Hace algunas semanas Jordana Timerman paseaba con su hija de seis años y se toparon en la calle con una protesta pequeña, una docena de personas que quemaba una bolsa de basura. “¿Qué hacen?”, preguntó la nena con naturalidad, y ella sintió que esa escena la transportaba a tantas charlas llenas de preguntas y reflexiones que solía tener con su papá, el fallecido canciller y periodista Héctor Timerman. “Fue justo en esos días que salió la noticia acerca de las visitas de (el juez Mariano) Borinsky a Olivos. Pensé mucho si meter una denuncia –cuenta Jordana--. No nos gusta exponernos al ojo público, remover esto es muy doloroso para mi familia, pero pienso que también tendré que contarle algo de todo esto un día a mi hija, y le tendré que contar de la lucha injusta que enfrentó su abuelo. Y no me da la cara decirle que no hice todo lo que pude para seguir esa lucha cuando él ya no podía. De la misma manera que mi viejo y Javier (hermano de Héctor) lo hicieron por su padre”, el periodista Jacobo Timerman, secuestrado y torturado durante la última dictadura cívico militar. Finalmente ella decidió junto a su tío presentar un pedido de juicio político en el Consejo de la Magistratura. Después de vivir con mucho “miedo” porque “no hubo justicia”, sino todo lo contrario, dice que se le abre una esperanza “al ver que se desarma el lava jato en Brasil”.
La noticia de que los jueces de la Cámara de Casación que habían dispuesto reabrir la causa del “Memorándum con Irán” y que la dejaron en manos del juez Claudio Bonadío visitaban a Mauricio Macri en la Quinta de Olivos y la Casa Rosada, dice Jordana que la “llenó de rabia y desesperación”. “No me sorprendió pero me impactó la claridad de los datos, y lo descarado”, contó en el programa “Hagamos Algo con Esto” en Radio del Plata. Con su tío Javier, decidieron presentar el pedido de remoción ante el Consejo de la Magistratura contra Borinsky y el titular de Casación, Gustavo Hornos.
Aquella causa judicial fue la que se abrió con la denuncia del fiscal Alberto Nisman, que acusó a Cristina Fernández de Kirchner y a Timerman, entre otros, por encubrimiento de los iraníes implicados en el atentado a la AMIA en función del pacto con Irán, que buscaba lograr la indagatoria de los acusados, al menos en un tercer país. El Memorándum fue una estrategia para evitar la impunidad del ataque terrorista, y fue votado por el Congreso aunque no se implementó. Nisman decía que se levantaban las alertas rojas y la búsqueda de esos sospechosos, algo totalmente falso que desmintió el entonces secretario de Interpol, Ronald Noble. El primer juez que intervino, Daniel Rafecas, dijo que no había delito. En el juzgado de Bonadío se generó una causa melliza, que los camaristas Gustavo Hornos y Borinsky avalaron, por lo que Macri los felicitó públicamente. Con ese aval el juez terminó ordenando detenciones, enarbolando el absurdo (pero grave) delito de traición a la patria. Timerman tuvo prisión domiciliaria, CFK no pudo ser detenida porque tenía fueros como senadora, Calos Zannini, Luis D’Elía y Fernando Esteche fueron encarcelados. A Timerman, Bonadío le impidió viajar a Estados Unidos para continuar su tratamiento contra el cáncer.
“Mi papá se murió profundamente angustiado por el caso y cómo impactaría en su familia. Se preocupaba porque algún día sus nietas sufran por calumnias, que alguien les diga algo. El tenía un compás moral muy fuerte, no le costaba hacer lo correcto porque nunca se le ocurrió no hacerlo. Para mi hermana y para mí nos dejó un norte implacable”, cuenta Jordana para explicar qué la mueva buscar ahora una suerte de reparación judicial. “Todo lo que mi viejo hizo –dice-- lo hizo con una fuerte convicción de que era para ayudar. Que era para mejorar la situación puntual de la (causa) AMIA y la general del país. No tenía ninguna otra motivación para su trabajo en la política”.
