Desde París
Adentro o afuera, entre nosotros o con Europa y el mundo, contra el prójimo o junto a nuestros semejantes como aliados, Frexit o construcción común: Francia tiene dos semanas para decidir por cuál de esos caminos opuestos opta. Emmanuel Macron, el inventor del “extremo centro”, y Marine Le Pen, la mujer que llevó a la ultraderecha a la tintorería de las apariencias para sacarle todas sus manchas, encarnan cada uno las líneas políticas que estuvieron vigentes en Gran Bretaña a través del voto a favor del Brexit o en los Estados Unidos con la presidencia de Donald Trump.
La presidencial francesa encierra esas dos problemáticas, más la nacional. En Francia se rencarnó el antagonismo globalizado: las elites contra el pueblo, la soberanía contra el mundo, lo local contra la globalización, las concentraciones urbanas conectadas contra el campo, la intervención del Estado o más liberalización, los seres humanos capacitados contra quienes tienen pocos estudios, los jóvenes contra viejos. No puede haber una elección con una oposición más frontal como la que se diseña desde ahora en la segunda vuelta del siete de mayo. Marine Le Pen anhela terminar con el euro, cerrar las fronteras y salir de Europa. Macron, al contrario, es el candidato del flujo abierto y de más desregulación liberal. Paradójicamente, dentro de Francia, la ultraderecha es víctima de esa oposición entre lo local y lo global. En las elecciones locales, municipales y regionales, se eleva como el partido más votado. No obstante, cuando le llega el turno a las presidenciales, no alcanza un voto global que lo eleve por encima del 50%. La segunda vuelta se juega en un escenario nacional pero tiene una lectura universal en momentos en que el rumbo parecía dirigirse hacia los populismos conservadores de baja calaña. El liberalismo parlamentario encontró en Emmanuel Macron una figura capaz de derrotar a los herederos del Brexit y de Donald Trump. Un ex banquero y ministro decididamente europeísta, con la biblia de lo global en una mano y el manual liberal en la otra, respaldado a partir de ahora por el establishment, se prepara para enfrentar a la abanderada más reciente del populismo ultraconservador.
Macron y Le Pen cuentan como árbitros con una derecha débil y una izquierda igualmente floja. A pesar de que la izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon salió con una posición reforzada (19,5%), si se suman los votos de la corriente progresista da pena: Mélenchon, más el PS (6,5%), más las listas trotskistas acumulan un modesto 27,28%, casi lo que el PS solía conseguir solo en una elección presidencial. Emmanuel Macron barrió en todos los sectores y se llevó con él a los electores de cada opción. Las proyecciones de cara al siete de mayo no le dejan a Marine Le Pen entrever una victoria: derecha, centro, parte de la izquierda real y los socialdemócratas ya están conformando un muro republicano contra el Frente Nacional. La herida, con todo, está abierta: la extrema derecha es una fuerza política que progresa y se incrusta. A ello se le agrega una incógnita que se desprende de la naturaleza del movimiento En Marche! y de su jefe: Emmanuel Macron carece de partido y si en mayo es electo presidente la gobernabilidad de Francia dependerá de la configuración que arrojen las elecciones legislativas del mes de junio. ¿Con quien fomentará una mayoría parlamentaria para gobernar? La respuesta es, hoy, un arcano total. Marine Le Pen encararía una disyuntiva semejante: sólo cuenta con dos diputados y la mecánica de las dos votos en fechas separadas y el modo del escrutinio le allanan casi todas las posibilidades. Su única alternativa para conseguir una amplia mayoría presidencial consistiría en lavar todavía más sus propuestas, mejorar el perfil europeo, ser menos la candidata del “cierre” y, además, seducir a los fracciones más duras de quienes votaron al conservador François Fillon.
Lo que sí ha quedado claro es que han triunfado las retóricas de moda contra el sistema. Los dos candidatos de la final hicieron uso y abuso de su postura contra el sistema. Marine Le Pen era toda una contradicción porque es una de las hijas predilectas del sistema. Macron, en cambio, es más subterráneo. Ajeno a los primeros planos políticos, sin combates electorales como referencia, ex banquero, consejero secreto y recién en 2014 ministro de Economía, su trayectoria es un curso aplicado de cómo lo atípico, lo fuera del modelo referencial, puede ser una carta de éxito. Era, a su manera, un hombre del sistema que pasó desapercibido. Resulta casi una broma pensar que, con Emmanuel Macron, la “insurgencia” saltó desde el centro y no desde la izquierda, que era su territorio natural. Si se lo observa, Macron se parece más a un Golden boy que a un candidato presidencial. En Francia, los jóvenes suelen tener poco lugar y la construcción de una carrera presidencial “requiere 30 años” (François Baroin, hombre político-joven-de la derecha). Macron la trazó en apenas uno y ya está en condiciones de llevar a la práctica su promesa inaugural, repetida luego con infinitas variaciones: cambiar “el sistema político que ha paralizado Francia en los últimos 30 años”. Sus palabras han sido a la vez de ruptura y de amparo. Muchas veces dijo que lo esencial consistía en “la protección, la transformación y la construcción del país”. Un padre muy joven que le habla a un abuelo temeroso. Marine Le Pen, en cambio, sólo se dirigió a ese abuelo con un discurso poblado de enemigos, de amenazas y extranjeros tóxicos.
La anomalía Macron y la otra extrema anomalía democrática que es la ultraderecha dirimirán en Francia un antagonismo de alcance mundial. El imparable liberalismo ha sabido derrotar a quien se le ponga enfrente. Marine Le Pen es su renovado adversario. La señora Le Pen, autoproclamada “candidata del pueblo”, prometió liberarlo de “la globalización rampante”. Desde su punto de vista, parece todo lo contrario. Si el adversario de Emmanuel Macron hubiese sido otro, la victoria del centrista liberal pro europeo no estaba garantizada. La presencia de Marine Le Pen es un candado para la continuidad imperturbable del modelo “moderno”: joven, suelto, próspero, urbano, escasamente igualitario, conectado, ni de izquierda ni de derecha, ni social ni anti social, amigo de las libertades, sobro todo de la empresarial.