Cuando en 2018, Joye Hummel recibió el llamado de un organizador de Comic-Con San Diego (una de las convenciones del universo historieta más grande del mundo), la mujer de 94 pirulos casi le corta el teléfono, creyendo que le estaban haciendo el cuento del tío. Ninguna estafa en puerta, sí un reconocimiento tardío: tubazo mediante, quedaba Hummel notificada de que recibiría el prestigioso Bill Finger Award, que honra la excelencia en la escritura de tebeos. No cualesquiera, en su caso: entre 1944 y 1947, Joye escribió más de 70 cómics de Wonder Woman, ayudando a dar forma al querido personaje que William Moulton Marston había creado tres años antes. Su contribución, sin embargo, permaneció en las sombras durante prácticamente siete décadas, tan invisible como el mismísimo jet de la intrépida Mujer Maravilla. Al menos, fue valorada en vida: Joye Hummel murió los pasados días con 97 años.
En la etapa iniciática de Wonder Woman, todos los números llevaban la firma de “Charles Moulton”, nom de plume del mentado Marston, independientemente de quien fuera responsable del argumento. Solo mucho más tarde, en futuras antologías de DC Cómics, recibirían crédito ghostwriters como la propia Hummel, cuyas tramas de Wonder Woman tenían “un toque fantástico, de cuento de hadas, con preciosas sirenas y doncellas aladas como personajes secundarios”, conforme recapitula Los Angeles Times en una nota reciente. Su primera historieta para la saga sirve de indicio: se llamó The Winged Maidens of Venus, y debutó con aproximadamente 10 millones de lectores.
Cuestión que, revisando esos tomos recopilatorios, la historiadora Jill Lepore descubrió hace unos pocos años la importante contribución de Joye a las aventuras de la Mujer Maravilla durante su Era de Oro, donde esta inoxidable superheroína de raíces mitológicas privilegiaba el diálogo y la compasión antes que la fuerza bruta, luchando inagotablemente por, obvio es decirlo, la justicia. Justicia por el sobreprecio de productos de primera necesidad; por el salario de obreras textiles, o de vendedoras con magros salarios; tópicos presentes en los cómics. En su afán por contar con pelos y señales los orígenes de la princesa amazona, Lepore recuperó la ignota figura de Joye Hummel en su libro de 2014, el muy celebrado The Secret History of Wonder Woman. Y así fue cómo la primera mujer en ser fichada para escribir los guiones de la Mujer Maravilla comenzó a ser públicamente reconocida. A punto tal que, en su visita a Comic-Con, fue recibida con una cálida ovación del público presente en el que, a su decir, “fue el mejor fin de semana de mi vida”.
Cabe mencionar que, en su libro, Lepore se centra en la bio del papá del personaje, don Marston, convencido feminista al que le interesaba la emancipación económica y sexual de la mujer. Psicólogo y bígamo practicante, era ávido aficionado al bondage (lo que explica que la Mujer Maravilla solo pierda sus superpoderes al ser atada) e inventó la máquina de detectar mentiras (el lazo de la verdad de la heroína obliga a no pronunciar mentira alguna); un hombre con muchas aristas, en resumidas cuentas.
Hija de padres almaceneros, Hummel conoció a Marston a los 19 años, mientras estudiaba para secretaria en Nueva York. Él, profesor de su clase de psicología, quedó tan impresionado con su pluma vía exámenes que no dudó en contratarla como asistente. Llevarle la agenda, mecanografiar los guiones y ayudarlo con la jerga juvenil eran algunas de las tareas de la muchacha, que pronto demostró que daba para más. Y así fue como empezaron a laburar en tándem, hasta que la salud de Marston se fue deteriorando (enfermó de polio) y le fue delegando a Hummel tramas completitas.
“William no estaba haciendo un simple cómic de aventuras: quería que todas las mujeres que leyeran el tebeo se sintieran inspiradas, salieran al mundo con bríos, estudiasen, trabajasen, cumplieran sus deseos”, compartiría añares después Joye. También contó cuál fue el regalo que le hicieron las esposas del jefe ni bien las conoció: Elizabeth Holloway y Olive Byrne (que continuaron viviendo juntas tras la muerte del historietista, dicho sea de paso) le entregaron un ensayo de la feminista Margaret Sanger, que abogaba por la maternidad libre y la legalización de la anticoncepción. Para que le sirviera de inspiración, le dijeron.
Al momento de escribir, Joye tenía en cuenta ciertas limitaciones: “No se podían mostrar cadáveres ni cómo alguien clavaba un cuchillo, entre otras cosas”. Pero lejos de pesarle, le sentó de mil maravillas, dado su férreo convencimiento de que “se puede despertar emoción sin glorificar el mal y la violencia”. De hecho, a Hummel le sacaba canas verdes la excesiva crueldad a la que se recurriría más tarde, pos muerte de Marston, en las historietas. Para Joye, la Mujer Maravilla era un emblema de mujer libre, valiente, humanista (algo que también cree Gloria Steinem, que la declaró símbolo de la lucha por los derechos de las mujeres, cabe recordar).
Cuando muere William en el ’47, Joye Hummel -recién casada con un viudo- decide abandonar la industria cómic para concentrarse en su familia. Años más tarde, vuelve a trabajar de secretaria mientras estudia para convertirse en agente de bolsa, oficio al que pocas mujeres se dedicaban por esos días. Sacó el título de broker, ejerció y así costeó la universidad de todos sus párvulos. “Un logro digno de una mujer maravilla”, en las recientes palabras de uno de sus hijos.