En las charlas con su papá, recuerda que él llevaba al plano político tanto “lo grande como la causa AMIA” “para buscar justicia” como “lo cotidiano”. “Me acuerdo de una pelea de consorcio, y yo le decía ‘yo tengo la razón, no corresponde” y él me decía ‘pero eso no quiere decir que no pueda simplemente ser una buena vecina’—narra con admiración--. Vivimos en una sociedad donde es normal escuchar acusaciones contra los políticos. Pero él se cuidaba en todo. Aún en cosas que a nadie le importaban para nunca cruzar una raya. Y son conversaciones que teníamos siempre, cómo hay que ser, cómo hay que trabajar, qué obligaciones tenemos ante injusticias en el mundo”.
Jordana es consultora política, columnista también en New York Times, y acompañó a su papá durante cada paso de aquella pesadilla judicial. Hay dos momentos imborrables para ella. Uno fue el 17 de octubre de 2017, cuando lo acompañó a Comodoro Py a la indagatoria. “Está la noticia, lo macro y pero también está lo cotidiano. ¿Cómo llegás a Comodoro Py? La buscamos a Graciana Peñafort, abogada, de camino. Lo llevé a la puerta, a mí no me dejaron entrar, y después de eso lo llevé a la guardia del hospital, y lloraba. Soy de una generación que creció en democracia, y entendí que las reglas del juego democrático como yo las había entendido no estaban funcionado. A él le despertó memorias de lo que pasó con su familia, con su viejo, en la dictadura. Después de ese octubre nadie en la familia volvió a dormir. La salud de mi viejo entró en una decadencia súbita. Como que el caso lo mortificó. Mi mamá, mi hermana que estaba embarazada de siete meses y yo, nos dedicamos a esto”, relata Jordana.
La otra situación que nunca olvida “como las películas de terror, donde recordás cada instante, fue el 7 de diciembre. “Me desperté con la noticia de que lo habían detenido a Zannini en la misma causa –repasa-- Llevé a mi hija al colegio temprano y fui corriendo a lo de mis viejos, y ahí estaba mi papá sentado en el living, vestido, con zapatillas puestas. Se acordarán que a alguno lo detuvieron descalzo. Y tenía una bolsa con todas las medicaciones que necesitaba tomar todos los días, y nos quedamos sentados ahí toda a mañana con Graciana Peñafort, mi mamá y mi hermana esperando a ver si se lo llevaban. Fue imposible no relacionarlo con lo que vivió mi familia hace una generación. La detención ilegal de mi abuelo. La noche que el tío de mi papá lo tuvo que ir a buscar para decirle que habían secuestrado a mi abuelo. Pensaba la injusticia que él y que Javier tuvieran que vivir eso de vuelta. Cuando estaba detenido en domiciliaria, al final, estaba ahí todos los días yo. Me acuerdo de hablar con mi tío Javier sobre cómo puede ser que sigue la vida normal afuera de estas paredes cuando estaba pasando esto”.
Y afuera había también una gran construcción discursiva de los medios de comunicación afines al macrismo, que agitaban cualquier bandera o expediente que pudiera erosionar al kirchnerismo, sin importar –como en este caso— el Memorándum había sido una decisión de gobierno con un fin de búsqueda de justicia. “Estábamos bastante curtidos con las falsedades de los medios. Pero hablaba con personas queridas o a quien les tenía respeto y te dabas cuenta que esos discursos impactaban, que había gente inteligente que lo creía. El impacto en el mundo real dolía”, se lamenta.
Todavía hoy, dice Jordana, “sentimos mucho miedo”. “Porque lo que pasó con el caso es que no hubo justicia, que es un pilar de la sociedad en la que nos movemos y que te das cuenta que tambalea. Que no podés confiar. Llegué a pensar para qué meter una denuncia si todo el proceso judicial demuestra fallas. De qué sirve seguir metiéndose en esto. Y ahora pienso que sirve para dejar sentado que uno hizo todo lo que pudo, aunque no haya justicia. Uno hace todo lo que puede”, explica. Ahora guarda cierta esperanza al ver “el desarmado de Lava Jato en Brasil”. “Las decisiones de la Corte Suprema de Brasil desarmando el proceso judicial contra Lula, que el juez fue parcial, y decís, bueno, quizá a veces hay avances. En Argentina –se pudieron avanzar en las causas de lesa humanidad, por violaciones a los derechos humanos, quizá si uno insiste –se ilusiona-- pueda haber avances y justicia en esto también”.