El represor Hugo César Espeche, retirado con el grado de teniente coronel, falleció anteayer, a la edad de 75 años, en el sur del país. Se fue sin hablar de los crímenes de los que participó en la dictadura, pero no sin condena, y no sin reconocer su participación en estos hechos y no sin escuchar el reproche cara a cara de una sobreviviente.
En diciembre de 2010 fue condenado a reclusión perpetua por la Masacre de Palomitas, la matanza, el 6 de julio de 1976, de once detenidos que estaban alojados en la cárcel provincial de Villa Las Rosas, en la ciudad de Salta.
Espeche pasó quizás uno de los peores momentos de su vida en los primeros años de la década del 2000. Todavía no se había dictado la inconstitucionalidad de las leyes de obediencia debida y punto final y los organismos de derechos humanos luchaban contra el olvido con los Juicios por la Verdad.
Cuando le tocó colectar información sobre la matanza de los once detenidos, el juez federal Miguel Medina decidió hacer una inspección. Los detenidos habían sido sacados del penal alrededor de las 20 con la excusa de que iban a ser trasladados a un lugar de mayor seguridad, la comitiva salió por el acceso sur de la ciudad y tomó la ruta nacional 34 hasta la localidad de Palomitas, donde todos fueron asesinados. La versión de los represores fue que habían intentado fugarse.
Como Espeche había sido el encargado de sacar a los detenidos y, según su versión, entregarlos a otra comitiva en la salida de la ciudad, el juez Medina lo citó para que participara de la inspección. Pero ni bien comenzó el trámite, cerca de la casilla del viejo control de ruta de la Policía de Salta a la salida de la ciudad, Espeche se encontró cara a cara con Nora Leonard, detenida política y hermana de Celia Leonard, que fue asesinada en Palomitas junto a su marido, Benjamín Ávila.
Nora lo confrontó, le reclamó que hubiera destruido a su familia y lo llamó asesino. "Usted no sabe lo que es vivir con esto. Yo tengo hijos, tengo nietos, usted no sabe lo que significa eso cuando sale en la prensa. Yo le pido perdón a usted y a su famlia", alcanzó a responder el militar transpirando.
"Diga lo que sabe, colabore con la justicia", lo conminó Nora Leonard. "Yo le dije a los gritos eso", pero era un gesto calculado, porque "yo quería confrontarlo para que hable", recordó ayer Nora. "Así que es un asesino confeso, pidió perdón dentro del Juicio de la Verdad", delante de varias personas, concluyó.
"Lo importante acá es hacer memoria", agregó Nora Leonard, integrante de la Asociación de Derechos Humanos Lucrecia Barquet y una de las impulsoras de la investigación de los crímenes cometidos por el terrorismo estatal en la provincia. "Espeche se muere y se va sin decir la verdad de muchísimas cosas que él sabía, porque fue un activo de ese época, él era joven, participa del terrorismo, él mismo dijo que permanentemente hacía viajes a Tucumán", afirmó. Recordó en este sentido que el propio militar reconoció que integraba el grupo de tareas El Rayo. "Lamento que se haya ido a la tumba sin decir toda la verdad que él sabía", subrayó. Y volvió a reclamar que los juicios sean "más rápidos para no caer en la impunidad biológica".
Oficial subalterno
En la investigación de la Masacre de Palomitas, que se tramita por escrito, una concesión del Poder Judicial federal de Salta a los represores, Espeche reconoció que participó del operativo para sacar a los seis hombres y cinco mujeres asesinados en Palomitas pero intentó excusarse en la obediencia debida.
Contó que el jefe de Destacamento de Exploración de Caballería Blindada 141, Carlos Alberto Mulhall (f), le dijo que había recibido una orden del III Cuerpo del Ejército de trasladar a los detenidos y lo designó "oficial de enlace" para que los retirara de la cárcel y los entregara al mayor Juan Carlos Grande (f) "a la salida de Salta".
