¿Por qué tanta fotografía en la vida cotidiana? ¿Por qué la obstinación por registrar en vez de compartir los encuentros? Estas son algunas de las preguntas que circulan en muchas sociedades. Interrogaciones, ciertamente, posibilitadas por el contraste entre las “viejas” prácticas fotográficas de décadas atrás con las hoy frecuentes entre los usuarios del teléfono celular, ese dispositivo tan manuable, práctico y multiuso que suele acompañarnos todo el día.
Diez hipótesis
Primera: la compulsión a sacar fotografías desde el celular parecería funcionar como tapón al sentido y, de ese modo, nos libraría del esfuerzo de seleccionar. Las tomas se realizan antes de un proceso de asombro.
Al contrario, en las viejas prácticas fotográficas, por limitación del rollo, nos veíamos obligados a elegir cuál sacábamos. De tal cuestión, las tomas surgían casi siempre, al final de un proceso de asombro. Luego del revelado, podíamos otra vez detenernos a seleccionar imágenes con el fin de mostrarlas a familiares, amigos, y así despertar interrogantes o iniciar un relato, exposición o diálogo.
De las prácticas actuales, observamos cómo muchísimos acontecimientos de la vida diaria son captados, pero ¿hay tantas cosas válidas, con sentido, deslumbrantes o novedosas en el día a día? ¿Al dejarnos llevar por la mecánica no perderíamos la libertad de elegir?
Segunda: las imágenes funcionarían como un señuelo para captar la atención del otro. Si le presentamos lo que quiere ver probablemente obtengamos su aprobación.
La fotografía surgió como técnica realista hace doscientos años; actualmente persiste ese enfoque como registro de la realidad visible, desbordante de datos reales, verdaderos. Lo visible impone su verdad, aunque el usuario sepa o sospeche que por fotoshop o por otros mecanismos, la tecnología puede ser alterada con detalles falseados, con variados artilugios casi gratuitos. Desde luego también podríamos auto-engañarnos o someternos al mundo de las imágenes.
En un mundo de etiquetas, las fotos funcionan como una especie de curriculum. Muchos trastornos de la imagen de nosotros mismos podrían estar ligados a estas prácticas (ejemplo bulimia, anorexia).
Tercera: observar fotografías a solas podría dar sensación de intimidad frente a un mundo que parecería encaminarse a la exposición total.
¿Dónde vemos las fotografías? De lo que pude indagar, la mayoría de las veces en la cama, el baño, el auto, mientras estamos en sala de espera o haciendo “cola” en algún lugar privado o público, pero, siempre, en retraimiento casi absoluto de la realidad.
La prótesis visual multifunción que el usuario siempre lleva consigo, le garantiza una balsa personal, intimista, sobre la cual navegar. Pero el mar es independiente de nuestra voluntad y de la balsa. Tiene su propio movimiento. La sensación de estar bien solo, no sería garantía de llegar a buen puerto.
Cuarta: la fotografía extendería globalmente nuestro limitado sentido de la vista. Ver, espiar imágenes virtuales en cualquier parte del mundo en tiempo casi real. Podríamos desplegar nuestras inclinaciones voyeristas como también exhibicionistas. En un mundo virtual que lo permite.
Fotos de prácticas usuales cotidianas se disparan casi sin pedir permiso. Están cada vez más presentes y de forma natural en nuestras vidas; podemos vernos y ser vistos en redes sociales aún sin saberlo. Estas prácticas pueden llegar a ser un entretenimiento, una forma de vida, un laboratorio científico, una fuente de inspiración artística, un coto de caza, etc.
Las inclinaciones voyeristas y exhibicionistas participan limitadamente de la relación con el otro. Sólo a través de la mirada.
Quinta: las huellas fotográficas del usuario configurarían un auto-registro que nos daría la sensación de estar ordenados. Una foto al entrar al colegio, una al salir, una a llegar a casa. Pero no es lo mismo tener un registro que estar organizados en la vida. El orden viene a través del sentido de las acciones. “Los stickers”, “me gusta”, etc., son señales en el camino, pero requieren de una meta para saber a dónde se va. Las rutas están llenas de carteles indicadores, pero eso no basta para elegir un destino. Mucho menos estos simples datos de registro alcanzarían para transformarse en eslabones que construyan lazos sociales u organizaciones colectivas.
Sexta: con nuestras fotos en las redes sociales nos sentimos mirados. Ese monitoreo constante nos podría otorgar la sensación de seguridad, de que alguien nos cuida. A través del celular podemos dar cuenta de la vida diaria. No obstante, nuestro teléfono móvil podría convertirse en una torre de control o panóptico.
Séptima: el análisis de nuestras huellas fotográficas genera ofertas de productos y funciones a nuestra medida. El mercado capitalista está atento a nuestras necesidades para incentivar el consumo y obtener ganancias. El riesgo sería transformarse en un comprador compulsivo.
Octava: con el sólo hecho de ver fotografías parecería que podemos desconectarnos. Como en las películas de ciencia ficción, teletransportarnos a través de las pantallas. Evadirnos nos permite un descanso de las problemáticas de la vida diaria. Lo cuestionable sería que tal refugio se transformara en una constante y que no nos permitiera modificar la realidad.
Novena: el mundo virtual parecería ofrecer una solución a las rispideces de los encuentros sociales cotidianos. El otro interrumpe, tiene olores, hace bromas pesadas, llega tarde, etc. Resignarnos a la imagen sería empobrecer nuestras vivencias.
Décima: la posibilidad de poder fotografiar por el simple hecho de poseer el aparato y contar con la función a mano parecería responder solamente al interés personal. De todos modos, sus efectos serán integrados a plataformas globales. Las prácticas de la fotografía serán ajustadas, clasificadas y reutilizadas para servir como estrategias de venta, análisis de gustos personales y grupales, dispositivos de control, etc. La fotografía resultante, formaría parte de una red de poder incentivador del deseo, funcional a un dispositivo mayor. La táctica sería “Just do it”, sólo hazlo (no lo pienses) dentro de una estrategia psi-bio-política.
*Psicólogo