Cheto cheto            6 puntos

Argentina, 2019.

Dirección y guion: Fabio Zurita.

Fotografía: Martín Frías.

Duración: 77 minutos.

Estreno en la plataforma Cont.ar

“Qué injusta es la Justicia”, se lamenta uno de los jóvenes encerrados en un instituto de menores luego de enterarse que el juzgado a cargo de su causa le bajara el pulgar a un régimen de salidas transitorias que presumía inevitable. Es un mazazo para quien ya empezaba a paladear una vida del otro lado de las rejas en el corto plazo. La situación, sin embargo, está lejos de ser novedosa. Los golpes –físicos, simbólicos, jurídicos– de las instituciones son parte de la rutina diaria del grupo de chicos protagonistas de Cheto cheto, que luego de su preestreno en Cine.ar y la TV Pública se sumará este jueves a los contenidos de la plataforma Cont.ar para su visionado gratuito desde todo el país. El documental de Fabio Zurita propone un registro de la rutina carcelaria pormenorizado y despojado de toda estilización, prefiriendo hacer hincapié en las consecuencias que los distintos talleres artísticos tienen en las cosmovisiones de los internos.

Los talleres representan mucho más que una actividad para ocupar el tiempo. Son el único espacio de libertad y creación, el momento para desprenderse de las miserias diarias y de un pasado delictivo dispuesto a perseguirlos en todos y cada uno de los sueños. Ya en la elección del título queda claro que Zurita se posiciona a la par de los menores, prescindiendo de los prejuicios carcelarios y adoptando para el relato un punto de vista en el cual, más allá de las dificultades de un entorno hostil, a lo lejos asoma la certeza de un futuro posible. O futuros, porque cada quien proyecta según los deseos personales estimulados con las actividades artísticas. Hay uno de cine en el que ellos mismos representan situaciones de violencia, pero también ensayan variantes de los mil y un reencuentros posibles con sus novias, al tiempo que en otro de escritura encuentran una hendija para huir hacia mundos menos inhóspitos. Las experiencias de Osvaldo Bayer –que visita el Instituto en el marco de uno de los tallares– durante su exilio contribuyen a una puesta en perspectiva íntima a la vez que comunitaria.

Con los guardias en un fuera de campo constante, a Cheto cheto le interesa menos ahondar en las causas que los llevaron tras las rejas que en el andamiaje emotivo que sostiene las distintas subjetividades coincidentes en un ámbito común, gris y hediondo. Pero los atisbos comunitarios se deshacen ante cada salida. Algo hay que hacer con los chicos cuando llegan a la mayoría de edad. A algunos les toca en suerte la incertidumbre de la libertad. A otros, un pase a la cárcel de adultos, la peor de las pesadillas posibles. “Ahí te meten un facazo; acá, en cambio, a lo sumo se arreglan las cosas a las piñas”, dice uno de ellos, delineando así el más común de los temores. Zurita sabe que no todos los desenlaces son positivos y que el camino una vez fuera puede ser espinoso, pero nunca deja de lado un tono luminoso y esperanzador. Una esperanza materializada a la vera del Río Pilcomayo de Formosa, en lo que es –puede ser– el inicio de una nueva vida.