Una de las imágenes más célebres de los vivo-ditos desplegados por Alberto Greco en España es la que muestra una anciana vestida de negro que sostiene un cartel con su rúbrica: “Obra de arte señalada por Alberto Greco”, fechada en 1963. A diferencia de otros personajes señalados, esta mujer se ubica por delante de una serie de sábanas blancas tendidas en unas cuerdas. En ese rincón de Piedralaves el artista pone en mirada el vacío de las telas como un punto de llegada. Una extensión de sábanas almidonadas corporizan una serie de antojadizos monocromos como pantallas cegadas que parecen soportar crudamente toda la tradición de la pintura. Greco exhibía allí, a la intemperie, el desmantelamiento de toda representación y la necesidad del arte de vincularse en forma directa con el mundo.
Sin embargo, Greco volvió a pintar. Mejor dicho, nunca abandonó del todo la expresión plástica, aun cuando la utilizara como recurso para establecer sus propios límites y burlarse de la historia de las bellas artes y sus mentadas jerarquías. Ese mismo año, una mujer como la del pueblo de Ávila posaba delante de otra tela en blanco pero en una acción llevada adelante dentro de una galería. Cuando Greco parecía haber detonado en el arte todo tipo de mediación material con la realidad, comenzó a incorporar personas a sus obras, pero a plasmarlas con pintura. Aquellos personajes anónimos, que supo eternizar en sus vivo-ditos, fueron reubicados frente al lienzo para la composición de pinturas en tiempo real. Redoblando la apuesta de las antropomorfías de Yves Klein, casi como en una opción en negativo de aquellos armónicos cuerpos desnudos, Greco contorneaba trazo a trazo, pincelada a pincelada la silueta de Encarnación Heredia Mujer Sufriente, entre otros. Cubría el lienzo alrededor de su cuerpo, como ennegreciendo su aura, recortando su existencia fantasmagórica que del margen social pasaba a habitar, luego en ausencia, el centro del cuadro.
La experimentación con las técnicas pictóricas de aprehensión directa de la realidad, se conjugó en Greco con la continua práctica del collage. Fragmentos de materiales extra-artísticos que combinaba con su visceral escritura. Entre 1963 y 1964, no solo los personajes anónimos fueron protagonistas de sus obras. Dedicó una serie al reciente asesinato de John F. Kennedy en lo que pareciera ser una reacción inmediata a la noticia, es decir, otro modo de pintura en tiempo real. A la muerte de John Kennedy (1963) es un collage sobre lienzo que se encuentra abarrotado de recortes de diarios y revistas que componen una suerte de biografía apócrifa del presidente norteamericano. En el margen superior izquierdo, se lee invertida la palabra “sigue” con una flecha que señala el más allá de su tela. O tal vez su anverso si la vinculamos con las piezas que sobre el mismo asunto Greco realizó en co-autoría con Antonio Saura. Crucifixiones y asesinatos sobre la muerte con motivo del asesinato de J. F. Kennedy (1963) desbordaba el plano y saturaba el soporte por anverso y reverso. Entre medio de trazos de color enmarañados y fragmentos de imágenes impresas que anotician sobre aquella trágica muerte, se leen frases manuscritas como “Me caí 3 veces”, “Dios está aquí”, “Paisaje sombrío”, y la reiteración de las firmas de ambos artistas que testimonian la autoría conjunta. Asimismo, aquella producción colectiva quedó registrada por una serie de fotografías donde los artistas, sirviéndose de unas sillas y mantos, inventaban una suerte de ceremonia sagrada en la que se reverencian por delante de las obras que apoyadas sobre la pared de fondo.
Entre personas comunes, personajes célebres y su propia vida escurriéndose en la pulsión escritural que derrama sobre sus producciones, la apariencia de las últimas obras de Greco oscila entre el exceso de información visual y textual y lo que semejan intentos de acorralar en el plano toda esa verborragia existencial que lo persiguió hasta el “fin”. Así, papeles de grandes dimensiones como Cambalache (1963) y ¿Qué vachache (1963) parecen ensayos infructuosos de encausar esos derrames sobre el resto del soporte. Desparpajo en la exuberancia que todo lo cubre, como en Todo de todo (1964) y la autorrepresión del deseo en No tengo edad para amarte (1964) donde dosifica la exhibición de sus heridas como despojos rojizos que preludian las estocadas finales.
Las producciones tardías de Greco demuestran cómo al persistir en la pintura o en sus vestigios, Greco logró –con sagaz irreverencia corporal y textual– contaminar, embarrar, la especificidad del medio y punzar así todo el sistema del arte moderno para dar lugar a búsquedas que en la actualidad reconocemos como contemporáneas.
Legado de Greco. Revisar la producción pictórica de Greco, sus aspectos anticipatorios, rupturistas e innovadores, brinda la posibilidad de reparar en las proyecciones de sus modos de hacer en el arte argentino reciente. Lo mismo merecería ser analizado respecto de la literatura argentina contemporánea, tema que excede este artículo. No obstante, en este punto cabe pensar a Greco como un neobarroco prematuro, o mejor aun como un “neobarroso” pionero de la deriva definida por Néstor Perlongher del neobarroco al neobarroso rioplatense. Aspecto que contribuiría a bosquejar genealogías más extensas que pongan en contacto, por ejemplo, la intensidad modélica de la actuación de Greco con el frenesí de una artista como Liliana Maresca. A la distancia ambos ofrecieron sus cuerpos, sus nombres dentro y fuera de los ámbitos reservados para el arte; ambos se transformaron en monjas fotografiadas en éxtasis; ambos supieron congregar artistas de diversas procedencias para los proyectos más ambiciosos y delirantes; ambos perturbaban el buen gusto exhibiendo la cochambre producida por la sociedad.
Sin duda, Greco abrió el sendero para una pintura performáticaque proliferó en los años ochenta. Si bien el arte producido por entonces ha sido leído desde los legados del grupo de la Nueva Figuración o de Antonio Berni, sería un acto de justicia (poética) “señalar” en clave “grequesca” algunas producciones de la joven generación que protagonizó los años de la transición democrática luego de la última dictadura argentina. Fueron momentos donde la represión y la muerte cedían paso a la libertad, al menos en forma relativa, y la consumación del deseo fue una forma extrema de ejercer esa libertad.
* Dra. en Historia del Arte (UBA), docente (UBA y UNSAM) y Directora Nacional de Gestión Patrimonial de la Secretaría de Patrimonio Cultural del Ministerio de Cultura de la Nación. Fragmento del artículo incluido en el libro catálogo de la muestra Alberto Greco, ¡Qué grande sos!, con curaduría de Marcelo Pacheco, María Amalia García y Javier Villa y museografía de Daniela Thomas e Iván Rösler En el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, San Juan 350, hasta febrero de 2022. Reserva de entradas en museomoderno.org