En Marcelo Freixo caben dos realidades. A nivel local, un diputado popular cada vez más cerca de la alcaldía de Río, y a nivel nacional uno de los líderes del Partido Socialismo y Libertad (PSOL). Freixo fue una de las sorpresas de los comicios de octubre pasado, donde las fuerzas políticas se midieron por primera vez desde el golpe institucional a la presidenta Dilma Rousseff. En un clima electoral enrarecido, el triunfo del nuevo alcalde, Marcelo Crivella, se opacó bastante a causa del resultado obtenido por el candidato del PSOL. Bastaron pocos meses de campaña para que Freixo pasara de disputar una elección municipal a transformarse en la nueva cara de la izquierda brasileña. Ahora le toca conciliar esas dos realidades.
Para llegar a ser dos veces diputado estadual de Río y un político con aspiraciones federales, Freixo salió de la periferia, subió a los morros, encuestó para una ONG, se afilió al PT, entró a las cárceles, dio clases de historia, se desafilió del PT, se unió al PSOL, investigó a corruptos, perdió a su hermano Renato por las balas de la mafia policial, recibió amenazas de muerte. En 2011, la jueza Patrícia Acioli, que perseguía al crimen organizado, fue asesinada, al mismo tiempo que Freixo presidía las investigaciones parlamentarias a traficantes de armas, narcos y paramilitares. Se fue de Brasil, regresó a Brasil, aceptó la custodia personal, tomó impulso. El futuro lo tienta con una banca en Brasilia.
En diálogo con PáginaI12, Freixo habla de la violencia crónica en Río, la obsesión de su carrera legislativa, de ese trago amargo que significó el juicio a Rousseff –con el asalto de Michel Temer a la presidencia– y de la omnipresencia de Lula en la vida política de Brasil.
–La ola de violencia carcelaria que vivió Brasil a principios de año dejó cerca de 130 muertos. ¿Cómo se llegó a esa situación?
–Brasil vive una crisis penitenciaria desde hace mucho tiempo. El país no tiene política penitenciaria. No tener política penitenciaria es la política penitenciaria. Tenemos la tasa de crecimiento de población carcelaria más alta del mundo, así que ningún país tiene un número de presos mayor que el que tiene Brasil. Y los discursos que provienen de las autoridades y de los medios de comunicación son discursos de impunidad, que defienden penas mayores y la idea de que las cárceles sean lugares más estrictos. Es incompatible lo que se habla sobre las prisiones y lo que ocurre dentro de ellas. La ausencia de políticas públicas, de políticas para que los presos puedan estudiar y acceder a un trabajo, es decir, esta situación de abandono, ha generado el fortalecimiento de las bandas criminales. Todas las facciones criminales de las grandes ciudad que tiene Brasil nacieron en la prisión, no nacieron en los barrios pobres. ¿Por qué estas bandas nacen en la cárcel? Porque no hay política pública, no hay presencia del Estado cumpliendo lo que la ley dice que hay que hacer. Estas muertes de las que fuimos testigos en varias ciudades del país, tan brutales y violentas, derivan del conflicto entre las facciones, que crecieron frente a la irresponsabilidad del gobierno.
–¿Cómo tienen que responder las autoridades al crecimiento de las bandas criminales?
–Las facciones criminales viven en las cárceles y lo que se tiene que hacer es cumplir con la ley. No se puede clasificar a un preso y decidir que vaya a una prisión o a otra conforme la facción criminal a la que pertenece. Entonces, si robaste un teléfono, un zapato o si mataste a 50 personas y sos juzgado y condenado, podés permanecer dentro de la misma prisión donde está determinada banda, ya que la división de los presos se hace a partir de estas facciones. El sistema penitenciario está hecho para las facciones, no para hacer cumplir la ley. No hay ningún incentivo para estudiar o trabajar. El número de presos que trabaja hoy en día es inferior al 10 por ciento, y el número de presos que estudia alcanza sólo el 13 por ciento. Son prisiones de máxima ociosidad. Prisiones donde el preso, sea negro, pobre, residente de los barrios marginales o de la periferia pasa la mayor parte del tiempo sin hacer nada. El Estado no cumple con lo que dice la ley y no hace absolutamente nada en relación con el sistema penitenciario. Lo que el Estado tiene que hacer es cumplir con la ley, invertir en el sistema. Hoy en día hay un gran número de personas en prisión preventiva. El 40 por ciento de los presos en Brasil son presos preventivos, que no han sido juzgados. La mayoría de estas personas no tendría que estar presa, porque cometió delitos menores, que no justifican la privación de la libertad. Hay un defecto importante en el sistema de justicia criminal, ya que no se investiga. Sólo se detiene al pobre.
