Los 24 de abril resultan un día de recordación, dolor, reclamo y unión para la colectividad armenia alrededor del mundo. Aquel día, pero hace 106 años, comenzaba lo que luego se conocerá como Genocidio Armenio.
La noche del 23 al 24 de abril de 1915 fueron arrestados, trasladados y luego asesinados, por autoridades del Imperio Otomano (actual Turquía), 235 miembros de la colectividad armenia, puntualmente intelectuales y líderes comunitarios en un intento por descabezar la cúpula de esa organización.
Aquella fecha se toma como el punto de partida de un proceso genocida, cuyo objetivo central fue arrasar con aquellas minorías que no se alinearan al mandato de homogeneización étnica que tenía trazado el nuevo Estado Turco.
Sin embargo, hubo quienes lograron sobrevivir a la muerte planificada y pudieron lentamente rehacer sus vidas gracias a las redes solidarias y a una inclaudicable pulsión de vida. Aquellos armenios dispersos por diferentes rincones del mundo conformaron lo que se conoce como diáspora.
Ser en el mundo
La diáspora armenia se fue expandiendo alrededor del mundo llegando a tener, al día de hoy, mas de 8 millones de armenios en diferentes lugares del globo. Si bien los países de cercanía con la actual Armenia concentran la mayor cantidad de ellos (Rusia, Siria, Libano, entre ellos) otros como Francia, Estados Unidos y Argentina, han recibido y abrazado a muchos de aquellos primeros inmigrantes.
Nélida Boulgourdjian es historiadora con larga trayectoria académica. Uno de sus trabajos mas importantes, pacientes y voluminosos fue investigar sobre la llegada de los armenios al país. Su libro “Inmigración armenia en la Argentina” es un minucioso trabajo de lectura en las listas de pasajeros que ingresaron al territorio nacional entre 1889 y 1979. Si bien existieron diferentes oleadas migratorias, el flujo mayoritario ingresó entre 1920 y 1930.
Comenta Boulgourdjian que “los armenios que recién llegaban, en su mayoría se quedaban en Buenos Aires. Argentina tenía una política migratoria abierta (...) Se les pide certificado de buena conducta, de salud y demás, pero una vez que entran al país, se podía trabajar libremente, no había restricciones (…) generalmente empezaban como vendedores ambulantes, alguien le proveía elementos de mercería, por ejemplo, y empezaban”.
Aquellos primeros migrantes fueron improvisando trabajos o intentando retomar los oficios que traían de su tierra. Muchos se dedicaban al rubro de las alfombras, otros eran zapateros, orfebres, o comerciantes en general. Poco a poco fueron conociendo nuevos compatriotas, agrupándose en instituciones sociales, culturales y políticas que ellos mismos fundaron. Una manera de generar lazos comunitarios a miles de kilómetros de su tierra natal.
“También un gran número de armenios se fue a Córdoba, porque en el llamado barrio inglés, los contrató una persona para distintas actividades. Es por eso que en Córdoba se crea una iglesia, una escuela y otras instituciones”, comenta la historiadora y agrega: “después se fueron dispersando por todo el país pero en menor medida. Yo entiendo que en esta primera etapa habrán ido también al NOA. Quizás tenían contacto con la comunidad siria sobre todo. Venían del mismo lugar, del Imperio Otomano. Tenían cercanía por la comida, probablemente algunos armenios sabían algo de árabe también. O sea que probablemente habrá habido alguna cercanía”.
Camino al Norte
José María Eliazarian tiene 45 años. Nació en la jujeña Libertador General San Martín, Ledesma, pero desde muy chico vive en Salta. Es referente periodístico en el mundo del deporte y específicamente en el ambiente del rugby salteño. También, es uno de los pocos descendientes de armenios que caminan las calles de "la Linda”.
“El pariente que llegó de Armenia a Argentina fue mi bisabuelo Moisés Eliazarian. Entiendo que ingresó al país por Buenos Aires. No tengo muchos recuerdos sobre eso, ni siquiera hablé del tema alguna vez con mi abuelo Rubén Eliazarian. Lo que sé es que llegó a Jujuy a la localidad de El Carmen donde tenía una botica. Eso lo recuerdo muy bien porque guardaba una foto de mi bisabuelo en la botica vestido muy elegante y con esas estanterías de maderas inmensas llenas de frascos. La foto la digitalicé y la perdí entre tantos archivos”, contó.
Si bien los recuerdos materiales pueden extraviarse, aparece la memoria oral como un resguardo fundamental de la cultura y la historia colectiva y familiar.
En este sentido José María agrega: “Me vínculo con lo armenio es a través del afecto que sentía al escuchar hablar a mi abuelo Rubén Eliazarian. Él hablaba con mucho cariño sobre Armenia, sus paisajes, sus comidas (…) me llamaba la atención tanto cariño por un país y una cultura que no pudo conocer personalmente. Eso generó en mi curiosidad por lo armenio y llegar a conocer su historia generó un sentido de pertenencia y un cariño particular que veía en mi abuelo”.
María José Karamanian es pediatra. Nació en Buenos Aires hace 34 años y hace más de 10 que llegó al norte para hacer prácticas médicas en Jujuy. Desde 2017 vive de manera permanente en la provincia donde tiene un cargo en el hospital de Tilcara. La Quebrada de Humahuaca es testigo de su trabajo.
Sus abuelos llegaron a la Argentina desde Tomarza (ciudad en la actual Turquía) entre 1927 y 1928. Los otros abuelos nacieron en Buenos Aires en los primeros años de la década del 30.
Su vida desde chica transitó a partir de la armenidad. Tanto su madre como su padre son descendientes de armenios. Estudió la escuela primaria en el Instituto Isaac Bakchellian y la secundaria en el Arzruní, ambos pertenecientes a la colectividad de la zona sur de la Ciudad de Buenos Aires.
