Déjalo ir 7 Puntos
Let Him Go, EE.UU., 2020.
Dirección y guion: Thomas Bezucha.
Duración: 113 minutos.
Intérpretes: Kevin Costner, Diane Lane, Lesley Manville, Kayli Carter, Jeffrey Donovan
Estreno en Flow.
Con Clint Eastwood parecería que desmontado para siempre del caballo, Kevin Costner queda como último jinete del western clásico. El realizador y protagonista de Danza con lobos, que debutó como actor en Silverado y fue más tarde Wyatt Earp, inicia en meses más la cuarta temporada de la muy elogiada serie Yellowstone, y protagoniza ahora Déjalo ir, que en Argentina pone online la plataforma Flow. Si se toma en cuenta la época en que transcurre (mediados del siglo XX), podría decirse que esta película no es un western en sentido estricto (se supone que, al menos en su versión clásica, ese género tiene lugar en el XIX). En términos de ética, estética y motivos temáticos sí lo es. Melodrama familiar en clave de western, si se quiere ser más detallista.
Una desgracia que tiene lugar al comienzo de Déjalo ir hace que Lorna (Kayli Carter), nuera de George (Costner) y Margaret Blackledge (Diane Lane), contraiga matrimonio en segundas nupcias, un par de años más tarde, con un tal Donnie Weboy, que a ellos no les cae del todo bien. Poco después Margaret verificará por qué: le pega a su nieto, y también a la mamá de éste. A partir de ese momento George y Margaret se pondrán en camino, al rescate de su nieto. Atravesarán varios estados hasta dar con los Weboy, descubriendo que el malhadado golpeador tiene a quién salir. Clan familiar cerrado sobre sí mismo, los Weboy no sólo son gente poco dispuesta al diálogo, sino que además los superan en número. Aunque George, que se jubiló como sheriff, lleva la reglamentaria en la valija.
Basada en una novela de Larry Watson, Déjalo ir tal vez transcurra a fines de los 50 porque las virtudes que sustenta --nobleza y sensibilidad de la pareja protagónica, familia nuclear sin conflictos a la vista, valores permanentes-- son difíciles de sostener en la contemporaneidad. Pero tampoco está ubicada en el siglo XIX: aquí las mujeres (dos de ellas al menos: Margaret y su contracara monstruosa, mamá Weboy) llevan la rienda de las acciones. Margaret lleva incluso otras riendas: de joven supo ser una jineta consumada. La reacción frente a la violencia doméstica sí es propia de la contemporaneidad: en los westerns clásicos podían volar cachetazos del hombre a una mujer sin que nadie estornudara. Ya que de equinos se trata, podría decirse que la película dirigida por el salteado Thomas Bezucha (cuatro títulos en dos décadas; ninguno de los anteriores particularmente destacado) se monta sobre tres caballos: valores del siglo XIX + transición del siglo XX + feminismo contemporáneo. Y logra que el resultado esté lejos de ser un híbrido frankensteiniano.
Con guion del propio Bezucha, la relación con el género es igualmente criteriosa: la película, llena de ecos, no es meramente derivativa, se sostiene por sí misma. Los ecos que más resuenan son los de Más corazón que odio (el viaje en rescate de una cautiva/cautivo), Pasión de los fuertes (la oposición entre los héroes, que plantean un diálogo civilizado, y los villanos, que se gobiernan de modo “salvaje”), la propia Danza con lobos (la amistad entre blancos y un indio) y Los imperdonables (la reluctancia del viejo hombre de armas en volver a usarlas).
Si en Pasión de los fuertes el viejo Clanton imponía su ley a latigazos, incluso sobre sus propios hijos, Blanche Weboy lo hace hacha en mano. La presentación de este verdadero monstruo es un gran momento de puesta en escena: George y Margaret son llevados ante ella y se encuentran con su rostro oculto por una lámpara colgante. Cuando asoma dan ganas de salir corriendo. Se trata de un personaje “más grande que la vida”, algo a lo que la narrativa contemporánea se atreve cada vez menos, y la actriz británica Lesley Manville, una de las favoritas de Mike Leigh, brinda la que posiblemente sea la actuación de su vida. Que haya sido ignorada en los Oscar de este año confirma que esos premios no valen nada.