–En Río de Janeiro, esas facciones criminales y las milicias se mueven con particular impunidad. ¿Cuál es la solución para combatir la violencia?
–El tema de las milicias puede parecer extraño para quien no es de Brasil o particularmente de Río de Janeiro. Son mafias compuestas por policías, bomberos, agentes penitenciarios, grupos que provienen de sectores de la seguridad pública que dominan algunos barrios, que por lo general suelen ser los más periféricos, los más pobres. Controlan las actividades económicas de esas comunidades, son violentos, matan y están por fuera de la ley. Se trata de grupos criminales, sólo que son grupos criminales formados por agentes de seguridad. No son ex agentes o paramilitares. Esto es lo que impide entender del todo el fenómeno. ¿Cómo alguien que pertenece a la seguridad forma parte de una banda criminal? Pero esto es lo que ocurre exactamente. Ellos ganan mucho dinero. Son parte del Estado. Controlan electoralmente las comunidades y acabaron siendo personas influyentes, junto a gobernadores, alcaldes y a miembros del poder político local.
–Usted ha sido muy crítico con el llamado programa de pacificación de las favelas en su ciudad. ¿Piensa que esa política fracasó completamente?
–Fracasó completamente, porque la verdad es que no se invirtió en una nueva policía. El programa de pacificación de las favelas consistía en colocar efectivos allí. Nada más. No se puso otra policía, ni se la transformó ni se la entrenó. Se llegó a las favelas sólo con efectivos. Ni saneamiento, ni escuelas, ni salud. La población pobre ya conocía bien a la policía. No hubo programa de pacificación, de integración o de ciudadanía. Fue un programa de control que con el tiempo se desgastó. Hoy está acabado.
–Brasil vive una crisis económica profunda y en Río la situación es incluso peor. ¿Qué espera del gobierno de Marcelo Crivella?
–Desde que fue elegido alcalde de Río de Janeiro, Crivella viene haciendo un gobierno muy confuso, que carece de un proyecto claro. En cierto punto no se sabe hacia dónde va, porque tiene un origen más bien religioso. Tiene posturas muy conservadoras. Es dueño de una iglesia, de un canal de televisión. Es pronto para hacer una evaluación de su gestión. Claro que deseo que haga un buen gobierno, pero no se percibe que sus funcionarios estén haciendo un buen trabajo por el momento.
–¿Por qué cree que en las ciudades más grandes como Río o San Pablo ganó la derecha en las últimas elecciones?
–Pienso que es un movimiento global, no pasa sólo en Brasil. Tenemos el triunfo de Trump y el ascenso de la derecha en Alemania y en otras partes del mundo. Incluso en Argentina. En Brasil tenemos el fin del ciclo de administración del PT, que cometió sus errores, que tiene sus logros. Soy una persona crítica con el gobierno del PT. Reconozco los avances en la capacidad de compra del salario mínimo, en las políticas de inclusión, en las políticas sociales, pero es un partido que pactó con sectores ultraconservadores de la derecha y cedió ante prácticas corruptas. Ahora paga un precio bastante alto por eso. El PT definió una imagen histórica de la izquierda en todo Brasil. El ascenso de la derecha en las últimas elecciones municipales tiene relación directa con esa crisis global y también con la crisis de gestión del PT. Toda la izquierda terminó pagando por eso.
