Contradicciones, irritabilidad e incertidumbre en la política, los medios, las redes sociales, la calle, las escuelas, los hospitales, lo laboral, los hogares. No solo hay contagios y mortandad a mansalva, estamos al borde del colapso pandémico y, así como Drácula se calienta sexualmente y se exalta con el olor a sangre, a la derecha política le brilla un chorrito de baba en la comisura de los labios. Goce ante el espectáculo de la hecatombe sanitaria. Nerón tañendo la lira mientras se incendia Roma ¿Quién no recuerda al conductor televisivo festejando el aumento de la mortandad?
Enamoramiento de la muerte (ajena), antisolidaridad, insensibilidad comunitaria, empatía con la necropolítica. Cuantos más mueran bajo un gobierno popular, más chances creen tener de (en las próximas elecciones) ganar en nombre de la libertad. La libertad de los esclavos.
La falta de camas y respiradores a causa del aumento exponencial de contagios desde el fin de las vacaciones y el comienzo de la presencialidad escolar es un dato objetivo -no solo argentino sino internacional- que produjo una metamorfosis política en nuestros libertinos de cabotaje. Las palomas de la oposición se convirtieron (no ya en halcones) sino en Gregorio Samsa después de la transformación. Y mientras reptan por la viscosidad de su odio a las políticas de cuidado siembran desconcierto, algo así como la libertad del virus. Los coronavirus son individuos, por consiguiente, pueden hacer uso de su libertad de circulación por los pulmones de la población.
Los pudientes habían viajado a Punta Cana regresando con nuevos virus, y los menos pudientes a Bariloche. Festivales covid. Quienes rebajaron los presupuestos escolares (por no hablar aquí de los recortes brutales en salud y la vanagloria de no haber abierto hospitales) dejaron de proveer computadoras estudiantiles, cerraron escuelas, criticaron con saña a docentes y gremialistas, boicotearon paritarias, en lugar de abrir escuelas o mejorar las condiciones docentes llamaban al buchoneo, no pasaron los nombres de seis mil y pico de estudiantes sin conectividad (para que no las proveyera el ministerio nacional o por incompetentes, o por los dos motivos) y ahora increíblemente defienden la educación.
Antes defendían la vida intrauterina, se autoproclamaban pro-vida fetal, hoy defienden la muerte de personas propiamente dichas, a condición de que antes de ahogarse por los virus que colonizan sus sistemas respiratorios, aporten al sistema capitalista. Quienes eligen la economía (incluyendo presencialidad) a la vida se asemejan al Rufián Melancólico de Roberto Arlt. “Si mañana viniera un médico y me dijera: la Vasca se muere dentro de una semana la saque o no del prostíbulo, yo a la Vasca, que me ha dado miles de pesos en cuatro años, la dejo que trabaje los seis días y que reviente al próximo”.
La investigación científica trabajó fuerte desde el comienzo de la epidemia. Logró anticuerpos de excelencia y técnicas para aplicarlos. Pero la ciencia no puede hacerlo todo, ni siquiera donde dispone de tecnología de punta y fondos suficientes. La situación mundial en general lo está demostrando con rigor y la argentina en particular con obscenidad. ¿Dónde está la falla? En lo imprevisible del factor humano, en los recovecos oscuros e inconfesables de la política anticuidados; pesa así mismo el enfoque epistemológico desde el que se evalúan las medidas a tomar donde comandan las ciencias duras (no todas). ¿Y las humanidades?, ¿y las ciencias sociales? Siguen siendo la Cenicienta de una cultura moldeada por posiciones cientificistas, positivistas y negadoras del ingrediente existencial que influye en el control o el descontrol social en situación de crisis profunda.
¿Por qué comparando con el resto de los continentes, Europa y América lideran el ranquin de países con víctimas por millón de habitantes? La causa principal de este fracaso es de índole cultural, conjetura Julián Varsavsky, que considera que el sentido del deber de la ética confusiana ha jugado a favor de los países cuyas poblaciones manejan y aplican una idea de colectivismo solidario. No significa que no exista competencia feroz por lo economico, sino que el peso de la mirada del otro es mucho más fuerte.
Ahora bien, ¿en que ayudaría tener en claro el imaginario social de las regiones para paliar la pandemia? En tomar medidas que apunten a modificar conductas tóxicas según la idiosincrasia de los pueblos sin apoyarse únicamente en las ciencias de la salud o en el caos ideológico de especulaciones electorales. Se trata de la vida, sin la cual no hay autonomía.
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Un modelo de comprensión posible es la teoría de las estructuras disipativas de Ilya Prigogine. La primera ley de la termodinámica postula que la energía total del universo no se crea ni se destruye, se transforma. La segunda estipula que la energía, si bien se mantiene, está afectada de entropía, tiende a degradarse. Si se trasladan estos principios a la interpretación político-social del acontecimiento covid 19 se observa que el segundo principio está operando de modo incontrolable. Pero la teoría del caos de Prigogine entraña un mensaje esperanzador. Veámoslo en un proceso biológico. Existen amebas que no pueden sobrevivir individualmente sino en colonias adheridas a fuentes nutrientes. Cuando su comunidad entra en caos se dispersan y mueren. Aunque no siempre el proceso es irreversible. En situación caótica, el accionar de ciertos elementos puede hacer que las individualidades sean atraídas ente sí y formen una agregación móvil en busca de otra fuente nutricia. Cuando la encuentran forman una nueva comunidad. Otro ejemplo, si la avispa y la orquídea conectan sus diferencias “copulan” formando una máquina productiva. La unión de heterogéneos produce vida. La escritora y activista social Helen Keller, atrapada en el caos de su sordera y su ceguera, apostó al optimismo y ganó. Pues nada productivo se puede hacer sin esperanza ni confianza. Y así como desde la podredumbre de un cadáver surge vida, desde el flagelo viral y la incertidumbre sembrada por la desobediencia civil destituyente podrán surgir nuevas formas de convivencia entren quienes -en lugar de profesar el odio- profesan la solidaridad y refirman la vida.
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