El militar también contó que en el penal fue recibido por su director, Braulio Pérez, que los detenidos fueron subidos a tres carros de asalto, que cuando llegó ya estaban ahí, que verificó con una lista. De manera esperable, dijo no recordar el nombre del conductor de su vehículo y tampoco pudo recordar a qué fuerza pertenecían estos vehículos. Sí recordó que los custodios de los detenidos "no eran del Ejército, estaban vestidos con uniforme azul".
En el memorial antes de que se dictara el fallo su defensa sostuvo que "Espeche actuó en la convicción de estar realizando una actividad lícita". Agregó en ese momento "era un oficial subalterno", con el grado de capitán, "por esa razón era gratuito atribuirle una jerarquía decisoria de la que carecía". Insistió en que "no eligió ir" hacer el traslado y en que "era ajeno a quienes idearon el plan, todo por que su jerarquía militar no le permitía diseñar, elaborar, planificar, ni conocer lo que planeaban y decidían sus superiores".
En la sentencia de condena el juez federal Carlos Olivera Pastor consideró probado que Espeche "estuvo a cargo del traslado de once detenidos, en la noche del 6 de julio de 1976, desde el penal de Villa Las Rosas, Provincia de Salta, hasta la altura del kilómetro 1.541 de la ruta nacional n° 34, donde en el paraje conocido como Palomitas, personal de la misma fuerza les dio muerte entre las 22 y las 22.30 horas".
El magistrado sostuvo que "en Salta la orden de 'traslado' la dio el coronel Carlos Alberto Mulhall, con conocimiento del entonces único juez federal en la provincia, Ricardo Lona". Que Espeche llegó al penal a lasd 19.45 llevando "la orden por escrito, y la lista de los sentenciados" y a su vez él "Impartió también otras órdenes: la salida de los detenidos no debía registrarse en los libros del penal, los subalternos debían mantenerse alejados de los lugares de acceso mientras se retirara a los presos, que se hizo en medio de la oscuridad", afirmó el juez basándose en testimonios de ex detenidos políticos, presos comunes y hasta guardiacárceles.
La memoria del ex detenidos se distancia del casi aséptico relato del militar: la noche del 6 de julio de 1976, a la hora en que se apagaban las luces de las celdas, llegó "una patota del Ejército comandada por un teniente de apellido Espeche", ninguno llevaba sus insignias identificatorias, recordó el detenido Eduardo Tagliaferro.
“Primero escuchamos el pisar fuerte de abotinados, luego el ruido metálico de cadenas o esposas y las voces duras que gritaron uno a uno el nombre de nuestras compañeras, y ellas, en medio del silencio que anticipaba la tragedia, salieron preguntando a dónde iban”, atestiguó Graciela López.
"A Pablo Outes, que todavía se encontraba vestido, le dieron tiempo para tomar su gorra; al resto los sacaron desnudos y en algunos casos hasta descalzos. Todos iban resignados, salvo Rodolfo Usinger, un ingeniero rosarino que comenzó a gritarles ‘asesinos hijos de puta’. Usinger fue uno de los pocos que intuyó el final de ese operativo”, añadió Tagliaferro.
El preso común Hugo Froilán Choque escuchó voces de los guardiacárceles que decían frases como: “Tráiganlo a éste para acá”, “métanlo a ése en esta celda”, “aquél está sin vendar, pónganle la venda en los ojos”.
Varios testigos relataron que por los sonidos entendieron que los que iban a ser ejecutados fueron esposados antes de ser subidos a los vehículos del Ejército. Celia Leonard apenas tuvo tiempo de dejar a su hija, bebita aún, nacida en cautiverio, en los brazos de la detenida Norma Toro.
El lugar elegido para el crimen fue el paraje Las Pichanas, cerca de la estación de peaje Cabeza de Buey, a unos 50 kilómetros de la ciudad de Salta, sobre la ruta nacional 34. Allí fueron asesinados Celia Leonard, Benjamín Ávila, Evangelina Botta, María Amarú Luque de Usinger, María del Carmen "Chicha” Alonso, Georgina Droz, Pablo Outes, José Povolo, Alberto Savransky, Rodolfo Usinger y Roberto Oglietti.