de todos era el que realmente estaba metido en la industria del cine y decían que era asistente de Torre Nilsson, que una vez apareció por el sótano y nos dio una clase magistral. También teníamos una profesora de actuación, excelente. Todos ellos nos hacían leer mucho. Leíamos teatro y los libros de los teóricos rusos, Pudovkin, y fundamentalmente los italianos que eran lo máximo. “La Historia del Cine” de Georges Sadoul, era la Biblia. Veíamos mucho cine ruso, descubrimos a Bergman, y nos deslumbramos con Elía Kazán y Marlon Brando en     Un Tranvía Llamado Deseo. Jesualdovich me recuerda que cuando ya no se pudo pagar el alquiler fue que pasamos al sótano del Bar-Coto ubicado en el Centro y luego a una vieja casa en el barrio de Caballito. Allí se había hecho una colecta y se pudo comprar una cámara-Bolex de 16mm, algunos faroles y un fotómetro suizo. Ya nos sentíamos en Hollywood cuando hacíamos ensayos de filmaciones. Luego hubo una especie de confusión “político-artística”, pero a pesar de ello algunos pudimos hacer unos cortometrajes que se exhibieron en cineclubes o en sindicatos de corrientes revolucionaria donde ya se empezaba a hablar de “fierros” y “la vuelta de Perón”. Gettino era el “extraño” de aquél tiempo. Y una vez casi se agarra a trompadas por la dirección política que debía tomar la Asociación. Cuando la cosa se politizó mucho, hubo un inteligente desbande y nunca se supo quién se llevó la cámara, los faroles y el fotómetro. Siempre se sospechó de unos disidentes ultratrosquistas. Cada uno fue en busca de su madre. Sin maldad, bien intencionado, simplemente por querer saberlo, le pregunto a Jesualdovich si fueron ellos quienes se afanaron la cámara… Aunque el pocillo ya lo tiene vacío, hace el gesto de agarrarlo, piensa, y lo deja en el platito. Me mira y me dice: ¿Por qué me preguntás eso, ahora, después de tanto tiempo?... Sin mala leche quiero decirle que la pregunta no era capciosa, que solamente se me ocurrió hacerla porque recordé, nada más… Pero cuando le voy a responder se vuelve a escuchar la publicidad radial y el locutor al que le sobran las eses diciendo: “… cuidémosnos…”, entonces pienso que Jesualdovich algo de razón puede tener en su diatriba… Sí… También recuerdo que yo me había hartado de aquél tiempo en Buenos Aires y había decidido recorrer el interior del país…