“Dicen que si a una rana se la mete en una bañera de agua hirviendo, la rana intentará saltar para no morir. Pero, si se la mete en una bañera de agua fría y, con dosis calculada, se va aumentando la temperatura, la rana morirá sin siquiera darse cuenta”. Con esa metáfora brutal, la dramaturga y directora Marina Wainer sintetiza el sentido de su última obra El virus de la violencia, que pone el foco sobre la profundización de la violencia de género en el marco de la pandemia.
Datos recientes de La Casa del Encuentro informan que hubo un total de 279 femicidios de mujeres y niñas desde que comenzó el aislamiento, y de esa estadística abrumadora parte el argumento de la pieza interpretada por Romina Pinto e Iván Steinhardt quienes encarnan a una pareja de recién casados que queda varada en el hotel donde se alojan para celebrar su luna de miel. En ese marco, los efectos de la pandemia avanzan a la par del maltrato en un in crescendo tan cruel como realista.
“Me interesaba contar que esto pasa también en una familia de clase media para desestigmatizar la creencia de que sólo ocurre en las clases bajas”, señala Wainer acerca de la obra que ofrece funciones por streaming los sábados a las 20.30 (publico.alternativateatral.com/entradas74236-el-virus-de-la-violencia?o=14) mientras espera volver a la funciones presenciales en el Patio de Actores (Lerma 568).
Los micromachismos cotidianos, esa parte del iceberg que no se ve pero que explica la violencia que escala hasta límites irreparables, son el eje de la puesta, según explica su autora. “Quería que se viera cómo se produce lo que es conocido como luz de gas, esa violencia silenciosa que no tiene pruebas, que no se ve, que parece que no es tan grave y que por eso se justifica”, cuenta la directora en diálogo con Página/12, desde España, país donde reside.
La directora fue quien contactó a Romina Pinto e Iván Steinhardt a quienes ya había dirigido en la obra De Tiburones y otras Rémoras, de Sergio Villanueva, en 2017, el mismo año en el que la pareja de artistas formó la compañía de teatro independiente El Vacío Fértil. En aquella puesta el objetivo estaba puesto en denunciar los efectos de la especulación financiera, y dos años más tarde presentaron, con gira europea incluida, El Mal de la Piedra, de Blanca Doménech (2019), con el horror del fascismo como disparador.
Y siguiendo ese espíritu de “colocar la lupa sobre lo cotidiano”, El Vacío Fértil decidió que la urgencia ahora estaba puesta en alertar sobre el recrudecimiento de la reacción machista. “Cuando armamos la compañía empezamos a sentir que desde el teatro como herramienta de visibilización podíamos hacer algo más que obras, y nos dimos cuenta de que era importante y transcendental poder contactarnos con instituciones vinculadas a las temáticas que tratamos y trabajar junto con ellas para concientizar”, cuentan los intérpretes que para este trabajo tejieron lazos con el Museo de la Mujer, el Observatorio Lucía Pérez, Mujeres de la Matria Latinoamericana (Mumalá) y La Casa del Encuentro. “Esta ficción va al hueso. No hay eufemismos. Y hoy desde nuestro lugar necesitamos hablar de esto de manera contundente”.
-¿Cómo surgió la idea de escribir esta obra?
Marina Wainer: - Yo estaba en Canarias cuando se declaró la pandemia y, si bien este tema siempre me interpeló, me impresionó mucho lo que estaba pasando porque en España, sobre todo en los lugares donde tiene poder la derecha como Vox, se desviaban los pocos recursos que se destinaban a instituciones que brindan asistencia a las mujeres que sufren violencia, y mientras eso ocurría aumentaban los casos porque las víctimas se encerraban junto con su maltratador. Entonces ahí empecé a escribir la obra, porque sentí la necesidad de compartir lo que me pasaba con esto.
-Hay teatristas que se resisten a llevar la temática de la pandemia a la escena. Y en este caso la actualidad ocupa un lugar importante en la historia. ¿Por qué tomaron esta decisión?
Iván Steinhardt: - Cuando la inquietud artística surge hay que atenderla. En julio los femicidios habían sumado 102 casos desde el comienzo de la cuarentena, y sentimos que era nuestro deber hablar de eso. No estoy de acuerdo con quienes sostienen que el teatro no tiene que hablar de la pandemia, porque creo que el teatro tiene que hablar de lo que pasa en el tiempo que le toca hablar. ¿Cuánto tardó Picasso en pintar el Guernica? Eso fue algo inmediato.
Romina Pinto: - Es un tema urgente. Y en los pasajes de la obra donde se alude a este contexto, como cuando mi personaje se desinfecta las manos, el público se ríe, entonces pienso que esto puede ser también una forma de descargar tensiones. El teatro siempre refleja problemáticas, sin importar el tiempo en el que ocurren. Y esto es lo que nos está pasando, entonces tenemos que contarlo.
M.W.: - En mi caso, me interesaba mostrar cómo el espacio físico pasó a ser, en el marco del confinamiento, otro antagonista para la mujer, además del hombre. Porque el aislamiento se convirtió en el mejor aliado del maltratador y a la vez en una trampa mortal para muchas mujeres. Por otro lado, todo lo que provocó este contexto, como la falta de trabajo o el hecho de convivir tanto tiempo en casas pequeñas, hizo que se destrabaran un montón de conductas que terminan en violencia. Por eso no podía esquivar la pandemia.
-¿Qué les provoca como intérpretes poner el cuerpo para esta historia?
R.P.: - Somos pareja en la vida real, y cuando empezamos a ensayar vimos que nos ocurrían muchas de las cosas que viven estos personajes, como la convivencia en un contexto pandémico y los roces cotidianos. Fue difícil y hablamos mucho con Iván y definimos que teníamos que cuidarnos mucho como actores porque estábamos entrando en una temática complicada y teníamos que poder estar muy sanos para abordar eso.
I.S.: - Todos los personajes nos espejan, pero en esta obra en particular lo que sucede es tan real que tenés que ir a buscar dónde está tu gen machista, y por eso para poder encarar la interpretación era necesario tener compromiso y honestidad intelectual. Y en esa búsqueda yo me vi reflejado en esa naturalización de lo cotidiano. El machismo no es algo de la última década o del último siglo, y para poder terminar con eso hay que ser honestos, porque sería muy fácil alejarse y pensar que esto sólo le pasa a otros. Estamos hablando de violencia de género y no vivimos aislados de esa realidad.
- ¿Qué aporta el teatro frente a esta tarea de reflexión?
M.W.: - Es una responsabilidad teatral hablar de estas cosas. Pero no con la idea de hacer didactismo, sino con el cometido que tiene el teatro que es ser un reflejo de lo que nos pasa e interpelar. En esta puesta la violencia está representada con crudeza pero no quería hacer de eso un espectáculo ni ser efectista porque eso es peligroso. Y sé que es incómodo mostrar esto, pero el teatro tiene que incomodar y provocar emociones de todo tipo.