Convertida en los últimos años en un virtual mano a mano entre los equipos argentinos y brasileños, desde esta semana, con el comienzo de la fase de grupos, la Copa Libertadores volverá a ocupar el centro de la escena del fútbol sudamericano. Y se convertirá para Boca y River otra vez en la medida de todas sus cosas. Además de los dos gigantes, participarán Racing, Vélez, Argentinos Juniors y Defensa y Justicia. Pero ninguno de ellos hará de la Copa su obsesión mayor. Tratarán de clasificarse a octavos y luego, irán viendo para que están, desde luego que con la intención de llegar lo más lejos posible. Boca y River, acaso como ningún otro conjunto del continente, sólo apuestan a ganarla. Menos que eso, será considerado una frustración.
En todo caso, River parece tener espaldas más anchas y menos urgencias para encarar su periplo por las canchas de Sudamérica. Campeón, subcampeón y semifinalista de las últimas tres ediciones, exhibe una estirpe copera que acaso no aparece tanto en las competencias locales. Mirado en perspectiva, el equipo de Marcelo Gallardo ha llegado más alto que ninguno en todo este tiempo y más allá de los resultados circunstanciales, ha sido el mejor de los últimos tres años. Desde este jueves, cuando enfrente a Fluminense en Río de Janeiro, intentará revalidar ese título. Con la idea de reverdecer aquellas grandes glorias que ya logró en 1986, 1996, 2015 y 2018.
Boca, en cambio, está ahogado por el deseo. Ganó su última Copa en 2007, bajo la dirección técnica de su actual entrenador Miguel Angel Russo y la genialidad de Juan Román Riquelme dentro del campo de juego. Y desde entonces, se ha quedado en blanco. Todavia no ha terminado de digerir la derrota ante River en la finalísima de Madrid en 2018, y haber sido eliminado en semifinales por el propio River de Gallardo en 2019 y por Santos en la edición 2020/21 no hizo más que agigantar la obsesión. Para Boca, los títulos locales (ganó cuatro de los últimos cinco) tienen el tamaño de una alegría momentánea. Lo que verdaderamente vale para sus jugadores, sus dirigentes y para sus millones de hinchas es la Libertadores. Lo demás casi es lo de menos.
A esta altura, cuando la pelota no ha entrado aún en movimiento, resulta imposible hacer vaticinios. Mucho más cuando la mancha de la pandemia se extiende por todo el continente y es posible que muchos planteles queden condicionados por una hipotética explosión de contagios. Además, luego de la intensa fase de grupos que se resolverá en apenas seis semanas, habrá un mes de receso por la disputa de la Copa América en la Argentina y en Colombia, durante el cual es posible que los planteles se refuercen convenientemente de cara a los octavos de final que darán comienzo el 14 de julio.
Raúl Cascini, miembro del Consejo de Fútbol boquense, dijo la semana pasada que con el actual plantel, a Boca no le alcanza para ganar la Copa y harán incorporaciones de peso. River también prevé enriquecer su plantel. La apuesta económica y deportiva vuelve a ser excluyente. La meta es ser campeón o nada. Sólo en la Bombonera y en el Monumental se piensa así.