–¿Cómo evalúa el avance de los grupos evangélicos en la política brasileña?
–La llamada bancada evangélica tiene una historia bastante reciente, con un grupo numeroso de diputados que vienen de las distintas iglesias. Pero no todos los grupos evangélicos son iguales. En Río de Janeiro el 25 por ciento de la población es evangelista. Es un porcentaje alto. El 90 por ciento de los evangelistas votó por Crivella. Eso muestra un potencial electoral muy grande para cualquier candidato que consiga reunir a esos grupos o apelar a una identidad evangélica. Esa mezcla de religión y política es peligrosa. Pero es también algo nuevo y no se sabe bien cómo tratar el tema. La única certeza que tengo es que no podemos aceptar que todos los evangelistas sean conservadores. Es importante que las personas de izquierda disputen los espacios de los evangelistas, discutan, hablen, que exploren las diferencias dentro de los grupos evangélicos, que son muchas. La izquierda tiene que aprender a conversar, a ver más allá de lo inmediato. Ningún proyecto de izquierda en Río de Janeiro debate con los evangelistas qué ciudad quiere construir o cuáles son sus concepciones políticas. Todo acto evangélico es reaccionario o conservador. En una ciudad como Río, con una población evangelista importante, esa visión es poco sensata. La izquierda no construyó hasta ahora ningún espacio de aproximación con los grupos evangélicos. Y es una falla de la izquierda. No hay que ser evangelista para ser conservador.
–En la segunda vuelta de las elecciones municipales la izquierda se unió y le dio su apoyo. ¿Considera que con los resultados que obtuvo el PSOL puede convertirse en el partido dominante dentro de la izquierda?
–Eso está por verse. Lo que pasó en Río fue algo muy fuerte, sin dudas. Tenemos una bancada importante en la ciudad, en el Congreso federal, legisladores municipales. Pasamos a la segunda vuelta en Río, lo que consolidó al PSOL como una alternativa de izquierda. En Brasil el proceso es más lento. Todo va a depender de lo que suceda en las próximas elecciones con Lula. Lula es un capítulo importante para saber el futuro de la política brasileña. Todo gira en torno a si Lula va a ser candidato o no, a si las investigaciones van a llegar a él o no. Es una cuestión central que va a definir muchas cosas. Es decir, no es un detalle menor. No vamos a hacer alianza con el PT porque consideramos que representa un proyecto diferente. Hoy Lula está al frente de todas las encuestas. Sin Lula, la correlación de fuerzas cambia completamente. Más allá de eso, el PSOL va a crecer. Tenemos que empezar a definir los candidatos nacionales ahora, hacer trabajo de base. Crecimos mucho en los comicios municipales. Brasil necesita un proyecto nacional de izquierda, algo que está faltando. Tenemos que generar debates profundos en todas las ciudades y que un proyecto político de izquierda gane en 2018.
–Usted dijo que la justicia en su país es selectiva. Sobre todo con la población más vulnerable. ¿Puede aplicarse esa selectividad a los casos de corrupción que salpican a todos los grandes partidos?
–La justicia es selectiva. La prisión de determinados políticos es selectiva. Estamos esperando que se investigue al Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). La justicia investigó a unos partidos y a otros no. El PSDB fue poco investigado, y tiene muchas razones para ser investigado. La justicia es de clase. Quien tiene acceso a la justicia, a un abogado, no termina en el servicio penitenciario brasileño, donde la mayoría son negros, pobres, habitantes de las favelas, de la periferia y de baja escolaridad. ¿Sólo el pobre comete crímenes? ¿O es que sólo el crimen que comete un pobre merece la privación de la libertad?
–¿Cómo impactó el impeachment a la presidenta Dilma Rousseff en el escenario político?
