Uruguay, Italia y los Estados Unidos dijeron presente en la Competencia Internacional durante la tercera y cuarta jornadas del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente, que deja atrás el primero de sus dos fines de semana, los días de mayor concentración de cinéfilos y curiosos en las diversas sedes desperdigadas por la ciudad. 95 and 6 to Go es el título del segundo largometraje de la estadounidense Kimi Takesue, quien a pesar de haber nacido en Denver lleva un apellido ostensiblemente japonés. Ella es segunda generación de descendientes nipones en ese país, y el film es, precisamente, un asunto de familia, ya que el protagonista excluyente es su propio abuelo, un viudo de más de noventa años que vive en Hawái rodeado de recortes y recuerdos. Lúcido y físicamente activo a pesar de su avanzada edad, la cámara de la realizadora lo encuentra ajetreado en tareas domésticas. Sin embargo, el hombre destina un tiempo a leer el guion para una película de ficción escrito por su nieta. No sólo eso, sino que además se revela como un inteligente lector, capaz de realizar una devolución interesante e, incluso, de proponer posibles temas musicales para la banda de sonido.
En ese ida y vuelta entre nieta y abuelo, entre documentalista y sujeto, 95 and 6 to Go (título tomado de un diálogo del film) va desenredando el ovillo que recorre toda una vida: crecer en un país con costumbres diferentes a las de la tierra natal, el descubrimiento de una posible vida en conjunto con una mujer, los duros años de la Segunda Guerra para cualquier japonés-americano, el placer del baile, el dolor de la pérdida personal en el momento más inesperado. Otra sería la película si el protagonista no fuera dueño de una enorme simpatía o tuviera menos cosas interesantes para relatar, pero lo cierto es que Takesue encuentra en la sala de montaje una historia absolutamente personal e íntima que, a partir de sus destellos de humanidad, encuentra una resonancia universal.
Desde Uruguay, y poco antes de su estreno comercial, anunciado para el mes de junio, visitó las pantallas del complejo de salas recoletas la nueva película de Daniel Hendler como realizador, que nuevamente –como en la anterior Norberto apenas tarde– no se reservó ningún papel delante de las cámaras. Existen otras diferencias con su debut: El candidato no es una comedia tristona, a pesar de contar con un reparto rioplatense de grandes comediantes de perfil lacónico, en particular Ana Katz y Alan Sabbagh, especialistas en hacer del pathos un elemento esencial de su bagaje (tragi) cómico. Cerca de la sátira política, particularmente acertada en tiempos en los cuales los candidatos se edifican en base a estudios de mercado y asistentes de imagen, el film construye en Martín Marchand (Diego De Paula) a un típico empresario ricachón que decide abrirse del partido político del cual forma parte y construir desde cero su propia estructura y plataforma.
Para ello, instala en su casa de campo a todo el equipo de prensa y a sus colaboradores más cercanos para definir eslóganes, color representativo, diseño gráfico y demás elementos del cotillón visual. Se discutirá también qué ave podría reflejar mejor su estilo y un especialista dirigirá sus labios para hallar la mejor sonrisa. Partiendo de un asidero muy fuerte en la realidad, Hendler lleva el relato hacia el terreno del absurdo, al cual le suma varias capas de conflictos intestinos y algún que otro equívoco a la vieja usanza. Para cuando arribe al lugar su madrina política, interpretada por Verónica Llinás con varias capas de cinismo, comienza a aflorar la podredumbre, torciendo el gesto de la sonrisa hacia un rictus menos agradable, al tiempo que lo siniestro hace triunfal aparición. El candidato es divertida, sí, pero también algo perturbadora.
De la política a la religión, Liberami –que tuvo su debut en el pasado Festival de Venecia– presenta en detalle un universo que más de un espectador podría imaginar completamente extinto: el de las posesiones diabólicas y los exorcismos. Rodada en una zona de Sicilia cercana a Palermo, el documental de Federica Di Giacomo resulta fascinante no sólo por su temática sino por la forma en la cual encara el material. Como si fuera una discípula de Wiseman, la realizadora observa sin comentar (al menos no explícitamente, porque el montaje siempre comenta en silencio) los preparativos y puesta a punto de la expulsión de los demonios. El Padre Cataldo es uno de los sacerdotes de la región que debe lidiar día a día con hombres y mujeres de todas las edades que atraviesan la terrible instancia de compartir cuerpo y alma con el mismísimo Lucifer. Ante la mención del exorcista del nombre de Jesús o María, la aplicación de agua bendita o la imposición de manos, los posesos comienzan a gritar y a retorcerse en el suelo, imitando a veces a algún animal y profiriendo blasfemias, aunque sin girar la cabeza 180 grados ni levitar sobre las bancas de la iglesia.
En lugar de intentar dejar en claro de manera fehaciente si la condición es real, imaginaria o impostada –lo cual hubiera resultado pobre y poco interesante–, Liberami detalla usos, costumbres y creencias de manera directa y transparente, sin mofarse de los actores del drama ni pretender iluminar sociológicamente los aspectos más polémicos de la relación entre la Iglesia y esos devotos que sufren de alguna clase de problema psicológico de mayor o menor intensidad. Claro está que los exorcismos telefónicos pueden hacer sonreír incluso a los menos escépticos de los espectadores. Las últimas escenas, filmadas durante una convención de exorcistas en Roma, terminan de argumentar silenciosamente acerca de una práctica que, según detalla una serie de placas hacia el final, no ha hecho más que aumentar vigorosamente durante los últimos años. Los caminos de la superstición y el pensamiento mágico son definitivamente misteriosos.
* El candidato se exhibe mañana a las 20.30 en el cine Gaumont.
* 95 and 6 to Go se exhibe mañana a las 23 en Artemultiplex Belgrano 3.
* Liberami se exhibe mañana a las 18.15 en Village Caballito 7.