Desde niño, Denis Pratt era un cinéfilo pertinaz, fascinado por las totémicas estrellas europeas que proyectaban las pantallas de los cines de los suburbios de Londres. Su densidad marica fue gestándose a través de su encanto pasional por películas de las primeras décadas del siglo XX. Lo dijo con claridad en su autobiografía The Naked Civil Servant, publicada en 1968: “Yo era devoto de la Mujer Divinidad. En mi vida cambió de nombre tres veces, se llamó primero Brigitte Helm, luego Greta Garbo y finalmente Marlene Dietrich. Pensé mucho en ella, usé su ropa, dije sus diálogos de esfinge y goberné su reino.” Desde la década del 30, con sus labios de carmín haciendo juego con su tintura pelirroja y sus uñas esmaltadas, Denis Pratt pasó a llamarse públicamente Quentin Crisp, bautismo de su renacimiento de marica montada que sobrevivió a las golpizas en las calles de Londres, donde se paseaba entre sombras ejerciendo la prostitución en épocas donde Inglaterra aún criminalizaba la homosexualidad masculina.
Con su dandismo insolente, Crisp fue finalmente coronado doblemente en 1993, seis años antes de su muerte, como lo había soñado siempre. Primero Sally Potter lo convocó para interpretar a la reina Isabel en la película Orlando: su personaje travesti tenía un nivel de grandeza que fue una suerte de cima del barroquismo marica en el cine. Ese mismo año, la televisión británica convocó a Crisp, por la genial realeza de su papel, a dar un mensaje navideño alternativo a los saludos tradicionales de la Reina de Inglaterra de cada fin de año. Emitido el 25 de diciembre, día de su cumpleaños 85, en ese programa era presentado como “Quentin Crisp, la Reina”. La popularidad de ese primer especial navideño alternativo hizo que la TV británica inaugurara una tradición, encargando a distintas figuras un mesaje cada fin de año. Filmado en New York, donde Crisp vivió las últimas décadas de su vida, el mensaje hablaba de que todo el mundo en Mahanttan parecía ser agradable, mientras que en las calles de Londres nunca se sintió seguro. Esa fue la segunda vez que Crisp hizo historia en la televisión enfrentando la homofobia: en 1975 presentó la película El funcionario desnudo, adaptación de su autobiografía donde narra cómo construyó su teatralidad pública a pesar de padecer la violencia callejera en Inglaterra, una obra que lo ubicó como el verdadero pionero del glam rock londinense.
SANTO REMEDIO
“La vida es una enfermedad para la cual las películas son la cura”, dijo Quentin Crisp. Y al aceptar que filmen una película para televisión basada en su autobiografía estaba tratando de fabricar su propia medicina. Con una taza de té, el propio Crisp oficia de presentador y adelanta que “las películas son fantasías, son ilusiones mágicas”, porque más allá de que está basada en su propia vida, la realidad siempre se desvanece en las pantallas. Un primer acierto de la película, y tal vez su encantadora revolución, es su artificialidad marica, su estilo retro, con intertítulos al estilo del cine mudo, un poco yendo al germen de la fascinación cinéfila de Crisp, con citas a Rodolfo Valentino. Huyendo del realismo inglés, aceptando la fantasía como un mundo que se puede habitar, una vida de ficción. Por eso él acepta que un actor lo encarne en El funcionario desnudo: “Pasé 66 años en esta tierra tratando penosamente de interpretar el papel de Quentin Crisp sin éxito. Por supuesto deberían usar un actor para interpretarme, él lo hará mejor de lo que yo lo he hecho.”
La elección de casting fue John Hurt, y parece dictada por el destino. Porque una parte sustancial del relato es el trabajo de posar desnudo como modelo vivo para escuelas de arte, que fue la principal ocupación de Crisp en Londres, y que da título a su autobiografía. Su cuerpo desnudo fue objeto de la mirada de estudiantes durante años, y cuando John Hurt fue elegido para interpretarlo, recordó que Crisp había posado desnudo para él en una clase de pintura en la escuela de arte donde estudió. Tal vez por haberlo conocido, la interpretación de Hurt es mimética y sublime, con una mariconería muy personal, en un papel que lo volvería célebre y por el cual ganaría el primer premio de su carrera, entregado por la Academia Británica de Cine y Televisión. Incluso, Hurt volvería a interpretar a Crisp en la película Un inglés en New York (2009), otro relato biográfico de sus días en Estados Unidos.
CRISP APTO PARA TODO PÚBLICO
Con su pelo como antena queer, teñido y peinado a lo Marlene Dietrich, Hurt interpreta una elegancia cinematográfica retro, dándole cuerpo a un estilo británico de la apropiación del glam. Tanto en los yiros por las calles de Londres como en sus poses estatuarias como modelo vivo, Hurt entrega su cuerpo prácticamente desnudo con torsiones que son todo teatralidad, floritura, quebrando cualquier vestigio de anquilosamiento genérico o de naturalidad. En el colmo camp de la herejía, con sus brazos en cruz, posa como un Cristo maricón, mezcla extraña de martirio homoerótico de estampita católica y de tableau vivant de cabaret drag. “El exhibicionismo es la droga en la que estoy enganchado”, dice en la película y hay toda una impronta performática de exhibirse, incluso en la intimidad, que es única en una película para TV de mediados de los 70. Caminando por las calles con jóvenes que visten a la moda del glam rock de T-Rex, David Bowie y Elton John, Crisp dice en el epílogo de la película: “Los símbolos que adopté 40 años atrás para expresar mi tipo sexual se han convertido en el uniforme de toda la gente joven”. Pero su revolución no fue solo indumentaria, como transgresión pública de género, fue mucho más radical.
Su exhibicionismo es una de las principales fuerzas críticas de Crisp, una dimensión disruptiva que no se dejó domesticar por el concepto reduccionista de visibilidad que la cultura gay movilizaría en años posteriores. En una escena, Crisp se enfrenta a la policía moral londinense, teniendo encuentros sexuales en su casa con la ventana abierta, en el colmo de su política exhibicionista. Nada entre cuatro paredes, todo en público. Su postura queer, de crítica a las moral burguesa, alcanza incluso a la institución del matrimonio. “El casamiento es para quienes dejan de luchar”, le dice Crisp a su amiga en la película, una idea que podría haber sido dicha por la anarcofeminista Emma Goldman. Y, acto seguido, hay una fiesta que celebra el divorcio, como afrenta a toda la moral matrimonial. Otra secuencia, que reconstruye el juicio que tuvo por su deambular callejero marica, parece resumir toda la subversión del dandismo y la condena a Oscar Wilde de la moral victoriana. La crítica que en las décadas siguientes Quentin Crisp haría sobre las posiciones reaccionarias de la cultura gay en Estados Unidos está ya desarrollada en El funcionario desnudo, que aún conserva la misma potencia de hace cuarenta y cinco años. Una obra maestra del glam exhibicionista.
El funcionario desnudo se verá online y gratis el domingo 25, a las 20, en el canal de youtube del BAZOFI, con auspicio de Asterisco.