–No hay duda de que fue un golpe. El gobierno de Dilma era desastroso, atendía los intereses de los bancos, la política de los mercados financieros, avanzaba muy poco en cuestiones sociales, en la reforma agraria. Para hacer un golpe hoy en Brasil no hace falta ser de izquierda o tener a los militares en la calle. Basta no interesarle más al poder financiero para que un gobierno sea depuesto. No hubo crimen de responsabilidad para juzgar al gobierno de Dilma y apartarla de la presidencia. Acá también hubo selectividad. Ahora vivimos una tragedia. Temer eligió a su ministro de Justicia, Alexandre de Moraes, para integrar el Supremo Tribunal. Es una persona que no tiene cualidades técnicas ni políticas para ocupar un cargo semejante. Es un gobierno golpista entrando en la Corte Suprema del país. Estamos viendo un cambio profundo en la política del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social, que ya no financia más a la pequeña economía, la economía productiva. Se trató de un golpe para hacer funcionar la economía de una determinada manera que agrade a ciertos sectores.
–¿Por qué entonces un hombre como Temer, acusado de corrupción y comandando un programa económico impopular, sobrevive en el poder?
–Temer era el hombre indicado para dar el golpe. Es servil a los intereses de un gran aglomerado económico y de algunos medios de comunicación. Estaba en el lugar justo para hacer el golpe: la vicepresidencia. No tenía cualidades para asumir la presidencia pero estaba ligado a un sector político muy poderoso. Las protestas que comenzaron en 2013 y se intensificaron en vísperas del golpe apuntaban contra el gobierno, la corrupción y la clase política en general. Pero Dilma fue destituida, Temer asumió la presidencia y los brasileños dejaron de salir a las calles. Es algo curioso. Los movimientos pro impeachment fueron importantes, sí, en las grandes ciudades. El gobierno tenía poca capacidad de respuesta. Era un gobierno malo, pero a los gobiernos se los derrota en elecciones, no se les hace un impeachment. Si no hay crimen de responsabilidad es golpe. Dilma fue apartada del poder y hoy tenemos a Lula liderando las encuestas con una ventaja significativa. Muchos de los que salieron a las calles entendieron que sacar a Dilma no era la solución, porque no resolvió ni la crisis económica ni la crisis política.
–¿Cuál es la estrategia para las elecciones generales de 2018?
–Tenemos todo 2017 por delante. Es importante reforzar el trabajo de base, ir a las ciudades, hacerlo más participativo. Mi campaña terminó nacionalizándose porque fui una de las pocas figuras de izquierda que pasó a segundo turno. Ahora tengo que ayudar a que el partido crezca en los lugares donde es más difícil. Ya visité Minas Gerais, Belo Horizonte, Florianópolis, Belém, Río Grande del sur. Es probable que en 2018 me presente para diputado federal para ayudar a la bancada a mantener el número. En una ciudad como Río de Janeiro, tan compleja, llegamos al millón doscientos mil votos, enfrentándonos a adversarios poderosos.
–Después del golpe parlamentario se llevaron adelante elecciones municipales. ¿Brasil vive en democracia?
–No estamos viviendo en democracia. Acá hubo un golpe violento, muy duro, contra el gobierno federal. Hubo una ruptura del orden electoral y ahora el golpe se está consolidando. Está tomando forma a través de las políticas agrarias, de la currícula educativa, del nuevo juez de la Corte. Así tengamos elecciones municipales y estaduales, el gobierno federal es muy importante en la estructura política de Brasil. Se vive un momento de crisis institucional, de fragilidad democrática. Una de las crisis de identidad política más graves que sufrió el país. Pero también hay una capacidad de reacción muy fuerte. Hay grupos de mujeres, de jóvenes, de estudiantes, de la cultura, de educadores populares, de las favelas, de la periferia, que tienen una propia identidad política, un proyecto de sociedad que está surgiendo. No soy el más optimista. Creo que el golpe no demostró todavía todo lo nocivo que puede llegar a ser. El de Temer es un gobierno que nace para construir una lógica de poder más autoritaria. La resistencia va a atravesar años difíciles, pero con capacidad de lucha y de reorganización de las fuerzas políticas.