Ante la segunda ola y el incremento explosivo de los contagios, la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI) realizó una encuesta a nivel nacional que incluyó los datos aportados por profesionales de la salud. Del estudio participaron 163 unidades de cuidados intensivos (84 públicas y 79 privadas), que representan un total de 3.332 camas. El informe arrojó una tasa de ocupación del 90% en el país y un 95% en el AMBA, con lo cual, a diferencia del escenario en 2020, la chance de un colapso sanitario se encuentra cada vez más cercana. En este marco, el dato distintivo fue el promedio de edad de los pacientes internados: 53 años.
“Cuando comenzaron a subir los casos empezamos a notar el ingreso de los pacientes más jóvenes. Inclusive lo notamos en el verano y con la situación bastante más controlada, igual nos llamaba la atención”, dice Rosa Reina, presidenta de la SATI. Luego continúa con la descripción: “Muchos de los que ingresan tienen comorbilidades pero está repartido el asunto, porque hay otros tantos que no son hipertensos, diabéticos, ni obesos y también requieren de cuidados intensivos porque desarrollan cuadros muy graves. Pese a estar sanos la pasan muy mal con la covid”. Del mismo modo, a partir del estudio pudo revelarse que el 70% de los internados requiere de un respirador y que, según proyectan, serán individuos que necesitarán tiempos en UTIs más prolongados. “Todavía no podemos asegurar que estarán por más tiempo pero creemos que así será por la severidad con la que están entrando. El ingreso masivo de enfermos no nos da tiempo a rotar las camas”, explica Reina.
La rotación de camas es el proceso mediante el cual aquellos que obtienen su alta liberan el espacio a los que ingresan. De este modo, la explicación es matemática: con tanta gente que necesita una unidad de terapia intensiva y con pacientes jóvenes que requieren de internaciones más extendidas en el tiempo, el recambio no se produce. En 2020, a medida que se conoció más acerca de la covid-19, los profesionales de la salud ganaron experiencia en el manejo del abanico de las situaciones posibles, pero esta realidad que afrontan es tan inédita como alarmante. “En 10 días explotó todo. La mayoría de las terapias se fueron del 30% de ocupación al 70% e, incluso, muchas están al 100%”, describe.
Una vez que ingresan a terapia, buena parte necesita de Asistencia Respiratoria Mecánica (ARM) o ventilación en posición prona (PP). La ARM se produce cuando el individuo está conectado a un respirador y, en efecto, realiza el proceso de respiración a partir de la asistencia de un elemento mecánico. Se coloca un tubo que desde la garganta llega al pulmón y se emplea en pacientes que no están en condiciones de respirar por su propia cuenta porque se fatigan y se agotan con velocidad. La PP se vincula con colocar al paciente boca abajo. Aunque su uso se ha extendido desde hace dos décadas, la estrategia se utilizó con mayor frecuencia durante la pandemia. “Se recurre a la posición prona -sostiene Reina- cuando los individuos, a pesar de estar conectados a un respirador y de recibir una alta concentración de oxígeno, no logran realizar el proceso de respiración de la manera adecuada. Es una forma que se pone en práctica para tratar de mejorar la función pulmonar. Hoy está muy extendida entre los jóvenes que recibimos”.
¿Por qué ingresan más jóvenes?
El interrogante no es sencillo de responder. Para Reina, aunque haya varias hipótesis, hay una que es dominante. “Creemos que la clave para entender proviene del ámbito social, en la medida en que los jóvenes son los que más circulan. Ya sea por motivos laborales, o bien, porque son los que más encuentros realizan; es la gente que en este momento más se mueve y propaga el virus. Mientras tanto, la gente mayor se cuida más y está siendo inmunizada en forma masiva”, indica. Este, desde el punto de vista de la médica también es un eje a tener en cuenta: aquellas personas que tienen menos de 60 años, salvo las que son consideradas de riesgo por desempeñarse en actividades esenciales como el personal de salud, seguridad y docentes, aún no han accedido en forma masiva a la vacuna.
Asimismo, se desconoce cuál es la tasa de mortalidad de los pacientes más jóvenes. “Aún es muy precoz sacar cualquier conclusión porque es un fenómeno que estamos viendo hace relativamente poco. La estadística no la tenemos, a priori, necesitaremos de dos o tres meses para ver cuál es la tendencia”, proyecta Reina. La situación se vuelve compleja porque si bien son más jóvenes (y ello sería un factor positivo al disminuir la mortalidad), muchos presentan comorbilidades que podrían afectar los cuadros.
Insumos
En el informe que presentó la SATI, también se describe un faltante en sedantes, anticoagulantes y antibióticos. “Se utilizan para cualquier paciente que está internado en terapia intensiva, ya sea covid o no covid. Desde el año pasado comenzamos a advertir una disminución en la llegada de estas drogas”, relata Reina. Como la presidenta de SATI precisa, no es un problema que únicamente afronte Argentina, sino que es un fenómeno que se advierte a nivel mundial. Frente a ello, los profesionales de la salud argentinos, acostumbrados a maniobrar la incertidumbre, echan mano de opciones que pueden funcionar como alternativas. “Si nos faltan las que utilizamos comúnmente, lo que hacemos es usar otras que son adecuadas. No son las más mejores opciones, pero por supuesto que sirven. En general, preferimos las drogas más fáciles de administrar y que, como se suministran en dosis menores, requieren de menos pinchazos a los pacientes. Hasta el momento pudimos reemplazar todo lo que faltaba”.
Estrés
El coronavirus hizo estragos entre las filas de los profesionales de la salud vinculados a las terapias intensivas. Así lo describía Arnaldo Dubin, miembro de la SATI en una entrevista reciente con este diario. A los que se contagiaron y, desafortunadamente, fallecieron, también se suman aquellos que, por el estrés que ocasiona una situación límite como la pandemia, decidieron abandonar sus tareas. Sencillamente, llegó un momento en que no pudieron soportar más una cotidianeidad abismal. Los que permanecieron en sus tareas están “exhaustos”, aspecto que repercute en la eficacia de las rutinas que realizan.
Al respecto, Reina señala: “En el muestreo voluntario que hicimos es un dato que pudimos recabar y que describe cuál es la situación. Cada profesional está atendiendo a más pacientes de los que debería y eso los lleva a un estrés muy profundo”. A nivel internacional, los parámetros consensuados indican que debe haber un médico cada siete pacientes (aunque esa relación debe disminuir a uno cada cuatro cuando el 50% de los internados recibe Asistencia Respiratoria Mecánica), un enfermero cada dos (aunque debe haber un enfermero por paciente cuando los internados reciben ARM) y un kinesiólogo cada ocho (aunque esa relación debería disminuir de uno a cuatro). “Es muy importante que se respeten esas relaciones porque las personas que presentan cuadros más graves deben ser evaluadas con precisión, bien de cerca. En la actualidad, los parámetros nos indican que el personal de salud está desbordado”, destaca. “Tenemos que estar muy en alerta porque la enfermedad cambia rápidamente. Si estamos sobrepasados, eso se vuelve más difícil. Venimos arrastrando cansancio desde hace más de un año, no damos más”, remata Reina.