Participó en la Unión Juventud Armenia y en el ultimo año de la carrera viajó a Armenia a hacer prácticas de salud. Sin duda aquella experiencia terminó de completar una etapa: “Me pasó, terminando la adolescencia, que siempre estuve muy vinculada con lo armenio desde un nacionalismo, y después entendí que en realidad las problemáticas y las causas atraviesan un montón de otras realidades, de otras comunidades, de otras poblaciones, de otros países y no solo lo armenio”.
Paralelismos
“Jujuy tiene ciertos lugares que el paisaje me hace acordar mucho a Armenia. La parte del valle de Jujuy me hace acordar a Artsaj, el camino hacia ahí. O quizás el norte de Armenia. Siempre me pasa que me hace acordar”, comenta Majo, como la llaman cotidianamente.
José María Eliazarian también se atreve a trazar un paralelismo entre los paisajes: “Se me vienen imágenes de montes y sobre todo montañas que tenemos por aquí, con poblaciones o poblados pequeños entre ellas. Sobre todo lo encontramos en los Valles Calchaquíes. Montañas pedregosas y coloridas que sin explicarme mucho, me trasladan a Armenia”.
A mas de 14.000 kilómetros de distancia, pareciera una quimera seguir encontrando similitudes. Sin embargo, brotan de la forma menos pensada. Majo agrega: “Hay muchos puntos similares en cuanto a lo cultural, es otra cosa que me atrae. Desde las formas de las festividades, o las formas de vincularse que son muy de pueblo. Lo vi muy reflejado en armenia y lo encontré en Jujuy. Creo que muchas cuestiones de la cultura andina tienen esas similitudes”.
“Lo de las familias tradicionales salteñas con una fuerte imagen paterna es también para mí muy armenio. Y la reunión familiar con ese sentido de unión y orgullo por lo nuestro, es algo que se puede señalar como en común entre Armenia y el norte argentino”, relata Eliazarian.
Claro que la cultura también tiene sus diferentes miradas, formas, reconfiguraciones y lugares a problematizar, y en este sentido plantea María José: “Una cosa que tienen de similar las culturas es que son una sociedades muy patriarcales, el machismo está bastante presente en Armenia y en el Norte... No todo es positivo”.
Ser "ian"
Los apellidos armenios guardan una característica singular que los hace reconocibles: la terminación “ian”. En ocasiones, con solo escuchar un “ian” se genera una imprevista hermandad. Dos o mas armenios se reconocen y esto ya es motivo de celebración.
La terminación refiere a “ser hijo de”. Puede ser a partir de nombres o a través de oficios. Por ejemplo, el apellido “Simonian” significa “hijo de Simón” o Chobanian significa “hijo del pastor” (“choban” es pastor en armenio).
Al mismo tiempo el “ian” no solo es un sufijo, sino que lleva implícita una marca de identidad armenia, algo que cada descendiente transita de diferentes maneras.
“Para muchos de mis amigos, soy La armenia. Es parte de uno la armenidad. Lo hablo, cuento la historia o recuerdos de cuando estuve allá. O a través de las comidas surge hablar mucho de las culturas (…) o a veces simplemente me preguntan y surge la charla”, cuenta Majo.
“Hace poco me enteré que a mi hijo mayor, Lucas Eliazarian, le decían en el colegio 'el armenio' y algunos a mí me conocen así también. Creo que la armenidad es tan fuerte que viene incorporada en nosotros inclusive sin ni siquiera saberlo”, señala José María Eliazarian con sorpresa y alegría.
Memoria y reclamo
Si bien son varios los estados que han reconocido el Genocidio Armenio (entre ellos el Argentino), Turquía, el perpetrador del hecho, niega aquellos sucesos modificando y tergiversando la historia. Es tarea entonces de los descendientes, a través del testimonio oral y del incansable trabajo de documentación, continuar con la memoria y el reclamo.
La historiadora, y descendiente de armenios, Nélida Boulgourdjian opina al respecto: “Turquía tiene que reconocer. Empezar las conversaciones. Para la mayoría de los descendientes de los sobrevivientes bastaría con un reconocimiento. Reconciliar y seguir adelante”.
Eliazarian reflexiona: “Creo totalmente necesario el reconocimiento del Genocidio Armenio. Depende también de cada uno de nosotros: difundir, comunicar y transmitir el injusto dolor y sobre todo el terrible horror que vivió el pueblo armenio, que tendrá esa marca y herida abierta en la medida en que los países del mundo no reconozcan una de las matanzas mas grandes e injustas de la humanidad. Ese dolor perdura todavía en aquellos que son o tienen descendencia armenia”.
Resulta presente y palpable el dolor agudo de los descendientes de aquellos que sobrevivieron para contarlo, pero que al mismo tiempo, no se doblegan y continúan un camino en búsqueda de la justicia, en muchos casos, hermanándose con otros pueblos sufrientes y perseguidos en el mundo.
“Es necesario el reconocimiento del Genocidio Armenio porque es necesario el reconocimiento de la violación de cualquier derecho contra cualquier pueblo de cualquier parte del mundo. Creo que la vida es lo más importante que tenemos, más allá de que uno sea o no sea armenio. La vida se defiende y nadie tiene por qué planificar ninguna masacre contra ningún pueblo”, concluye Karamanian.
Son más de 100.000 los descendientes armenios en la Argentina. A su vez, existe un pequeño grupo que transita por el norte del país. Estos, conservan a su manera la cultura y la memoria de los suyos, encontrándose con otros, mixturándose y generando nuevas síntesis y pensamientos.
A días de una nueva conmemoración del Genocidio Armenio, este puñado de armenios recuerda y reclama con los pies en el Norte.